Después de las sorpresas en la primera vuelta, Jair Bolsonaro radicalizó su campaña sucia por la reelección. Su gobierno deshidrató el Estado con recetas ultraliberales, pero el presidente apuesta todo en la agenda ultraconservadora de “las costumbres”.

Del otro lado, Lula busca frenar el desmonte generalizado y restablecer parámetros civilizatorios aniquilados por el bolsonarismo. Su campaña se centra en reeditar los logros que favorecieron a las amplias mayorías, pero también en respetar las diferencias para socorrer un país fracturado por el odio.

Hay claves para entender lo que pone en riesgo un resultado que antes parecía obvio. Son 5 billones de reales invertidos en medidas electoraleras, como aportes en dinero a taxistas y camioneros, o los adelantos en el Programa Auxilio Brasil, que concede créditos mediante el pago de ganancias abusivas.

En la propaganda televisiva, las mentiras son contadas a una velocidad muy superior a la lentitud del Tribunal Superior Electoral, como decir que Lula va a implementar baños unisex para niños o repetir mantras en contra de Nicaragua, Venezuela y el espectro de un comunismo fantasioso.

La abstención de 30 millones de ciudadanos y ciudadanas es otro factor. El electorado empobrecido enfrenta dificultades para llegar a los centros de votación y ese sector concentra la preferencia por Lula según todas las encuestas. Para corregir esa distorsión, el Supremo Tribunal Federal quiere garantizar transporte público gratuito el día de la votación, pero los alcaldes antipetistas no lo aceptan.

A su vez, el Ministerio Público del Trabajo contabiliza más de 700 denuncias de asedio electoral: los patrones acosan a sus trabajadores para que voten a Bolsonaro.

Pecados perdonados

Lula participó del popular podcast Flow superando todos los récords de audiencia para una entrevista en vivo en YouTube, mostrando lo mejor de su estirpe como estadista pero, sobre todo, su costado humano. El diputado federal electo André Janones también impulsa la comunicación en las redes con un lenguaje raro para la izquierda pero que alcanza a más gente.

El resultado seguramente será parejo, producto de la “guerra santa”. Apoyadas por poderosos pastores-empresarios del país, explotan las denuncias de amenazas y proselitismo en las iglesias neopentecostales después de la primera vuelta, que dio potente sobrevida al proyecto bolsonarista.

La fe ciega en el líder de la ultraderecha sigue vigente, aunque sus hordas promuevan el caos en la ceremonia católica del 12 de octubre y que dom Odilo Scherer, icónico cardenal conservador, haga una alerta al público: “Parece que estamos reviviendo la ascensión del fascismo al poder”.