Al igual que los directores técnicos mundialistas, que están defiendo los miembros de su equipo de cara a Qatar, Luiz Inácio Lula da Silva está pensando su gabinete ante su inminente asunción el próximo 1° de enero de 2023. Si bien suenan nombres claros para el equipo titular, al igual que los clubes nacionales que presionan para poner figuras en el plantel, los lobbys del poder fáctico están coaccionando para que incluya jugadores afines a sus intereses, especialmente desde los grupos económicos que ahora están votando con las variables de la dictadura del mercado. El desplome del Bovespa es signo de eso.
Para entender la lógica de armado del gabinete de Lula, se puede tomar de referencia dos fotos similares que sintetizan el retroceso que tuvo la política brasileña, el abrazo de Lula con Fernando Henrique Cardoso en los años ’80 y la del último encuentro, donde ambas reuniones tuvieron como objetivo común sostener la democracia en Brasil. Es que todo el esquema de alianzas de Lula está centrado en lograr una coalición de Unidad Nacional, algo que ya se inició con el armado electoral y seguirá articulando a lo largo de su gobierno. Es importante comprender este punto de partida como marco para pensar el futuro gabinete y rumbo de Brasil.
Es más, ese abrazo con FHC implicó propiciar la incorporación de Geraldo Alckmin en la vicepresidencia, quien es hoy el responsable de coordinar la transición de gobierno.
Además, varios nombres del espectro económico de los Tucanos suenan como miembros del futuro gabinete. Será un gobierno amplio y complejo a la vez, centrado en lograr el equilibrio entre sostener una coalición y orientar un eje programático, algo bastante difícil. Por ejemplo, es claro que Lula intentará sumar a Marina Silva, referente ambientalista, a la vez que buscará tener a Simone Tebet, vinculada a los agronegocios en Brasil, que no son precisamente ecologistas. Incluso, no debería causar sorpresa la inclusión de algún ministro actual de Bolsonaro, especialmente de origen militar con orientación desarrollista.
No obstante, Lula propiciará espacios y carteras que sustenten un programa progresista. Al igual que en 2002, cuando elevó a nivel ministerial las secretarías de Mujer, Racismo o Ciudades; se espera que ahora propicie áreas similares o en temas como indigenismo o diversidad, que fueron soslayados o atacados por parte de Jair Bolsonaro.
Incluso, en el marco en que Lula tiene minoría parlamentaria, se reclama la implementación del Presupuesto Participativo como forma de sortear un bloqueo de gestión que pueda generar la oposición. Política que el Partido dos Trabalhadores utilizó de manera efectiva en gobiernos locales y estaduales, y que ahora deberá tener el ingenio y la capacidad de desarrollar a escala federal.
No obstante, en el corto plazo, Lula estableció conversaciones con el presidente de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, un aliado Bolsonarista, para encarar una enmienda constitucional que cambie el congelamiento presupuestario impuesto en el gobierno de Michel Temer y propicie una nueva directriz para los recursos estatales, especialmente a la reimplementación del programa Bolsa Familia, ahora llamado Auxilio Brasil, con el objetivo de garantizar 600 reales (120 dólares) a la población humilde para sacarlos de la indigencia, efecto inmediato de esta política pública. Es el punto de apoyo que marcó Gleisi Hoffmann, presidenta del PT, como promesa de campaña de Lula.
Pero el giro más contundente será el de política exterior, donde Lula ya está trabajando. Al día siguiente de su elección, recibió al mandatario argentino, Alberto Fernández, y tuvo llamados del ruso Vladimir Putín y el francés Nicolás Sarkozy. Incluso, para la próxima Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático, Lula ha recibido el pedido de diez reuniones bilaterales que sin duda sale del aislacionismo Bolsonarista. «