Luis E. Wainer nos ofrece en este libro una detallada radiografía de uno de los fenómenos sociopolíticos más importantes de las últimas décadas: la génesis del chavismo, desde sus remotos orígenes en la irreversible descomposición de la partidocracia del Pacto de Punto Fijo hasta la aplastante victoria electoral de Hugo Chávez en las elecciones presidenciales de diciembre de 1998.
La obra se estructura en torno a un hilo conductor que organiza toda una serie compleja de incisivas argumentaciones complementarias: el estudio, a partir de la crisis del “puntofijismo”, de la emergencia de una alianza cívico-militar que sería, desde mediados de los años noventa y hasta la actualidad, protagonista principalísima de la vida política venezolana. La enorme figura de Hugo Chávez sería absolutamente incomprensible e indescifrable al margen de este singularísimo proceso de síntesis entre pueblo y ejército que, intentado en muchas latitudes en Centro y Sudamérica, sólo fructificó plenamente en la patria de Bolívar.
Ningún prologuista debe ceder a la tentación de querer ofrecer a los lectores un resumen o una síntesis panorámica de la obra que está invitando a leer. Baste con decir que quienes quieran comprender lo que ocurre en el subsuelo profundo de la República Bolivariana de Venezuela hallarán en esta obra una serie de imprescindibles claves interpretativas. Máxime cuando la incomprensión del fenómeno “chavista” es moneda corriente en todo lo ancho del espectro político y resulta ser particularmente agudo, y lesivo, en el heterogéneo espacio de las izquierdas latinoamericanas. Uno de los factores que origina esta lamentable confusión es que el chavismo suele ser interpretado como una anacrónica y extemporánea reminiscencia del “caudillismo” latinoamericano, Vargas Llosa dixit.
A consecuencia de lo anterior se le asigna a ese entrañable personaje nacido en Barinas una gravitación excluyente que según estas torpes lecturas se derivan de sus rasgos individuales: inteligente, estudioso, voluntarioso, gran orador, etcétera, todo lo cual obnubila la correcta identificación de las condiciones sociales que le permitieron, potenciar hasta límites antes inimaginables, las enormes posibilidades de su liderazgo. Esto no significa desconocer que con Chávez estamos en presencia de una figura excepcional sino subrayar que esta sólo pudo florecer al interior de un complejo proceso en donde cambios en la sociedad y la economía venezolanas y las transformaciones experimentadas por sus fuerzas armadas crearon una constelación de circunstancias que tornaron posible la irrupción de una figura gigantesca como la de Hugo Chávez.
Un personaje de esas características, obviamente, no podía evitar que el despliegue de su activismo rebasase ampliamente las fronteras de su propio país. El bolivariano estaba llamado a ser una figura continental, por no decir mundial, y cumplió fielmente ese papel. Si desde Cuba Fidel se había convertido en el gran estratega de las luchas antiimperialistas de Nuestra América, la eficacia de su prédica y sus batallas se veían limitadas por la inexistencia de un mariscal de campo que interpretara sus directivas y, a su vez, como hizo Chávez, las enriqueciera a partir de su formación militar. Juntos Fidel y Chávez conformaron un dúo de extraordinaria efectividad. La excepcional clarividencia de Fidel -que siempre veía más lejos, más profundo y antes que cualquier otro- unida a la arrolladora capacidad del venezolano para abrir nuevos frentes de batalla, triunfar en cada uno de ellos y forjar exitosas alianzas fueron los ingredientes decisivos que hicieron posible la derrota del ALCA en Mar del Plata en Noviembre del 2005, propinando un golpe brutal a la estrategia pacientemente diseñada por Estados Unidos desde hacía más de una década para anexar, económica y políticamente, a Latinoamérica y el Caribe.
El libro que estamos prologando aporta informaciones e interpretaciones esclarecedoras para comprender no sólo la génesis del chavismo como fenómeno sociopolítico. También nos faculta para comprender el enorme legado dejado por Chávez, y que en momentos como los actuales ha resultado de una importancia inestimable. En la superficie las aguas de la República Bolivariana se encuentran revueltas como producto de las innegables penurias económicas y de la difícil cotidianeidad causadas por las múltiples sanciones económicas que atenazan a la economía venezolana y producen una inédita desproporción entre salarios y precios a la vez que atizan las llamas de una inflación descontrolada. Pero por debajo de las olas y los torbellinos el observador se encuentra con eso que me parece apropiado llamar “el subsuelo de la revolución bolivariana”, esto es: una sólida matriz ideológica y política profundamente antiimperialista, patriótica y militante, dispuesta a jugarse la vida con tal de sostener el proceso bolivariano y llevarlo hasta sus últimas consecuencias.
Esta peculiarísima combinación de creencias y valores es producto de, por una parte, la larga prédica que Chávez hiciera durante casi catorce años, hasta los momentos finales de su vida, y de las políticas de inclusión social, recuperación de la soberanía nacional y promoción del protagonismo democrático de las masas cultivadas durante todos estos años. Comunicador excepcional supo transmitir un mensaje que caló muy hondo en buena parte de la sociedad venezolana porque, en el fondo, era la primera vez que se producía una amalgama entre demos y población, entre ciudadanas y ciudadanos y habitantes.
