La política de comercio exterior que desarrollará la administración de Donald Trump es un misterio más allá del discurso proteccionista de la campaña electoral. La incógnita es particular en la Argentina si se consideran los estrechos lazos que el gobierno de Mauricio Macri supo tejer y mantiene con el gobierno del saliente Barack Obama; entendimientos que ya tuvieron sus primeros efectos en términos de política concreta.
La apertura a las importaciones es un ejemplo a la medida de las empresas del mundo y del Norte en particular. Esta semana causó revuelo la decisión del gobierno de bajar los aranceles al ingreso de computadoras y tablets un 35% desde marzo, una decisión que defendió «para bajar los precios un 50% y achicar la brecha digital».
La medida comenzará a regir en marzo de 2017, según informó el Ministerio de Producción el pasado martes 7 de noviembre. El mismo día, antes del batacazo trumpista, el ministro de Producción, Francisco Cabrera, recibió junto con la canciller, Susana Malcorra, al representante de Comercio de Estados Unidos, Michael Froman. Ese día, las partes abrieron un espacio de negociación bilateral que se anticipó durante la visita de Obama en diciembre. Los gobiernos acordaron que «la facilitación del intercambio es una prioridad» para los dos países.
Además, durante su visita, Froman mantuvo reuniones con las empresas estadounidenses que operan en el país, según confirmaron a este medio desde la cámara de comercio bilateral Amcham.
Pero si fronteras afuera la caída de los aranceles para las computadoras es percibida con optimismo, hacia adentro es un desastre, a juzgar por la reacción de los productores argentinos que salieron con el cuchillo entre los dientes a cuestionar la propuesta. De las diez empresas más importantes del mundo, seis son firmas estadounidenses (HP, Dell, Apple, Alien Ware y Gateway), un team de lujo con ventajas óptimas para copar la arena local.
El presidente de la Cámara Argentina de Industrias Electrónicas (Cadieel), Jorge Cavanna, comparó la medida con iniciativas que se implementaron en los sectores automotriz y petrolero, donde «tomaron la decisión de que los argentinos paguemos los autos más caros del mundo y el barril más caro del mundo». En la misma línea, para Cavanna la apertura a las importaciones es una decisión oficial que representa «la partida de defunción» de la producción nacional. «Hay decisiones que pueden salvar a una industria determinada, pero acá el gobierno les tira un salvavidas a las automotrices y a las petroleras y a nosotros nos pide que cambiemos de rubro», finalizó.
El impacto costará, según Cadieel, 12 mil empleos entre 5000 registrados y 7000 indirectos, sin considerar el posible efecto en Tierra del Fuego, cuyas industrias pertenecen a la cámara empresaria Afarte. La mirada más pesimista asegura que el efecto se va a sentir en las estadísticas de noviembre, porque se supone que, si en marzo ya van a estar disponibles las computadoras con los precios bajos, la demanda apreciará una tendencia a esperar hasta ese mes. «