Patricio Falconi, ensayista y poeta ecuatoriano, expresó después del primer debate previo a las elecciones ecuatorianas que ampliamente había ganado Daniel Noboa, que se había convertido “en una ilusión movilizadora, más poderosa que ningún chaleco antibalas”. El poeta resultó profético. A partir de entonces, Noboa pasó a ser líder en todas las encuestas hasta triunfar el 15 de octubre en las urnas.
Ahora hay que reflexionar sobre que derrotó el pueblo ecuatoriano y que favoreció con su voto.
La derrota del correato no es, como proclaman algunos medios internacionales, la derrota de la democracia progresista. Porque Rafael Correa no es ningún demócrata progresista. Su progresismo es solo una máscara.
Mientras fue Presidente celebraba misas en las sesiones de gabinete, en un país laico desde la Revolución Liberal que encabezó Eloy Alfaro a principios del siglo XX. Proclamaba su antilaicismo de hecho, aunque nunca se atrevió a intentar convertir al Ecuador en un estado teocrático porque el laicismo es conciencia nacional de los más diversos sectores sociales.
El progresismo no es autocrático y Correa hizo gala de su autoritarismo con organizaciones y personas. La organización de los indígenas CONAIE, las universidades, medios de comunicación, como El Universo de Guayaquil y personas como el general Gabela, asesinado por oponerse a la compra de unos helicópteros-chatarra, que en su mayoría se cayeron y los otros están como deshechos mecánicos.
El progresismo no es partidario del manejo de jueces “a la carta”. Y Correa hablando de una reforma judicial, después de una consulta popular, nombró “jueces a la carta” que aún infectan la función judicial ecuatoriana, podrida desde hace décadas por el manejo politiquero que han hecho muchos gobiernos, entre ellos los de Correa.
El progresismo no postula constituciones y códigos penales que permiten la barbarie de sentenciar personas en ausencia, como la Constitución y el Código Penal que impulsó Correa que retrasó al Ecuador un siglo en legislación penal.
El progresismo combate al narcotráfico y no coexiste con él como hizo el correato, según lo demostró en un informe el fallecido político y periodista Francisco Huerta Montalvo.
El progresismo promueve la democratización de las organizaciones políticas y no su manejo por un “iluminado caudillo”. En el correato, la democracia interna es lengua de otro planeta. Correa impuso a Andrés Arauz como candidato en las elecciones que ganó Guillermo Lasso. Arauz en 2021 era un estudiante de un postgrado de la UNAM que ni siquiera estaba inscripto en los padrones en Ecuador y debió viajar para votar en México. Y el binomio Luisa Gonzáles-Andrés Arauz es otra imposición desde Bélgica, que no tuvo ningún debate, peor una elección interna en la llamada Revolución Ciudadana que dirige desde Europa Correa. Arauz y Gonzáles fueron dos candidatos impuestos.
¿A qué proyecto favoreció el pueblo ecuatoriano este 15 de octubre? A una propuesta que tiene racionalidad cartesiana, lo que en el Ecuador de aquí y ahora significa centrismo ideológico y político. El pueblo votó para recuperar el siglo XXI perdido durante 23 años.
Ahora los desafíos del presidente electo son variados y enormes. Se encuentra con un Estado paralizado en su gestión y un pacto constitucional colapsado. Lo producido en Montecristi por el correato ha demostrado que sálo sirve para obstruir y deformar el desarrollo del país y fomentar la consolidación de un narco-estado. La inseguridad física y jurídica que vive el Ecuador es una de las mayores en las Américas y el mundo y sin reducirla urgentemente no habrá reactivación económica. La demografía ecuatoriana está cambiando por el crecimiento de las migraciones irregulares. El país que desde 1979 con el relanzamiento de la democracia era un receptor de migrantes es hoy el segundo país latinoamericano expulsor de población en calidad de migrantes irregulares. La economía está estrangulada por el déficit fiscal y el crecimiento de la deuda externa. Sobre el Ecuador penden las amenazas de una crisis energética y de la naturaleza.
No hay crisis sin oportunidad. Noboa ha ofrecido rescatar el IESS colapsado por la decisión criminal der reducir substancialmente las aportaciones del Estado, que tomó Correa y mantuvieron Moreno y Lasso, los continuadores de la destrucción del Estado y la nación ecuatorianas. También ha ofrecido generar empleo, elevar substancialmente las jubilaciones mínimas, atraer inversión extranjera directa y productiva, abaratar los altísimos intereses que hoy cobran los bancos en perjuicio de los medianos y pequeños empresarios. Eso provocará una reactivación de abajo hacia arriba, donde sólo habrá ganadores. Y se ha comprometido a convertir el escenario mundial nuevo y multipolar en un espacio positivo por el cual transite un Ecuador inteligente y soberano que aproveche las múltiples oportunidades económicas, comerciales, científicas, culturales que el nuevo orden internacional ofrece.
Hace 44 años, un joven guayaquileño de 38 años, Jaime Roldos Aguilera, inició un proceso de cambio democrático y pacífico que un sospechoso accidente truncó. Hoy otro guayaquileño de 35 años, Noboa Azim, tiene el desafío de sacar al país del pozo de la corrupción, la impunidad, el odio, y relanzarlo hacia el progreso económico y social. Para ello tiene poquísimo tiempo. Si su gestión es exitosa los 18 meses se pueden convertir en cinco años y medio.
Hoy los votos por Noboa fueron campanas doblando por nuevos tiempos para un país que sufre su historia. Como escribió el gran poeta quiteño Jorge Carrera Andrade: “Bienvenido nuevo día, los colores, las formas vuelven al taller de la retina”