Ya no en bloques aislados, sino como un todo, América Latina y el Caribe dieron una primera señal política que habla de la intención de liberarse de la tutela de EE UU. De la mano de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), dijeron explícitamente lo que muchos ya decían: que la Organización de Estados Americanos (OEA) es un instrumento que siempre le sirvió a la gran potencia pero que se ha convertido, ya sin tapujos, en un arma opresiva contra los pueblos americanos. Dijeron, además, que la OEA es hoy una enemiga y que, como tal, hay que cocinarla. Será a fuego lento, pero será.
La decisión adoptada por consenso tendrá su formato definitivo en enero, y recién entonces será entregada a Estados Unidos y Canadá, las potencias que serán expresamente excluidas del nuevo organismo. Desde ya, no es difícil intuirlo, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, y el nuevo jefe de la diplomacia norteamericana, Brian Nichols, iniciarán aliados una pelea en defensa del orden que se cae y contra la unidad de los países americanos. Lo resumió el presidente boliviano, Luis Arce: «La OEA, en vez de actuar bajo los mandatos de la Carta Democrática, actúa en contra de los principios de la democracia. Es un organismo obsoleto y ineficaz». Ayer, además de hablar del fino tejido urdido por la diplomacia mexicana, el consenso alcanzado para hallar una propuesta de sustancial renovación o, lisa y llanamente, de muerte de la OEA, muestra, en muchos el hartazgo y en otros la imposibilidad de encontrar un argumento capaz de servir a los intereses de Estados Unidos.
Quizás valga precisar que en México estuvieron todos los gobiernos de la derecha latinoamericana (el uruguayo Lacalle Pou, el paraguayo Mario Abdo y el ecuatoriano Guillermo Lasso, por caso), a excepción de Brasil y Bahamas, y que todos suscribieron sin reparos el acta final de la Cumbre. Claro que también estuvieron el peruano Pedro Castillo («Es necesario entender que unidos lograremos todo, desunidos nada»), el cubano Miguel Diaz-Canel y el venezolano Nicolás Maduro, que habló inmediatamente después que Lacalle, lo que representó uno de los cruces más picantes de la jornada: el líder chavista invitó a «debatir sobre democracia» . De todas maneras, todos se pararon sonrientes en la foto final, liderados por el anfitrión Andrés Manuel López Obrador.