A sólo un mes de las elecciones generales en Brasil, la política latinoamericana está enfocada en la contienda entre el actual mandatario, Jair Bolsonaro, y el expresidente Lula da Silva, en un clima espeso sobre lo que pueda ocurrir si resulta ganador el líder del Partido de los Trabajadores. Bolsonaro y su núcleo duro vienen agitando el fantasma de un posible fraude en su contra, apuntando, sin pruebas, contra el Tribunal Superior Electoral y la transparencia del sistema de voto electrónico. Ante ello, sobrevuela la amenaza de una intervención militar o una suerte de autogolpe y los seguidores de Bolsonaro son llamados a movilizarse en caso que se de un resultado desfavorable.
No obstante, la avanzada bolsonarista puede verse frenada por una variable externa: la disputa global entre China y Estados Unidos. Y quien podría salir beneficiado de ello sería nada menos que Lula.
Con la llegada de Joe Biden, Estados Unidos ha vuelto a poner en primer plano la promoción de la democracia y los Derechos Humanos como valores fundamentales de la visión norteamericana del mundo. Trasladado a la rivalidad con Beijing, este discurso se articula en base al clivaje democracia o autoritarismo.
Para Trump, China era una dictadura violadora de los Derechos Humanos, pero principalmente era un competidor desleal que se aprovechaba de las ventajas del orden económico internacional diseñado por Estados Unidos durante décadas. La retirada en 2018 del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas es un buen indicador de que esta no era una agenda prioritaria para la administración trumpista.
Otra diferencia fundamental entre Biden y Trump pasa por la cuestión ambiental: mientras que el viejo Joe pone la reducción de emisiones y la transición energética como un pilar de la política global norteamericana, Trump sostiene una postura negacionista del cambio climático y, a poco de asumir su gobierno, retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París.
La postura del Pentágono es ilustrativa de cómo la relación entre democracia, Derechos Humanos y ambiente se ha vuelto un eje central de la estrategia para contrarrestar la influencia china en América Latina. Por caso, el exjefe del Comando Sur, el almirante Craig Faller, sostuvo en diversas instancias que la pesca ilegal promovida por países como China es un problema de seguridad hemisférica. Su sucesora en el cargo, Laura Richardson, manifestó en julio pasado que China tiene una vocación autoritaria y que busca socavar las democracias en la región.
También en julio se realizó en Brasil la XV Conferencia de Ministros de Defensa de las Américas (CMDA). Allí, el secretario de Defensa norteamericano, Lloyd Austin, alertó sobre la creciente presencia china en la región, calificando al país asiático como un «actor maligno». Acto seguido, afirmó que el continente está unido por la «devoción por la democracia» y defendió que las fuerzas armadas estén bajo «firme control civil». Resulta difícil no asociar el discurso del secretario de Defensa norteamericano con la dicotomía democracia-autoritarismo y, derivado de ello, como un mensaje de alerta a Bolsonaro. Por sus ataques al sistema democrático amparados por una parte de las FF AA y por su política de deforestación del Amazonas (según la ONG Global Forest Watch, Brasil fue responsable del 40% de la deforestación mundial en 2021). A esto se suma que la Asamblea General de la ONU acaba de aprobar una resolución que reconoce al medio ambiente como un derecho humano. EE UU votó a favor. China, en cambio, se abstuvo.
En este marco, también deben entenderse algunos gestos favorables de Lula hacia Washington, como la ambigüedad sobre el ingreso de Brasil a la OCDE y, sobre todo, las declaraciones anti chinas del líder del PT durante una presentación ante empresarios de la Federación de Industrias del Estado de San Pablo. Allí, Lula afirmó que China está «ocupando Brasil» y denunció el rol del gigante asiático en la desindustrialización de la economía brasileña. Es decir, en el entorno de Lula perciben que la rivalidad entre las dos superpotencias puede obrar a su favor y que un mayor acercamiento a EE UU puede resultar determinante para frenar una eventual acción golpista por parte de Bolsonaro. «