Hace más de un año, el 14 de julio de 2016, mientras una multitud celebraba un nuevo aniversario de la toma de la Bastilla, un camión embistió y mató a 86 personas e hirió a otras 400 en el Paseo de los Ingleses, en París, inaugurando así una nueva modalidad de terrorismo. El vehículo estaba manejado por el tunecino Mohamed Lahuaiej Buhlel, quien fue ultimado por la policía.
Imposibles de prever, este tipo de ataques recuerdan al que el 11 de setiembre de 2001 protagonizaron terroristas que tomaron el control de aviones comerciales y se lanzaron contra las Torres Gemelas, de Nueva York, dejando un saldo estimado en alrededor de 3000 víctimas fatales y 6000 heridos. Este ataque implicó el cambio más brutal en las leyes de vigilancia y control estadounidense que, por ósmosis, repercutió desde entonces en la legislación sobre el terrorismo internacional y desplegó una serie de medidas que son muy cuestionadas por organismos defensores de las libertades civiles.
En Francia, el golpe del 14J también sirvió para que el presidente François Hollande promoviera normativas para extremar el control y castigar más duramente acciones consideradas terroristas. Sería su sucesor, Emmanuel Macron, quien hace un par de semanas, ni bien asumió el cargo, aprobó un nuevo proyecto de ley antiterrorista que prevé introducir en la legislación ordinaria el estado de excepción en materia de controles, registros, confinamientos y vigilancia a través de ondas electromagnéticas. La ley es cuestionada duramente por Amnistía Internacional, la Liga de los Derechos del Hombre y Human Rights Watch.
En el último año, fueron reportados cinco ataques con vehículos camiones o autos- con un centenar de muertos en total en un puñado de países europeos, lo que también creó presión para que la Unión Europea planteara reformas legales y mayores controles. Un cambio que afecta sobre todo a miembros de la comunidad árabe, ya que los atacantes eran musulmanes emigrados o habían tomado la religión en su modo más radical en los últimos tiempos.
Para el periodista canadiense Andrew Coyne este tipo de «microterrorismo» tiene varias ventajas, y una de ellas es que son artefactos que resultan mortales y están al alcance de cualquiera. Los analistas del FBI coinciden en que no se necesitan explosivos, muy riesgosos de conseguir y manipular, y no se necesita ningún tipo de entrenamiento previo.
El último de los atentados fue el 6 abril pasado, cuando el uzbeco Rakhmat Akilov largó su camión a toda velocidad en una calle peatonal de Estocolmo en el momento de mayor tránsito, dejando un tendal de cuatro muertos.
Un mes antes, se registró un ataque frustrado, en Amberes, cuando la policía detuvo a un hombre de origen francés que se había metido a gran velocidad con su vehículo en un bulevar peatonal de esa ciudad belga. En el baúl del coche había armas blancas.
Quizás la intención fue replicar el ataque producido el 22 de marzo por Khalid Masood en Londres. El hombre, convertido al islam, había nacido 52 años antes como Adrian Russell Elms y embistió con su 4×4 contra los transeúntes que circulaban por el puente de Westminster. Luego, bajó del vehículo y apuñaló a un policía. En total mató a cinco personas y fue rematado por los uniformados.
La ola, luego del que abrió la cuenta, en los Campos Elíseos, había continuado el 19 de diciembre de 2016, cuando un camión que conducía el tunecino Anis Amri atropella contra un mercado callejero de Navidad en Berlín. Hubo 12 muertos y más de 40 heridos.
Israel no escapó a esta vertiente terrorista y el 8 de enero un camión se lanzó alocadamente contra un grupo de soldados que visitaban un centro de turismo en Jerusalén. Quedaron 4 muertos y 15 heridos. El conductor, Fadi al Qunbar, palestino, fue abatido por las fuerzas de seguridad.
Tampoco Nueva York permaneció al margen de este tipo de asaltos y el 18 de mayo pasado Richard Rojas, un oficial de la Armada estadounidense, se lanzó con un Honda color borravino por una calle de Times Square contra los peatones que circulaban por la vereda. Mató a una joven e hirió a 22 personas. Rojas, que había sido dado de baja en la fuerza por problemas psicológicos, dijo al ser apresado que escuchaba voces que le ordenaba lanzarse sobre la gente.
El ataque ocurrido este jueves en Barcelona tal vez sea el más brutal de todos ellos.