La votación obtenida por Lula da Silva en Brasil, cercana a la mayoría absoluta necesaria para ganar en primera vuelta, no causó sorpresa. El hallazgo con estupor lo provoca la votación alcanzada por el presidente Jair Bolsonaro, superado por el ganador con más del 5 por ciento, equivalentes a más de seis millones de votos. Lula fue favorecido por 57.259.504 millones de electores y Bolsonaro por 51.072.365
Todo parecería indicar que los grandes electores en el balotaje del próximo 30 de Octubre serán los 4.915.425 votantes a favor de Simone Tebet, que se inclinarían por Lula, y los varios millones de ausentes de las urnas, a quienes los finalistas tratarán de seducir.
La conclusión es obvia. El neofascismo encarnado por Bolsonaro, negacionista de la pandemia, opositor de la defensa de la Amazonía y el medio ambiente, nostálgico declarado de la dictadura represiva que se inició con el derrocamiento de Joao Goulart el siglo pasado, es poderoso.
Bolsonaro exhibió con orgullo el apoyo expresado por Donald Trump en los últimos días de la campaña. Persiguió a Lula usando al juez Sergio Moro que ahora es senador del bolsonarismo. Este personaje obtuvo el 43,2% de apoyo electoral. Ha ganado en los estados y ciudades de mayor incidencia económica y con mayor influencia del capital financiero-especulativo, y de clases medias urbanas cuyo fortalecimiento fue parcialmente obra de los gobiernos de Lula, que impulsó la movilidad de personas de ingresos bajos a ingresos medios.
El neofascismo en Brasil es una fuerza social, política y electoral. Es digno de un profundo análisis político y psicosocial por el peso que tiene en el mundo el país más importante de Latinoamérica, en términos territoriales, demográficos y económicos.
Por Lula da Silva han votado masivamente los pobres de las ciudades y el campo, sectores medios y empresarios grandes, medianos y pequeños, de la extensa industria brasileña. El legendario líder político surgido de la clase trabajadora ha recibido los resultados con tranquila satisfacción, como una batalla ganada en la guerra entre civilización y barbarie. Y así lo deben ver sectores sociales y políticos de América Latina y el mundo.
La probable victoria de Lula el 30 de octubre tendrá amplias repercusiones internacionales. En Argentina, con cuyo gobierno Bolsonaro ha mantenido una permanente pugna que ha ignorado las más elementales formas de la diplomacia, la derrota preliminar del ex militar es también la de la opositora ultraderecha que encarnan Mauricio Macri y Javier Milei, autores y defensores del crimen de lesa deuda con el FMI, que ha hipotecado la vida de varias generaciones de argentinos y cuyo servicio los ha condenado a una inflación altísima por varios años. Es una ultraderecha negacionista de los crímenes de la dictadura argentina, encubridora del fracasado magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Fernández, impulsora de todas las formas imaginables de lawfare.
En Chile esa probable victoria no gustará a quienes recientemente celebraron el aniversario del asesinato de Salvador Allende y de la instauración de la brutal dictadura de Augusto Pinochet, encabezados por su líder José Antonio Kats.
En Colombia, el presidente Gustavo Petro, los expresidentes Juan Manuel Santos y Ernesto Samper, más otras figuras de la vida social y política colombiana, celebrarán esa victoria. Será la derrota del uribismo y de los sectores represores del Estado, que en Colombia durante décadas han asesinado líderes sociales cotidianamente. Lo han hecho con absoluta impunidad y con el silencio cómplice de los medios hegemónicos nacionales, de países vecinos y globales.
En Bolivia el gobierno de Luis Arce recibirá con satisfacción la consagración de Lula como presidente, precisamente cuando los sectores ultras de Santa Cruz pretenden ensayar un paro cívico para abrir espacio a otro golpe militar, como aquel que impuso Jeanine Añez.
En centroamérica la victoria de Lula permitirá fortalecer una acción conjunta de México y Brasil como necesario contrapeso a la aplastante hegemonía de Estados Unidos.
La integración latinoamericana encarnada por la CELAC se verá fuertemente vigorizada. Y la OEA, debilitada bajo la cuestionada dirección de Diego Almagro podrá recibir un soplo de aire fresco.
En la ONU las posiciones independientes de Latinoamérica junto a los estados del grupo de las naciones del Tercer Mundo serán fortalecidas.
En declaraciones publicadas en la revista Times, Lula manifestó su adhesión a un orden multipolar en el cual Brasil tenga relaciones de cooperación sin subordinación con EE UU. Le reprochó a la Unión Europea su transformación en patio trasero estadounidense, abandonando la condición de factor de equilibrio para aspirar a un mundo pacífico y de cooperación para el desarrollo.
En el candente tema de Ucrania los ciudadanos brasileños han sido prácticamente unánimes. Tanto Lula como Bolsonaro son opositores a la fracasada política de sanciones de Occidente contra Rusia. Apuestan por una solución pacífica, negociada para resolver el conflicto.
Ese panorama positivo solo ocurrirá si Lula presidente no cae en una equivocada lectura de la correlación de fuerzas. Al respecto, un artículo de Atilio Borón en Pagina 12 ilustra como Salvador Allende y Néstor Kirchner, ganando la presidencia, el primero con 36%, de los votos y el segundo con apenas el 22%, no sacrificaron objetivos nacionales y populares estratégicos, cuando ejercieron el poder.
Allende nacionalizó el cobre, profundizó la reforma agraria, creó un poderoso sector público en la economía. Redujo la desigualdad aumentando los salarios y en las elecciones siguientes para renovar los municipios de Chile se acercó al 45% de los votos, confrontando a un feroz opositor poder mediático.
Kirchner realizó una quita de la deuda heredada, rompió la coyunda del FMI. Se opuso con éxito a los planes de un tratado de libre comercio de las Américas que, como estaba concebido entonces, era profundizador de las relaciones inequitativas entre EE UU y Latinoamérica. Mejoró el empleo, reactivó la industria nacional e inauguró en Argentina tres períodos de relativo crecimiento económico con equidad.
En Honduras, Manuel Zelaya, en el 2005, venciendo con menos de cinco puntos a su opositor Porfirio Lobo, impulsó un proceso de cambios que se inició con la reafirmación de la soberanía frente al peyorativo intervencionismo de Estados Unidos a cuyo representante le negó un pasaporte hondureño, que los estadounidenses pretendían entregar para esconder a un buscado terrorista de origen cubano.
En Panamá, el general Omar Torrijos, haciendo una lectura correcta de la correlación de fuerzas internas e internacionales, impulsó y alcanzó exitosamente ganar el control del Canal de Panamá. Lo hizo pacíficamente mediante un acuerdo con Estados Unidos plasmado en los tratados con el expresidnete Jimmy Carter.
Lula está haciendo una correcta lectura de la coyuntura histórica de su patria. Ha calificado a Bolsonaro como un peligroso y violento ultraderechista. Ha definido la segunda vuelta como un enfrentamiento entre democracia y neofascismo. Hay que esperar que tenga la reciedumbre para no perdonar los atentados de Bolsonaro contra la legalidad y el medioambiente. Juzgar política, moral y legalmente los delitos económicos y políticos de la ultraderecha es una obligación pendiente aún en los vecinos sureños de Brasil.
El líder del PT tiene una resiliencia moral análoga a la de Nelson Mandela. Por ello prefirió pasar 500 días en la cárcel y no abandonar su país y a su pueblo. Salió libre para luchar en su partido e intentar ser presidente por tercera vez.
Como expresó Mandela con palabras proféticamente expresadas para Lula: “La mayor gloria no es no caer nunca sino levantarse siempre”.