Es probable que no exista en el mundo ninguna entidad, nacional o supranacional, que goce o haya gozado del reconocimiento que se ganó la Cruz Roja desde su creación en 1863. En los últimos años, sin embargo, la organización humanitaria ha sido protagonista de episodios despreciables, reñidos con la ética exigible a una sociedad de tales características. Explotación laboral, abuso de personas alojadas en centros de refugiados, acoso sexual, integración de redes vinculadas al llamado crimen transnacional, robo de dineros recibidos para asistir a las víctimas africanas del ébola, todo ocurrió en los últimos años.
Pero su actual crisis no estalló por nada de eso, sino por los salarios escandalosos que se fijan sus directivos. En su mundillo pasaron a llamarla el “Rolls Royce del humanitarismo”.
En el pudoroso mundo de la diplomacia instalada en Ginebra, Suiza, hacía tiempo ya que se hablaba de la Cruz Roja sin observar el histórico respeto que siempre había merecido. Y se hablaba, sobre todo, con un fuerte rechazo hacia la actitud de los conductores de la más antigua organización humanitaria mundial. El reducido equipo de dirección de la entidad se lamentaba públicamente por la reducción de los aportes oficiales y privados recibidos para hacer posible su funcionamiento, mientras su presidenta, Mirjana Spoljaric, percibe un sueldo de 420 mil dólares anuales (35 mil al mes) y sus siete laderos deben “conformarse” con pagas de unos 360.000 dólares anuales (30.000 al mes).
Salarios y recesión
Mientras “disfrutaban” de esta realidad, hablaban a los cuatro vientos de la crisis financiera del organismo. Así justificaban el despido de 1800 de los 22.700 empleados distribuidos por el mundo y el cese de sus operaciones en casi el 10% de sus sedes, especialmente las radicadas en Asia y África. En medio del asfixiante clima que envolvía a Spoljaric y sus muchachos, la radio pública suiza RTS investigó los salarios y beneficios especiales que la Cruz Roja le da a su élite directiva.
Para ello, primera punta del hilo de la corrupción, debió acudir al fisco de Estados Unidos donde existe una información que la Cruz Roja está obligada a entregar a las autoridades norteamericanas para mantener su status de sociedad benéfica libre del pago de impuestos, pero que niega a las suizas.
Las remuneraciones del comité ejecutivo de la entidad se rigen según una grilla salarial previamente establecida, pero la RTS explica que los sueldos de la presidencia y la dirección general son fijados de forma confidencial. La dirección de la Cruz Roja defiende a capa y espada el nivel salarial que ofrece a sus principales. Según la directora de recursos humanos, Claire Sperandio –una de las beneficiarias del equipo de conducción– reivindica que “la Cruz Roja es una organización con más de 20.000 empleados y un presupuesto anual de 2150 millones de dólares, que se ha profesionalizado enormemente, y por eso necesitamos los mejores talentos para la función de gestión. Debemos ser una organización competitiva y atractiva, y los salarios son importantes”.
Burocracia y beneficios
Inmersos en el campo burocrático de Ginebra, los gestores de la Cruz Roja se comparan con los diplomáticos de las Naciones Unidas –varias de las principales agencias de la ONU operan en la ciudad suiza–, y Sperandio sostiene que “la Cruz Roja está alrededor de un 20% por debajo de otros actores del sector”. La RTS entrevistó a Nicolas Walder, diputado verde y ex funcionario de alto rango de la organización, para quien la comparación con la ONU no es válida. “La Cruz Roja debería ser más modesta en materia salarial –cree–, no igualarse ni compararse con la ONU. La credibilidad de la entidad está en juego”. Walder no es el único que disimula su repudio ante las conductas antiéticas de la dirección de la organización humanitaria.
Pasado y corrupción
La organización ya había anunciado a fines de mayo que además de los 1.800 despidos en su sede central y en todo el mundo, ordenaría el cierre de al menos 26 de sus 350 centros operativos. Sin embargo, en las estructuras intermedias de la Cruz Roja creen que el impacto podría ser todavía mayor. El informe de la RTS sostiene que a ese total de cesantías podrían agregarse otras 3.000.
De tal manera, en el curso de este año la Cruz Roja se desprendería de alrededor del 24% de sus empleados. Las delegaciones que cerrarán son las de Mauritania, Grecia y Kuala Lumpur. Las que sufrirán una “reducción sustancial” son Dakar, Nairobi, Ammán, Bangkok, Panamá y otras 21 sobre las que no se dio precisiones. De la posibilidad de un ajuste salarial en las altas esferas, nada se ha dicho.
Esta no es la primera vez que la lupa se detuvo en la Cruz Roja, ni es la Cruz Roja la única de las organizaciones humanitarias cuestionadas. En noviembre de 2017 la entidad tuvo que admitir que al menos seis millones de dólares que debían haberse destinado a la lucha contra el ébola en África occidental, desaparecieron a manos de funcionarios y rescatistas de la Cruz Roja aliados a directivos del Banco de Sierra Leona. La organización recibió más de 124 millones durante la epidemia que acabó con la vida de más de 11 mil personas en Sierra Leona, Liberia y Guinea, con lo que la estafa podría ser sustancialmente mayor. En 2018 fueron despedidos 21 empleados por la violación de adolescentes alojadas en campos de refugiados, un aberrante delito que también incluyó a Oxfam y Médicos sin Frontera. El mismo año fue denunciado por acoso el presidente de la delegación argentina y en 2022 fue intervenida y suspendida la sede Perú.
De las diez principales operaciones que están planificadas para este año, el financiamiento sólo está asegurado para Ucrania. Las restantes –Afganistán, Siria, Yemen, Irak, Sudán del Sur, Somalia, República Democrática del Congo, Etiopía y Nigeria– están desfinanciadas. Aunque las derivaciones de la investigación de RTS son demoledoras, el director general de la Cruz Roja, Robert Mardini, optó por no opinar cuando se le preguntó sobre la incidencia que tendría en la obtención de fondos para esas acciones. Se limitó a derivar las culpas a Ucrania: “La recaudación de fondos es especialmente difícil –dijo–, hay menos donantes y menos donaciones para la ayuda humanitaria en general, porque la crisis en Ucrania hizo que las crisis en otras áreas cayeran en el olvido”.