El Foro de San Pablo señaló con acierto los avances, pero también los retos que enfrenta nuestro continente. Estamos ante un panorama que exige acción política con premura y determinación, pero que requiere que sus ciudadanos salgan de la indiferencia y la apatía que por décadas ha entumecido a la ciudadanía de muchos de nuestros países. Si bien ha habido avances, lo cierto es que continúa siendo la norma «la concentración de la propiedad, el poder y la riqueza en manos de la minoría privilegiada». A pesar de eso, la situación está saturando la paciencia de millones de ciudadanos y ciudadanas, que han optado por la protesta social como primer bastión para defender sus intereses y demandar justicia, paz, equidad y demás derechos vulnerados.
Como se ha hecho manifiesto en el último ciclo electoral, la derecha ha impuesto su agenda partir de una elaborada estrategia mediática cuyo objetivo es fragmentar o debilitar nuestros Estados nacionales; busca aniquilar o deslegitimar todo proyecto de cambio social que pretenda avanzar por senderos no capitalistas o post-neoliberales; trabaja sin descanso por erosionar nuestras identidades nacionales así como los valores culturales que nos dan cohesión social; y acelera los esfuerzos orientados a dividirnos en todos los terrenos.
No puede seguir siendo un secreto para nadie que los tratados de libre comercio impulsados por Estados Unidos fomentan la desigualdad, ahogan nuestras industrias nacionales, atentan contra nuestras prácticas culturales y ancestrales y condicionan nuestro ejercicio democrático. Son una trampa, enmascarada de progreso, que determina nuestras economías, agota nuestros recursos, poluciona nuestro medio ambiente. Es por eso que se hace necesario fortalecer los «proyectos de integración soberana como la Celac, el Alba-TCP, el Mercosur y otras iniciativas integracionistas populares y autonómicas». Esos esfuerzos por enfrentar el dominio de las corporaciones y multinacionales en nuestros países es retratado con argucia como algo negativo, cuando busca proteger a nuestras sociedades de la sistemática violencia estructural que EE UU y sus gobiernos alfiles han impuesto en nuestros países, con la falsa ilusión de ser considerados como sus aliados, como sus iguales, cuando históricamente han buscado reducir nuestras sociedades a una condición servil e indigna.
La declaración final del Foro abogó por rechazar «toda forma de racismo, discriminación social y discriminación por orientación sexual y apoyar la agenda de lucha por los derechos de la comunidad LGBTTI». De igual forma, se pronunció al «exigir el respeto a los DD HH de las mujeres, violados por las políticas neoliberales. Defender el papel de las mujeres latinoamericanas y caribeñas como constructoras fundamentales de los procesos de cambio emancipatorio. Igualmente, se manifestó sobre la importancia de «apoyar las masivas movilizaciones feministas en curso en el continente. Sin el aporte de las mujeres será imposible avanzar hacia la verdadera independencia de nuestras naciones. Entender que sólo podrá triunfar la lucha por la igualdad de género si asumimos la lucha por la igualdad de clases. Sólo desterrando el capitalismo será posible eliminar el patriarcado».
En esta línea, también condena «todas las formas de discriminación y violencia hacia la mujer, la exclusión, el tráfico y trata de mujeres y niñas, la explotación sexual, los feminicidios, así como exigir un mayor apoyo y protección de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres».
Si bien el mapa actual del continente resulta convulso en estos temas, es alentador ser testigo del despertar de una conciencia política renovada, que va emergiendo lenta pero resuelta, como aquella planta que logra quebrar el asfalto para hacerse a la luz. Cada una de nosotras y nosotros debemos ser esa planta, debemos comprometernos en generar procesos de cambio en cada uno de nuestros países. «