El cuerpo del legendario líder de izquierda peruano Hugo Blanco, fallecido hace dos semanas en Suecia, descansa desde este domingo en Cusco, su departamento natal y en el que durante seis décadas libró sus mayores batallas en defensa de los campesinos.
Los restos del trotskista Blanco, de 88 años, llegaron el viernes al país y, tras una despedida en la sede la Confederación Campesina de Perú, de la que fue cofundador, fueron trasladados a Cusco, en donde, siguiendo tradiciones del lugar, fueron “sembrados” en forma definitiva.
Organizaciones campesinas, indígenas, sindicales y populares se movilizaron para despedir al dirigente, lo que contrastó con un silencio de la mayoría de la prensa convencional, que, con algunas excepciones, se limitó a reseñar el deceso de quien fuera guerrillero, constituyente, senador y candidato presidencial.
“Ya vuelves a tu tierra, Hugucha (Huguito en quechua), la Pachamama (la madre tierra) te espera”, dijo como despedida la excongresista Marisa Glave, una de los principales referentes de la izquierda en Perú.
“Te recuerdo compartiendo, escuchando, aprendiendo y enseñando; profundamente humano, y por eso mismo con luces y sombras, con aciertos y con errores, pero siempre con el corazón abierto”, afirmó Glave, quien fue parte de las guardias de honor durante los actos en Lima.
Hugo Blanco, una vida
Blanco nació en 1934 en Cusco, la capital histórica de Perú, en una familia tradicional de clase media. Aunque mestizo, se identificó desde chico con los indígenas quechuas de la zona y se convirtió en la práctica en uno más de ellos.
Un terrateniente marcó con fuego con sus iniciales las nalgas de un peón. Ese hecho, corriente en la época, fue un parteaguas en la vida del entonces niño Hugo, quien, según su propio relato, se dedicó a buscar justicia para los postergados.
Tras terminar la secundaria en el tradicional Colegio Nacional de Ciencias de Cusco (Cienciano), el luego líder de izquierda se fue a La Plata, en la Argentina, para formarse como agrónomo en la universidad. Empero, sumarse a la resistencia contra el golpe a Juan Domingo Perón en 1955 lo hizo salir del país sin terminar la carrera.
En 1958 lideró protestas en Lima contra la visita del entonces vicepresidente de Estados Unidos, Richard Nixon. Militaba en el Partido Obrero Revolucionario, lo que lo vinculó al accionar trotskista, aunque, según admitiría luego, lo hizo sin saber, porque estaba más interesado en la práctica revolucionaria que en la teoría.
En 1962, bajo la efervescencia de la Revolución Cubana, Blanco se vinculó al Frente de Izquierda Revolucionaria, con el que encabezó levantamientos campesinos a favor de la reforma agraria en el departamento de Cusco, lo que se considera el embrión, con características propias, de un movimiento guerrillero.
Involucrado en la muerte de un policía durante la toma de un fuerte -él aseguraba que fue en defensa propia-, Blanco fue encarcelado y procesado. Se le quiso dictar pena de muerte, pero la reacción internacional lo impidió. Condenado a 25 años de cárcel en 1963, fue sin embargo amnistiado en 1971 por el gobierno del general Juan Velasco Alvarado (1968-75).
“En el valle de Lares la explotación era inicua; los trabajadores de un fundo laboraban gratis 12 horas al día, incluyendo a mujeres y niños”, dijo el dirigente durante el proceso, al que convirtió, gracias a sus habilidades como orador, en un foro contra los abusos de los hacendados.
En 1978, Blanco fue elegido miembro de la Asamblea que, con fuerte presencia de la izquierda de diversos matices, redactó la Constitución de 1979. En 1980 terminó cuarto en las elecciones presidenciales, a nombre del Partido Revolucionario de los Trabajadores, tras lo cual tuvo larga presencia como senador de la coalición Izquierda Unida.
La lucha, además del período de prisión, le costó años de exilio en la Argentina, Chile, México y Suecia. Las últimas décadas las pasó en la zona rural de Cusco, dedicado al cultivo de café a baja escala y en medio de complicaciones económicas, sin abandonar su discurso revolucionario ni su estilo de vida a la usanza quechua.
Voces y memoria
“Eran tiempos en que los líderes de izquierda todavía no agarraban a patadas el idioma y la justicia social aún no era una mala palabra”, afirmó sobre los años de brillo de Blanco la periodista Maritza Espinoza, quien recordó que el fallecido era un “rockstar” que generaba pasiones en sus seguidores y obtenía espacio incluso en medios de la derecha.
“Tuvo errores, pero, que se haya sabido, nunca delinquió, y menos hizo alianzas turbias con sus enemigos políticos”, comentó Espinoza, quien coincidió con varios analistas en destacar la consecuencia y la lealtad a los principios como las mayores virtudes del dirigente trotskista, que además cosechó en su tiempo seguidores en otros países latinoamericanos.
Considerado un radical por sus adversarios, incluso dentro de la misma izquierda, Blanco no dio su brazo a torcer ni cambió posturas, incluso cuando las dinámicas políticas las hicieron caer en la impopularidad.
“Estoy completamente en contra del terrorismo, yo creo que a la gente hay que convencerla con palabras; ahora, cuando la gente decide armarse para defenderse, bueno, eso es autodefensa”, afirmó en una entrevista sobre su posición frente a la lucha armada.
Casi nonagenario y con diversos problemas de salud, Blanco viajó a Suecia para reunirse con hijos y nietos que nacieron en ese país, pero allí el cuadro médico se agravó y no pudo regresar con vida. Con complicaciones al no tener cobertura social sueca, la familia tuvo incluso que recurrir a la solidaridad de amigos y seguidores.
En países como Francia y Suecia, pequeñas concentraciones honraron en estos días la memoria de Blanco, mientras diversas personalidades, organizaciones y foros rendían tributo a una lucha que quedó plasmada en imágenes en el documental de cine “Hugo Blanco, Río Profundo”.
La ceremonia de entierro de los restos, conocida en la zona como “sembrado”, concretó el explícito anhelo del líder de que su cuerpo quede para siempre en la región que tuvo en su suelo al epicentro del Imperio Inca.