Docente en la Universidad del Valparaíso y ex vicepresidente de la Asamblea Constituyente de Chile, Jaime Bassa Mercado decidió alejarse unos días de su país para «tomar distancia» de un clima bastante difícil luego de la derrota en el plebiscito para una nueva Carta Magna que enterrara la de la dictadura pinochetista. Ante Tiempo, desmenuza algunas de las razones de este clima y esa caída electoral.

–Te fuiste del grupo de rock que tenías. ¿Es parte de una grieta, como le decimos por acá?

–(Risas) Estamos pasando por un momento muy complejo. Hay un ánimo conservador por negar permanentemente los conflictos y las diferencias que atraviesan a la sociedad. Pero esas diferencia porfiadamente están volviendo a la luz. Probablemente con la banda (Rábula) haya pasado esto. Porque el plebiscito radicalizó, polarizó mucho la conversación. Pero un tipo de conversación bien superficial, poco ideológica. No había claridad sobre las cuestiones que estaban en disputa, qué es lo que se jugaba finalmente. Hubo un discurso movilizado por los sectores más conservadores en torno al miedo, a la defensa de la propiedad privada sobre la casa, sobre la educación a los niños. Un discurso del odio que se fue normalizando.

–¿Cómo sigue la historia? ¿Será posible cambiar la constitución pinochetista?

–No sé si el proceso constituyente que se esta desarrollando ahora va a buen puerto, diría más bien que no. Pero si llegara a resultar, yo creo que alumbraría una constitución igual a la que tenemos hoy día, con algunas diferencias que no sean estructurales.

–¿Sentís la falta un respaldo fuerte para otra cosa?

–Yo creo que hace falta más militancia social, organización más permanente, más estable. Porque una constitución debe reflejar algo. Un tipo de práctica que se está normalizando en la realidad social, algún tipo de anhelo, de horizonte que sea posible desarrollar en el mediano plazo. La impresión que tengo ahora es que dada la reacción conservadora que se levantó, las reformas que la Constituyente empujó fueron percibidas mayoritariamente como reformas contraculturales. Que no era necesario hablar de seguridad social en clave solidaria, que el pueblo lo que quería era proteger su propiedad privada sobre sus fondos de pensión. Como que no había que pensar en una vivienda digna a pesar de las miles de familias que viven en campamentos, porque la gente quiere propiedad privada sobre su vivienda. Ahí se generó una distorsión entre lo que tratamos de hacer y la reacción conservadora.

–¿La mayoría de la sociedad chilena piensa así?

–Es difícil saberlo. Nosotros sentíamos que el estallido social de octubre de 2019 tenía una dimensión antineoliberal, porque prácticamente todas sus manifestaciones públicas se expresaban en contra de ciertos elementos característicos del modelo neoliberal: en contra de ciertas formas de acumulación de riqueza, de poder, en seguridad social, en salud, en educación, en vivienda, en trabajo. La propuesta fue antineoliberal un poco en respuesta al estallido.

–Pero en el medio cambiaron las cosas…

–Efectivamente. También es probable que esa subjetividad neoliberal esté mucho más instalada de lo que creíamos. Sobre todo pensando que el plebiscito de entrada de octubre de 2020 y las elecciones de mayo de 2021 fueron con voto voluntario. Votó más o menos la mitad del padrón electoral. Pero el plebiscito de salida fue con voto obligatorio. Se sumaron algo así como 4 a 5 millones, que es casi el 35% del padrón. Gente que no había votado nunca.

–¿Votos conservadores?

