El rechazo social a las reformas del sistema jubilatorio por parte del gobierno de Macron, se ha convertido en una suerte de disparador donde convergen la acumulación del descontento social tras las políticas Covid y la desigualdad creciente durante la pandemia, sumado a la inflación que ha generado un hecho novedoso, que sectores sin experiencia sindical se sumen al movimiento de protesta. Desde la primera jornada del 19 de enero a la del martes 31, la resistencia a la reforma de la edad jubilatoria se ha extendido como mancha de aceite.
Esta vez las concentraciones masivas no fueron tan solo en las grandes ciudades como París, Lyon o Marsella. Desde Perpignan (15.000) a Nantes (50.000), Le Havre (35.000) Bayona y Pau (15.000) o Brest con (13.500) a Niza (20.000), nunca se habían conocido manifestaciones tan masivas, Superaron las 200 en todo el país. Fuentes oficiales dan cifras cercanas a un total de 2 millones de participantes. Movilizaciones que por su número y extensión han superado las cifras de las históricas movilizaciones de 1995, en las que se logró vencer a la propuesta de reforma de las pensiones de Alain Juppé. Desde un primer momento se ha incrementado en un 25% la marea ciudadana contra la ampliación de la edad jubilatoria.
Prácticamente desde la decisión de la Unión Europea respecto de la llamada Guerra Social, definida por el FMI, el Euro Grupo y el Banco Central Europeo (con sus planes de austeridad luego de la crisis del 2008 y las protestas del 2010 en el gobierno Sarkozy), las luchas defensivas por garantizar derechos históricos han sido mucho más duras.
En esta ocasión, la actitud soberbia de Macron, sin alterar sus viajes al exterior, ha sido todo un síntoma del desprecio hacia la resistencia social. Lo único que ha hecho es incentivar aún más el clima de rechazo, convirtiéndose en una verdadera mancha de aceite de rechazo social que se extiende por la toda geografía de Francia, no sólo en los grandes conglomerados urbanos sino en ciudades pequeñas y medianas de entre 5000 y 50.000 habitantes. Muestran no sólo la extensión en número sino la profundidad de la resistencia. Como afirma el analista Josu Egireum, «el poder está echando el órdago encima de la mesa».
Y no le deja margen de maniobra a los sindicatos más moderados como la CFDT, que históricamente optó por el dialogo a la confrontación: hoy, por convicción o por presión de sus bases, se articula con el sentimiento de hartazgo generalizado. El éxito de esta movilización y su masividad se basa en un elemento central: la unidad de todos los sindicatos (CFDT, CGT, FO, UMSA, Solidaries y FSU) y el innegable refuerzo mediático de la prensa hegemónica que apostó primero a la invisibilización de la protesta y luego al desgaste.
La novedad es que la huelga no solo tiene fuerza en el sector público el transporte, los ferrocarriles, la educación sino que comienza a tener efectos de la extensión de las medidas en los asalariados de empresas privadas. El reto es que esta expresión callejera, en su dinámica, se cristalice organizativamente reconstruyéndose prácticas históricas hoy muy debilitadas, como las Asambleas Interprofesionales, típicas de las huelgas de los ’90.
Se verá si la dinámica de lucha va incrementándose. La próxima jornada de protesta está planificada para este martes 7. Las alternativas contrapuestas son cada vez más claras: o el movimiento de rechazo avanza dando un duro golpe a los planes de disciplinamiento social de Macron y el establisment o por el contrario el firme objetivo de destrucción del movimiento de protesta por el gobierno neoliberal triunfa con un costo social y político de magnitud. Con efectos imprevisibles, sin descartar que se acelere el crecimiento de posiciones de mayor radicalidad tanto hacia la derecha extrema como a la izquierda radical hoy muy debilitada.