Bienvenido a Barcelona!». Desde que saqué el pasaje en Londres me preguntaba qué dirían los carteles en el aeropuerto. ¿»Bienvenido a España»? ¿»Bienvenido a Cataluña»? Lo resolvieron bien, después de todo Barcelona sigue siendo Barcelona. Hay algunos detalles que ni la declaración de independencia ni los tuits de Mariano Rajoy van a cambiar. Los chistes futboleros de los locales en el aeropuerto cuando vieron mi pasaporte argentino, por ejemplo, siguen intactos.
Pero más allá de algunos pormenores, el ambiente realmente se siente tenso. «¿Así que ahora vamos a meter presos a todos? ¿Así quieren proseguir? ¡Vamos!», le espeta un empleado del aeropuerto a otro. Finalmente me encuentro con mi anfitriona y tengo muchas preguntas. Pero no tiene muchas respuestas, acá nadie sabe bien para dónde van las cosas y en qué parte de la escala de grises pararse, dice. Lo que está claro es que hay mucha gente que vio la posibilidad de cambio y no la quiere desaprovechar.
En la calle, se ven muchos efectivos de la Guardia Civil (policía nacional), pero muestran una actitud afable, quizás exagerada. La brutal represión del 1-O todavía se mantiene fresca. Quizás un poco más de presencia que siempre, me dicen. Los planes y rutinas siguen su curso habitual, y por más que el tema político es el obligado, el entendimiento general es que la vida seguirá como siempre.
Las Ramblas, al menos, están abarrotadas de paseantes. «