–Una de las lecturas es que todavía hay una cierta dimensión destituyente del movimiento social que se manifestó en el plebiscito de entrada, contra Piñera, pero en el de salida hubo quienes votaron contra la Constituyente. En Chile siempre estuvo eso de que hay un centro político que está en disputa y otros dos tercios, uno hacia la derecha y uno a la izquierda. Pero ese centro no quiere cambiar las cosas realmente, las quiere administrar. Quizás no es tan neoliberal y le tira eso de tener grandes empresas estatales, grandes espacios nacionales de construcción de ciudadanía, pero al fin de cuentas no quieren cambiar las cosas. Y además, persiste el discurso del mérito, de la autorrealización personal, de no deberle nada a nadie. La idea de derechos se ha distorsionado hacia la lógica de bienes que se consumen. La lógica del consumo es la que ha impulsado la derecha en estos 50 años en Chile. En esa lógica, el ciudadano deja de ser un sujeto universal y pasa a ser un consumidor. La gran dificultad que tenemos hoy es reivindicar esa dimensión universal de los derechos sociales, la importancia que tiene la solidaridad en la construcción de ciudadanía. Porque en la campaña por el rechazo, la derecha levantó un discurso en clave propietarista para defender la propiedad privada de la vivienda, de los fondos de pensiones, del agua…

–¿Del agua?

–El agua en Chile es privada. Los ríos, los lagos, son privados. Para sacar agua de un río se piden autorizaciones administrativas, derechos de aprovechamiento de agua. El estado te lo entrega gratuitamente en propiedad con independencia de la capacidad del acuífero. El caso es que si el estado lo quiere recuperar, lo tiene que pagar a precio de mercado.

–¿Pero eso alcanzó apoyo en la sociedad?

–Esa es la paradoja. Hubo una campaña en defensa de la propiedad privada expresamente en contra del artículo de expropiación, del articulo del derecho a la vivienda digna –porque no decía «vivienda propia»– y en contra del artículo que hablaba del agua. Nosotros decíamos que el consumo del agua es un derecho humano y que el consumo y el saneamiento es un uso prioritario del agua. El rechazo hizo campaña contra eso expresamente.

Claro, pero recibió apoyo.

–Hay una dimensión propetarista en la campaña del rechazo que logró enganchar con esa subjetividad neoliberal .

–Supieron mejor lo que estaba pasando.

–Mucho mejor que nosotros. Nosotros fuimos quemando etapas una a una, desde la revuelta, el plebiscito de entrada, las elecciones presidenciales, la Constituyente, el plebiscito de salida. La derecha tenía una planificación estratégica del proceso completo, y nosotros no.

–¿De quién fue la propuesta de que el plebiscito de salida fuera obligatorio?

–De la derecha.  «

Con tantos enemigos juntos…y encima llegó la pandemia

«La Constituyente nuestra identificó prácticamente todas las materias en las que había que hacer cambios importantes y pusimos todos esos cambios arriba de la mesa: el Poder Judicial, el sistema político, los derechos, temas de autonomía sexual, los gobiernos locales, los gobiernos regionales. Pero al mismo tiempo».

–¿Estás haciendo una autocrítica?

–No sé si esa es la palabra. Pero probablemente debió tener un diseño distinto que nos permitiera destrabar algunos nudos, avanzar en algunas cuestiones importantes y al resto dejarlas anunciadas. Avanzamos mucho en varias cosas que eran necesarias como derechos laborarles, salud, seguridad social. Pero evidentemente nos ganamos demasiados enemigos. Si uno piensa en el tipo de proceso que se está haciendo ahora, probablemente puedan hacer una constitución, pero sin cambios en la estructura social.  Yo siempre he entendido, como profesor de Derecho Constitucional, que una nueva constitución es una nueva estructura de poder y eso fue lo que empujé en mi campaña y siendo vicepresidente. Pero esas estructuras no se las puede cambiar por puro voluntarismo. Tiene que haber un tipo de organización o movimiento social que acompañe eso. Y eso lo tuvimos desde octubre de 2019 hasta marzo.

–¿Qué pasó después?

–Pandemia… llega la pandemia, llega un proceso de institucionalización de la crisis social –plebiscitos para una nueva constitución, elecciones presidenciales–, la cosa se empieza a normalizar pero en un período donde estábamos todos encerrados en nuestras casas.