El sionismo tuvo un origen noble y encarnó la esperanza de millones de judíos perseguidos y asesinados, pero ya no. El sionismo fue para muchos un proyecto de liberación nacional, pero ya no. El sionismo tuvo una pata socialista y humanista, revolucionaria, pero ya no. Y eso es muy doloroso para muchas judías y judíos que no saben qué hacer con su identidad, que hace más de 76 años, es decir, la vida de prácticamente cualquier judío vivo, ha sido resignificada por el Estado de Israel.

La premisa supremacista del sionismo que se impuso en el proceso de colonización de Palestina años antes de la fundación del Estado de Israel fue ignorada por muchos de los que migraban a esa tierra huyendo del racismo europeo pero, otra vez, ya no. La ignorancia hoy es voluntaria y cómplice. Hoy sabemos que el sionismo verdaderamente existente nació negando al otro, al nativo, al palestino, ya sea beduino, druso, árabe, profesase el catolicismo, el islam o fuese ateo, y tuvo desde sus orígenes un slogan negacionista: “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Como en esa tierra había miles de seres humanos, los dirigentes del movimiento sionista planificaron la limpieza étnica del territorio (hecho ignorado por la mayoría de los colonos en ese entonces). Esa limpieza étnica implicó el desplazamiento de más de 750 mil personas. Desplazamiento significa campaña de terror, asesinatos, robo, violaciones y desposesión. Eso fue en 1947-1948.

Ese fue el inicio de la tragedia de los palestinos, que pagaban los platos rotos del supremacismo europeo sin comerla ni beberla. Primero un régimen militar de 1948 a 1966 para los palestinos y palestinas que no habían huido del flamante Estado, luego la ocupación de Gaza, Cisjordania y las alturas del Golán y un colonialismo más clásico desde 1967, con apartheid, tribunales militares, despojo, asesinatos selectivos y castigos colectivos. Luego el sitio a Gaza devenida en cárcel a cielo abierto donde entra el sol pero no los Derechos Humanos, ni la salud, ni el agua, ni la energía, si el colonizador así lo dispone.

El cercano oriente no es un polvorín por la irracionalidad de sus actores, de sus pueblos, sino porque el oprobio de la colonización pudre el alma del colonizador y lleva a la desesperación al colonizado. 

A un año del ataque terrorista de Hamas, a un año del inicio de la ofensiva terrorista estatal de Israel sobre el pueblo de Gaza, la situación en el cercano y medio oriente está en un momento crítico. Los intereses en juego, las tensiones, los actores de la política estatal y paraestatal, las alianzas, los odios y rencores de los pueblos, hacen que el dolorosísimo y peligroso presente de la región conlleve una sensación de miedo, caos, pero también  la impresión de una complejidad inmanejable para aquellos y aquellas que no conocen en profundidad el terreno.

Bueno, es complejo, pero muy simple a la vez. Hay una colonización que debe acabar y un genocidio que debe ser frenado. Judíos y no judíos debemos dar todas las discusiones con altura, información y sensibilidad a pesar de la persecución ideológica que ejercen hace años los portavoces e instituciones del sionismo contra quienes osan levantar la voz denunciando la colonización, el apartheid y ahora el genocidio.  Los y las judías debemos más que nunca liberarnos del secuestro identitario que el sionismo hace de nuestro judaísmo. Hay que insistir en la sensibilidad judía, su esencia reflexiva, su ternura, su tradición crítica, su búsqueda de justicia social (Tikún Olam). Es esencia del judaísmo dar la pelea como gato panza arriba, a la defensiva, en inferioridad de condiciones, a resistir, luchar por su existencia, que son sus valores. Hoy le toca al judaísmo dar esa pelea contra el sionismo israelí. «