Kevin Ary Levin vivió en Israel y regresó en múltiples ocasiones. Especialista en la geopolítica de Medio Oriente, sociólogo (UBA), magíster (Columbia) y miembro de las cátedras de Política Internacional en UNTREF y UNLP. Un joven que conoce el terreno y lo analiza en profundidad con una mirada aguda.
-¿Podrías desentrañar el porqué de esta nueva fase en un conflicto con más de un siglo de existencia?
-Considerando que esto no se prepara en una semana sino en meses y tal vez años… En primer lugar hace 10 años o más que no hay negociaciones por la paz. Es parte de una hipótesis que manejó el gobierno de Netanyahu: que es posible administrar el conflicto y minimizarlo sin grandes consecuencias para la seguridad israelí. Parte de esa hipótesis era que Hamás estaba sólo, débil y dependiendo de apoyo internacional; por lo tanto, al menos, se esperaba moderación en cuanto a las tácticas, no en cuanto a la ideología. Esa hipótesis se cae. No fue solo un fracaso de la inteligencia y del aparato de seguridad si no de toda una concepción de la seguridad nacional que podríamos llamar la “doctrina Netanyahu”, que se basa en el “conflicto administrado” o “minimizado”.
En segundo lugar debemos tener en cuenta este ataque en relación con los Acuerdos de Abraham (NdR: alcanzados en septiembre de 2020 entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein) a partir del comando dual Trump-Netanyahu, que dieron vuelta el formulado tradicional a partir del que Israel seguiría siendo un paria en la región mientras no se resolviera el problema palestino. Avanzaron con países que creían que era más conveniente hacer la paz con Israel, abrir esa línea comercial y política, y también afianzar sus lazos con EE UU. Algunos hasta consiguieron arreglos especiales. Muchos entendían que Israel era demasiado importante política y comercialmente, en un contexto en el que el conflicto palestino había bajado de valor y había subido la amenaza iraní.
Y en tercer lugar se acercaba un acuerdo de paz Israel- Arabia Saudita: difícilmente se anuncie cuando todas las pantallas el mundo muestran aviones derribando edificios en Gaza. O su situación humanitaria: que era grave la semana pasada, no me quiero imaginar la que viene…
-¿Ves un brazo iraní?
-Hay quien lo ve pero hasta EE UU es escéptico. Una mano internacional implica canales de comunicación más fácilmente interceptables. Podemos pensar en Irán como beneficiario de lo que está pasando sin ser el arquitecto. Si no participó directamente, todo el mundo igual sospecha que sí: es una victoria para el eje de resistencia sin que se impute directamente. Además, aísla a Arabia Saudita.
-¿El ataque realmente lo tomó por sorpresa a Israel?
-Absolutamente. Lo vemos en primer lugar por la guardia mínima que había a lo largo de la frontera con Gaza. En la lentitud de la respuesta, muy mal coordinada: hubo gente que se quedó sola, defendiendo sus kibutz, hasta 12 horas… También hay teorías conspirativas respecto de la conveniencia de la guerra para Netanyahu. No soy partidario de esas teorías.
-¿Podría ocurrir como luego de la Guerra del Yon Kipur, cuando la primera ministra Golda Meir debió renunciar?
-La furia de buena parte de la sociedad israelí ante un gobierno que no calculó esto y que encima respondió inadecuadamente, no va a pasar siquiera con una guerra en el medio.
-Antes de la guerra, había una oposición muy grande por el proyecto de reforma judicial. La guerra hace variar todo. ¿Cómo está ahora?
-El viernes a la noche estaba en Neuquén dando una charla sobre esa reforma. El sábado a la mañana me desperté y me dije: «qué viejo quedó lo de anoche». La reforma se pone en freezer. También las decisiones posteriores de la Corte Suprema, que en estos días debía fallar sobre la “ley de razonabilidad” del proyecto. Hoy el gobierno no tendría corazón si quisiera avanzar con esa reforma controversial. Seguro que la guerra desmovilizará aquello. Las organizaciones de reservistas que llamaban a no presentarse al entrenamiento militar, rápido dijeron ahora que era obligación presentarse. Salvo elementos marginales de la extrema izquierda, el movimiento de objeción de conciencia al servicio militar quedó pausado ante el horror de la masacre. No sabemos cuánto va a durar esta guerra: sabemos cómo se entra a una guerra, no cómo se sale. Tampoco lo que pasará después.
-Parte de la oposición se sumó al gobernó.
-Ahora hay un gobierno de unidad y hay dos ex comandantes en jefes que estaban en la oposición y que ahora son parte de la mesa de decisiones. Esto calma al público. Falta Yair Lapid, el jefe de la oposición: viene diciendo que no se sumará en tanto no se despida a los más radicales y racistas… Por ahora. Si Netanyahu no cede, creo que va a ceder. No puede darse el lujo de quedarse afuera. Sobre todo si la guerra se vuelve definitivamente terrestre: empezará la presión de la sociedad para sacar a los soldados de Gaza lo más rápido posible.
-Augura una guerra más cruenta aún.