Toda la historia previa al chavismo es la narración de un desencuentro entre una población en la cual subsistían amplios sectores que no sólo no tomaban parte -ni eran convocados a jugar papel alguno- en la vida política venezolana sino que ni siquiera accedían a una ciudadanía civil, para utilizar la clásica distinción de T. H. Marshall: no tenían documento de identidad alguno, no figuraban en los registros civiles de nacimientos y muertes, vivían en barriadas colgadas de los cerros que rodeaban Caracas en calles sin hombre y modestísimas viviendas sin número. No había allí médicos, ni centros de salud ni jardines infantiles, y las escuelas eran poquísimas y casi inaccesibles. Con Chávez todo aquello se terminó, y el impacto en el terreno de la subjetividad, de la conciencia, de la autovaloración de clases y capas históricamente despreciadas y marginadas, superó (y aún hoy) supera cualquier clase de influencia que en un sentido u otro puedan ejercer las variables económicas.
Si la didáctica política de Chávez tuvo tal eficacia se debe, al menos en parte, al hecho de que ella se asentaba sobre un aspecto que es objeto de cuidadosa atención en este libro: la unidad entre las fuerzas armadas y el pueblo. Esta fue forjándose lentamente. Sus orígenes son anteriores a la aparición de Chávez y como se demuestra en las páginas que siguen a estas líneas introductorias esa unión, esa comunión entre pueblo y fuerzas armadas fue uno de los objetivos estratégicos de diversas fuerzas de izquierda en el seno de la Cuarta República. No apareció como un rayo en un día sereno sino que fue un proceso de lenta pero ininterrumpida concreción iniciado ya desde los tiempos de la lucha antiguerrillera de los años sesenta, profundizado por las reformas en los planes de estudio de las academias militares y llevado a un punto de virtuoso no retorno luego del Caracazo de 1989 y las insurrecciones cívico-militares del 4 de Febrero y, en menor medida, el 27 de Noviembre de 1992.
Estos fueron eslabones que fueron forjando una sólida unidad fuerzas armadas-pueblo que es lo que, durante la ofensiva desatada en torno al 23 de Febrero del 2019, permitió derrotar al golpismo patrocinado por la Casa Blanca y el gobierno de Colombia, y que se plasmaba en la figura grotesca del “presidente encargado” Juan Guaidó; una invención mediática y de la diplomacia estadounidense tan propagandizada como espectral.
La prédica de Chávez y la feliz culminación de un proceso de unidad pueblo-fuerzas armadas se combinó, además, con la exitosa resurrección del bolivarianismo como ideología emancipatoria e independentista y el no menos triunfante rescate de la figura del Libertador como padre de la patria grande, de la Gran Colombia y de toda América del Sur, y no sólo de Venezuela. En este terreno los logros de la prédica de Chávez son sencillamente asombrosos.
Si había un personaje de los más olvidados en la historia de Nuestra América ese era Simón Bolívar. Chávez lo recupera de museos y bibliotecas y lo transforma en un “mito viviente”, como diría Antonio Gramsci, capaz de descifrar las claves que explican nuestro atraso, nuestra subordinación al imperialismo, nuestra frustración como “una sola gran nación” y, al mismo tiempo, también capaz de señalar el camino hacia la Segunda y Definitiva Independencia de nuestros pueblos.
Un Bolívar ignorado que reaparece como un colosal cometa sobre el firmamento de las Américas. Al principio mirado con escepticismo, cierta indiferencia y en algunos casos con sorna. Pero a poco andar el apostolado bolivariano de Chávez comienza a producir grandes frutos y hoy, a veinte años de iniciada aquella labor, los resultados son, como decíamos más arriba, asombrosos. Bolívar se convierte en nuestro contemporáneo y de su mano reaparece nada menos que José Martí, siempre venerado por Fidel y los revolucionarios cubanos pero pocas veces logrando trascender los confines de la isla rebelde. O si lo hacía era en su carácter de escritor y poeta, ocultando cuidadosamente el afilado antiimperialismo de sus escritos y su precoz detección del peligro que la “Roma americana” representaba para la libertad y la democracia de nuestros pueblos.
Este trípode: la incansable educación política realizada por Chávez, la unidad pueblo-fuerzas armadas y el renacimiento del bolivarianismo es el que sostiene el andamiaje de la Revolución Bolivariana sometida por el gobierno de Estados Unidos a un ataque sin precedentes. En este libro se examinan los pormenores de esta formidable construcción del chavismo que, en respuesta a una correcta lectura del estado de conciencia de las masas venezolanas, abandonó sus iniciales estrategias insurreccionales para, en 1997, hacer una audaz apuesta en el campo minado de la política electoral de la Cuarta República.
Y la apuesta resultó exitosa: en Diciembre de 1998 Chávez era elegido presidente de Venezuela y con ello se abría una nueva etapa en la historia no sólo de ese país sino de Latinoamérica y el Caribe, fase por la cual aún estamos transitando, sobrellevando, contra viento y marea, el ataque implacable, incesante y criminal de Estados Unidos y sus peones regionales.
Este libro cuenta, precisamente, buena parte de esa historia.