La primera escala fue en el mundo de Bolsonaro en Brasil. En la primera vuelta, Lula se impuso en 14 estados y el actual presidente en 12, junto con el distrito federal. Lo que marcó ese resultado fue un Brasil partido entre el norte con el apoyo decidido al ex obrero metalúrgico, y el sur, con un manifiesta adhesión al actual mandatario.
La intención fue caminar la zona sur para entender de qué se trata este microclima tan afecto a los modos y las políticas de la derecha más rancia. En este balotaje habrá dos estados sureños en pugna. En Rio Grande do Sul se cruzará un exfuncionario de Bolsonaro, Onyx Lorenzoni, contra Ediardo Leite, representante del PSDB de Fernando Enrique Cardoso, quien también recibió el apoyo del PT. El partido de Cardozo alguna vez gobernó ese distrito y luego tomó un viraje muy diferente para confrontar ahora a la extrema derecha con la centroderecha. Parecido a lo que ocurre en Santa Catarina: para esta gobernación pugnan Jorginho Mello, como expresión del más rancio bolsonarismo, contra un petista, Decio Lima. Las encuestas lo ubican al candidato del PL con una ventaja cercana al 61%, muy difícil de revertir, si bien en Florianópolis, las diferencias son menores. El candidato bolsonarista busca arrastrar su voto al candidato a presidente, como en la primera vuelta cuando ganó por el 62% contra el 29 de Lula.
El PT disputa cuatro gobernaciones en segunda vuelta. Las otras tres son las de Gerónimo Rodrígues en Bahía, la de Rogerio Carvalho en Sergipe y una que se considera fundamental: la de Fernando Hadad en San Pablo.
La pregunta que se suele hacer es por qué el sur brasileño es tan bolsonarista, tan de derecha. Y la respuesta se puede hallar en la potente y determinante presencia religiosa, especialmente de los grupos evangelistas con gran influencia en todas las clases sociales, especialmente los más marginados. Vaya entonces, un ejemplo, un caso personal, que ocurrió cuando llegamos a esta región. Íbamos caminado cuando nos topamos con una persona que estaba cantando “gloria, gloria, aleluya…”. Cuando alguien que pasaba le mencionó «Lula-la», montó en cólera, furioso, descontrolado. Se trató de un momento muy incómodo, una enorme tensión.
Pero a ese aspecto se suma otro fundamental: la riqueza de la región, en la que se vieron favorecidas las clases medias enriquecidas en los últimos tiempos, incluso en los del gobierno petista.
Es una región muy despolitizada y desbordada de señales religiosas. No hay casi clima de campaña. Las calles tienen poco y nada de muestras de que está tan próxima una elección de esta naturaleza. No hay grandes carteles como en el resto del enorme país que es Brasil y sólo en algunos sitios aislados se evidencian las preferencias partidarias a través de muestras de fanatismos místicos.
Un sector importante de ese país partido. Pero en ese rincón pareciera que no hay elecciones, al tiempo que también se nota una prosperidad económica clara. Es innegable, se percibe que hubo un gran crecimiento, un símbolo del enorme gran contraste con la pobreza de las regiones del norte del Brasil. Las diferencias que se evidencian es sus billeteras y en cómo vota su gente.