La mañana del viernes en Chile amaneció como si todo hubiera sido un sueño o una pesadilla. Un lienzo blanco y gigantesco con la palabra paz cubría gran parte de la rebautizada plaza de la Dignidad, epicentro del despertar chileno, que mañana cumplirá un mes.
En la madrugada del viernes un acuerdo entre los principales partidos políticos -incluyendo oficialismo y parte de la oposición- vislumbraba la salida para la crisis o el estallido social, como aquí llaman los medios a esa marea de gente que desde el 18 de noviembre sale todos los días a las calles exigiendo renuncia de Piñera, cambio de Constitución, jubilaciones dignas y Educación y Salud gratuita y de calidad, entre otras demandas.
Un plebiscito en marzo de 2020 para cambiar la carta magna heredada de Pinochet, el acuerdo político que los medios se encargaron de repetir una y otra vez como la gran noticia. Y la paz que por fin llegaría.
Como todas las tardes, miles de personas comenzaron a acercarse de manera espontánea a la ex Plaza Italia. Pero esta vez no pudieron llegar hasta el monumento del general Baquedano. Blindados y efectivos de Carabineros -la institución más insultada del país-, lo impedían.
O lo impidieron, durante unas horas.
De diferentes edades y clases sociales, muchas de las millones de personas que “despertaron” nunca antes habían participado de protestas. Todo un rasgo característico, junto a la influencia y valentía de la juventud, de este momento revolucionario que vive Chile.
Si es o no una revolución, lo dirá el tiempo. Puede sonar exagerado, pero lo cierto es que la vida chilena, sobre todo en Santiago, está completamente patas para arriba: negocios que no abren, no hay clases, los semáforos no andan, muchos subtes tampoco, las médicas y enfermeras atienden en las veredas, los músicos tocan instrumentos en plena barricada, las asambleas o cabildos abiertos se multiplican y crecen en convocatoria. Las calles están repletas de consignas, de intervenciones artísticas, de gases lacrimógenos.
Y la plaza de la Dignidad, fue recuperada.
Sí, pese a la barrera policial y la represión, la decisión de avanzar del pueblo pudo más que las fuerzas de seguridad. La plaza, en pocos minutos se transformó en una fiesta de gente, fuegos artificiales, música y hasta un muñeco gigante del “matapacos”, un perro negro ya muerto que se transformó en ícono de las protestas por enfrentar a los carabineros.
Mientras Piñera se mantiene en silencio, todo este clima de Woodstock o mayo francés chileno sigue acompañado de la sistemática represión del Estado. Ayer, en otra jornada con decenas de heridos, mientras en una posta sanitaria se intentaba revivir a un joven de 29 años en pleno paro cardiorrespiratorio, los carabineros atacaron con gases, agua y perdigones a los médicos que lo atendían. El joven murió, y la noticia no le llegó ni a los talones a la nueva constitución y la paz. En los medios de comunicación. Porque en las calles, todo el mundo habla de Abel Acuña. Y de Camilo Catrillanca, el joven mapuche asesinado por Carabineros hace un año. El pueblo los tiene bien presentes, y dice que no va a parar hasta que en Chile haya Dignidad, Memoria, Verdad y Justicia.