La Plaza Roja de Moscú fue escenario de un desfile en conmemoración de la histórica parada militar del 7 de noviembre de 1941, cuando las tropas nazis estaban a pocos kilómetros de la capital soviética y el gobierno de Stalin quiso mostrar que tenían resto para soportar una guerra llevando tropas a que desfilaran frente al Kremlin para luego volver al campo de batalla.
El desfile solo pudo ser presenciado por invitados especiales ubicados a un costado del Mausoleo de Lenin, el líder de la revolución rusa, de la cual se cumplía precisamente un siglo.
La gente, que intentaba ocupar lugares cercanos a las tropas y batallones de estudiantes vestidos con uniformes de época, tuvieron que quedar lejos, detrás de vallados y detrás de policías que hicieron una guardia de honor pero tapaban la visual de la ceremonia.
Muchos de los que fracasaron en un intento de ver de cerca lo que habían preparado las autoridades para la ocasión, debieron contentarse con mirar por la pantalla del celular la transmisión televisiva de eso que ocurría a pocos metros de sus narices.
A las puertas de Moscú quedaron los intentos de dos invasores, derrotados por la resistencia de los rusos y por un clima que en invierno es letal para quién no está preparado.
Primero fue Napoleón, en 1812. Luego serían derrotados los ejércitos de Adolf Hitler, claro que a un costo en vidas que supera los 20 millones de muertos. Casi la mitad de la población argentina cayò entre la invasión de 1941 y el fin de la guerra, que tras haber vencido en Moscú realizó un avance arrollador con el Ejército Rojo hasta Berlín, el 9 de mayo de 1945, la otra gran fecha patria luego de la caída de la Unión Soviética.
Por eso en el desfile de este 7 de noviembre había uniformes desde los de la guerra contra Napoleón y hasta los que se usaron en la Segunda Guerra Mundial. Pero el gobierno de Vladimir Putin no decretó feriado (lo había hecho el lunes 6 por el Día de la Unidad Nacional) y por lo tanto el público que quiso ver el espectáculo lo tuvo que hacer en un día laborable. Pero además no se la hicieron fácil.
La Plaza estaba rodeada de vallas y había cada tanto un marco para detección electrónica de metales. Pero no había manera de pasar sin una tarjeta de invitación especial.
Muchos quisieron observar lo que ocurría desde el Shopping Gum, ubicado justo frente al Kremlin, y que tenia las puertas abiertas. Solo un par de locales tuvieron la gentileza de dejar mirar por la ventana un rinconcito de la plaza.
Del otro extremo del playón, al lado de la Catedral de San Basilio y cercano a la costanera del río Moskva, se había agolpado otro grupo que se contentaba con mirar la salida de los que habían desfilado. Modesta limosna para curiosos y turistas de todo el mundo que no tuvieron el privilegio de la autorización.
En una calle lateral del edificio del Shopping una mujer mayor concitaba la atención de cámaras de teve y curiosos. Estaba rodeada de jóvenes cadetes de la escuela de paracaidismo y un hombre de unos 50 años con uniforme de la guerra. Un chico de no más de 12 años, con uniforme de cadete, sostenía un viejo casco agujereado y oxidado. Era de su marido, el padre del soldado y abuelo del preadolescente. Compungida, decía que no la habían dejado presenciar el desfile.
El homenaje comenzó a las 10 horas, hubo marchas militares y jinetes de uno de los ejércitos de caballería mostraron sus destrezas. Detrás de las valla apenas se divisava el penacho de los jinetes y las lanzas.
Para las 11,30 la plaza ya estaba despejada y limpia. Un batallón de personas de limpieza con uniformes anaranjados se volcó a dejar todo impecable, como si nunca hubiera habido una parada militar. Tampoco ellos pudieron ver el homenaje desde adentro.