Mencionaba estos días la analista Isabella Thomas en Huffinton Post que ya hubo un Brexit, una salida británica. Fue en 1530, cuando el papa Clemente VII le negó el permiso para divorciarse a Enrique VIII. El monarca apeló en esa ocasión a esa parte rebelde e insolente de los ingleses para salirse de la Iglesia Católica Romana y concretar la reforma anglicana. Luego, el rey se divorció de Catalina de Aragón y se casó con Ana Bolena, como era su voluntad.
Otro especialista, el ex oficial del Real Cuerpo de Rifleros Gurkas, Emile Simpson, inscribió este referéndum que se llevará a cabo el jueves como una pelea entre dos interpretaciones de la identidad de nuestro país: entre la Pequeña Inglaterra y la Gran Bretaña. El ministro de Economía George Osborne fue más lejos y caratuló al hecho como una batalla por el alma de la nación.
El asesinato de la diputada laborista a manos de un desquiciado es un buen símbolo de esta dicotomía. Los británicos, que hace dos años estuvieron a punto de ver disminuido su territorio por la posible salida escocesa, ahora enfrentan otro desafío, el de dejar la Unión Europea. Es la posibilidad de otro cambio de rumbo decisivo en el que se juega no sólo el futuro sino el perfil del reino que están dispuestos a construir los nativos del archipiélago.
Vaya otra frase, del poeta alemán Novalis, en relación con el carácter insular de esos territorios: Cada inglés es una isla. Y como tales, nunca estuvieron demasiado cómodos en un continente que les tenía desconfianza aunque los necesitaba para incrementar el poder de fuego frente al peso específico de Estados Unidos en el mundo bipolar de 1973, cuando se produjo el Brincome, el ingreso.
El Brexit implicaría riesgos impensados para la integración regional de los europeos y también para los negocios en común. Nada es fácil y mucho menos lo sería si la tercera economía europea deja el redil.
¿La sangre llegará al Támesis? Es decir, ¿el Reino Unido se irá de la UE o sólo presionan por mayores beneficios? Tras el crimen de Jo Cox todo queda en la neblina. Una característica bien británica es negociarlo todo. Así crearon un imperio políticamente estable sin una constitución escrita. Y sigue habiendo monarquía, pero limitada por acuerdos parlamentarios. El mencionado Simpson señala otro rasgo definitorio al recordar que el cuerpo de Oliver Cromwell, muerto de una enfermedad, fue exhumado en 1661 para ser ejecutado, pero su estatua permanece en las afueras del Parlamento.
Ironizaban los medios europeos en una de las cumbres en Bruselas donde el primer ministro David Cameron planteó la posibilidad de un referéndum. «Hace como quien va a un club de swingers, pero solo», decían.
Quizás sea de eso que se trata el Brexit. De repartir las barajas en forma más conveniente. Pero también hay una demanda social contra todo lo que venga de afuera. Especialmente los refugiados que llegan por el Eurotúnel desde las naciones árabes o norafricanas.
El problema adicional es que un Brexit en un escenario como este alentaría otras xenofobias continentales, que tambien fueron creciendo. De allí la preocupación regional por el resultado.