La región está en plena ebullición. La manifestaciones masivas que hicieron que el gobierno de Lenín Moreno debiera dejar Quito y mudar su gobierno a otra ciudad, además de retrotraer las medidas de ajuste que tomó, demuestran sólo en parte la crisis del Ecuador. Las protestas en Perú contra el Parlamento y su intento golpista sólo es una expresión del malestar de la población. El estallido en Chile desnuda la mentira de el milagro, el ejemplo, el modelo, el oasis y otros elogios, repetidos, por los que nos proponían mirar a ese país como el camino a transitar en nuestro continente. Pero la explosión de estos días demuestra el hartazgo de la mayoría de la población con lo que sucede en uno de los países más desiguales del mundo.
En Chile se aplica con brutalidad el modelo neoliberal y no sólo por la derecha gobernante. En años de la Concertación, incluso cuando lo encabezaba el socialismo, no se modificó, en lo esencial la matriz. Se hicieron esfuerzo y reformas. Había más sensibilidad social, pero no mucho pudo hacerse. El sistema jubilatorio es privado, y no cumple el compromiso con que se constituyó, de darles a los que aportaron 30 años el 70% del ingreso que tuvieron, y las operadoras se llevan uno de cada cuatro pesos del aporte laboral. Excepto para los militares que cuentan con un sistema propio, subsidiado por el Estado. Tal vez desde ese privilegio, entre otros, entiendan su disposición y brutalidad a la hora de reprimir a los manifestantes. La educación es privada: obliga a quienes quieran formarse un endeudamiento familiar que los condiciona de por vida. El transporte público es tan caro como en Moscú y Hong Kong. La vivienda, inaccesible para sectores populares. Es el único país del mundo donde el agua es privada. La deuda de la población llega a un astronómico 48% del PBI. Todo lo que hace que Chile esté, según el Banco Mundial, entre los ocho países más desiguales del mundo.
Esta la explosión de un pueblo hastiado, que padece las consecuencias de planes de ajustes permanentes. Que ve cómo se concentra cada vez más riqueza en pocas manos y aumenta su pobreza y su indigencia, como sucede en toda América Latina. Las extendidas luchas en varios de nuestros países, la inminente victoria del Frente de Todos y la reelección de Evo hablan de la imposibilidad que tiene el modelo neoliberal para instalarse en la región. Estos no son los ’90, hay más conciencia popular y la convicción, por lo logrado en los gobiernos populares en los últimos años, de que se puede tener un país próspero, un pueblo feliz y que podemos transitar el camino de la Patria Grande.