-Hoy en día Israel puede aprovechar su superioridad aérea. Si entra una invasión de infantería, la tensión va a ser mucho más palpable. Indicaría que los soldados están en territorio extranjero. La mayoría de la sociedad israelí entiende que esos soldados son “hijos de todos”. No suelen ser parte de los soldados profesionales.
-¿El ataque terrestre se impone por las características de Hamas y su red de túneles en Gaza?
-Hay quienes argumentan eso, que allí se esconden. También que una invasión terrestre es la única forma de recuperar a los rehenes que no requiera un intercambio de prisioneros. Lo que en principio, Israel no quiere hacer. Acá hay un gobierno humillado, que se vendió como “mano dura” ante la inseguridad y su respuesta va a ser borrar la humillación de alguna forma. Temo que esa humillación sea enterrada con la contundencia de la respuesta: las víctimas van a ser los gazaies y no necesariamente Hamas.
-¿Qué opinás de la fórmula de los dos estados?
-Hace 20/30 años que dicen que está muerta, al menos muy complicada. Está desacreditada; el mapa del conflicto está cada vez más entrelazado haciendo más costosa política y logísticamente una separación; crece la desconfianza en ambas partes; las lecturas religiosas se fortalecieron lo que debilita un acuerdo territorial diplomático. Si no podemos pactar en cuestiones políticas, difícilmente podemos pactar en cuestiones de divinidad. Así y todo, la fórmula de los dos estados no pudo ser superada por otra que sea igual de coherente o que tenga la misma legitimidad internacional. Ante la posibilidad de que los dos pueblos tengan ciudadanía plena, la mayoría de Israel se opone: podría fin a la existencia de Israel como un estado-nación del pueblo judío, el motivo por el cual fue creado. Y además difícilmente podamos entender que luego de estos episodios pueda haber una convivencia feliz entre ambas comunidades. Una alternativa es que Israel anexe el territorio sin anexar la población, lo que consolidaría un sistema de desigualdad legal y de privación de derechos para las personas de origen palestino, que no serían ciudadanos. Y otra es dejar todo como está: lo que quería Netanyahu. Pero se volvió insostenible porque para formar gobierno en noviembre debió integrar a elementos radicales de la extrema derecha que presionan cada vez más hacia la anexión. Además, Hamas le demostró a Netanyahu que las políticas del statu quo, a largo plazo, son insostenibles en un marco de conflicto. Por lo tanto, a pesar de sus problemas, la fórmula de los dos estados sigue siendo la única que más o menos integra las aspiraciones de ambas partes. Expertos en la cartografía del conflicto, nos demostraron que aún es posible un marco de dos estados con un mínimo de transferencia de población si se desmantelan los asentamientos más pequeños e Israel mantiene soberanía sobre los grandes bloques en Cisjordania a cambio de darle a los palestinos un territorio de superficie y calidad equivalente dentro del territorio internacionalmente reconocido de Israel.
-Al menos cambiaría la geografía del lugar. También las condiciones geopolíticas.
-Absolutamente. Implica que Israel anexaría el bloque sion de asentamientos cerca de Jerusalén, pero le daría a los palestinos un territorio de la Galilea, internacionalmente reconocido como parte de Israel, para la creación de un estado palestino. A nivel físico es posible, a nivel político está la discusión de cómo se genera confianza, sobre todo en los israelíes que entienden que la situación actual, en la que salen beneficiados por la asimetría del conflicto, al ceder en esa asimetría, les genera peligro. Exigiría a palestinos abandonar las posiciones radicales, fortalecidas por el fracaso de la opción diplomática.
-En muchos lugares se toma el conflicto como un River-Boca. O se está con Israel, o se está con Hamas.
-Lamentablemente hay mucho slogan. Una tendencia a simplificarlo, lo que a veces lleva a deshumanizarlo. En ciertos marcos de la izquierda hay una glorificación de la resistencia palestina, que hace que se haga la vista gorda sobre algunos de los crímenes de Hamas, por considerar que Israel representa a EE UU, por lo tanto al imperialismo, y que todo Israel es ocupación. Hay mucho slogan y posicionamientos políticos en base a etiquetas partidarias. Una de las cosas más difíciles de ver a la distancia es que no son bloques monolíticos. Hay israelíes que se oponen a la ocupación y hay palestinos que quieren la solución pacífica.
-Debe ser complejo, intrincado, hoy en día ser judío con una visión que incluya críticas desde un lugar de pensamiento, de profundidad, de análisis.
-Es complejo. Más en épocas de crisis donde se exacerba el nacionalismo, cierto revanchismo, y la voluntad de cerrar filas y que no haya disenso. La comunidad judía es muy diversa, ideológica y socialmente. Hay posturas diferentes. Es un paralelo a lo que pasa en Israel. No todos los israelíes son Netanyahu. Y los judíos de Argentina, tampoco, porque además somos argentinos. Cuestionar esto, plantear que debe haber una única opinión y al mismo tiempo vanagloriarse de que Israel es la única democracia de Medio Oriente es contradictorio: la democracia, justamente, se forja a partir de la diversidad de ideas.