El 27 de mayo pasado el responsable ideológico y político de las mayores atrocidades cometidas en América Latina por tropas militares contra sus propios pueblos cumplió 100 años. Hace justo medio siglo, Henry Kissinger llegaba a sus 50 como hacedor del diseño de la respuesta criminal a la llegada al poder de gobiernos democráticos que buscaban caminos alejados de los designios de Washington y no abjuraban de la Revolución cubana.
Este académico de Harvard y Georgetown, nacido en Alemania y emigrado con su familia a Estados Unidos en 1938 por la persecución nazi, estaba en la cúspide de su carrera. Un par de años antes, como Consejero de Seguridad Nacional, había logrado acercar a Richard Nixon con Mao Zedong en la China comunista. Una jugada maestra que cambió ese tramo de la historia y puso una cuña con la Unión Soviética, la otra potencia socialista.
Con ese antecedente, logró convencer al presidente republicano de que lo mejor que podía hacerse con la aventura en Vietnam era reconocer que no había forma de ganar esa guerra y que nada tenían que hacer los ejércitos estadounidenses en el Sudeste Asiático. Por esa movida, le dieron el Premio Nobel de la Paz en diciembre de 1973 junto con el líder revolucionario vietnamita Le Duc Tho.
Si algo resultó barrido bajo la alfombra en ese galardón fue el rol que había cumplido Kissinger en el golpe que ese mismo año llevó al poder a Augusto Pinochet en Chile, una obsesión personal desde que el médico socialista Salvador Allende llegó a la Casa de la Moneda por los votos populares, en septiembre de 1970. Y en el que los militares uruguayos habían protagonizado unos meses antes en el “paisito” oriental.
El centenario de Kissinger lo encontró celebrando como un anciano venerable en China, donde en 1971 había construido el éxito que lo catapultó a ocupar el cargo de Secretario de Estado con los gobiernos de Nixon y Gerald Ford y básicamente lo convirtió en un estratega respetado en todo el mundo occidental. En Beijing fue recibido por el presidente Xi Jinpin como un amigo. Cumplía tareas diplomáticas presuntamente “por las suyas” de acercamiento entre el gobierno chino y el de Joe Biden.
Kissinger es hoy día extremadamente crítico de la política exterior de la administración demócrata, a la que cuestiona su responsabilidad en la guerra en Ucrania y por la ceguera en enemistarse con China. Incluso recomienda reconocer que Estados Unidos ya no es una potencia hegemónica y actuar en consecuencia.
Aquellos sus “amigos” de los años de plomo en América Latina en mayor o menor medida debieron hacerse cargo de sus actos. Él salvó el pellejo, parece inoxidable y ni siquiera tuvo que responder ante un tribunal por la barbarie que impulsó en nombre los valores “occidentales y cristianos”. Y sigue dando consejos en su patria de adopción como si fuera un gurú.
En El juicio de Henry Kissinger, el inglés Christopher Hitchens detalla algunas perlas en su historial: “reclutó a los kurdos iraquíes para tomar las armas contra Saddam Hussein entre 1972 y 1975 que luego fueron abandonados y exterminados cuando Hussein suscribió un pacto con el Sha de Irán (…) manipuló para encubrir política, militar y diplomáticamente el apartheid en África del Sur (lo que) incluye las consecuencias increíbles de la desestabilización de Angola (…) a principios de la década de los 1980, presidió la Comisión Presidencial sobre América Central (donde proliferaron los escuadrones de la muerte) (…) el asesinato deliberado y masivo de poblaciones civiles en Indochina y la planificación del asesinato de un presidente de una nación democrática ‒Chile‒ con el que los Estados Unidos no estaba en guerra”. Y esos son apenas los más notorios.
Material desclasificado que recopiló el estadounidense Peter Kornbluh – director de los proyectos de documentación sobre Chile y sobre Cuba del National Security Archive- revelan una reunión clave de Kissinger el 12 de setiembre de 1970 con el director de la CIA, Richard Helms, en el que se habla de la preocupación que comparten con Agustín Edwards, dueño del diario El Mercurio, por el futuro del país. Una semana antes Allende había salido primero en la elección presidencial, por apenas 1,7% de diferencia sobre el segundo, Jorge Alessandri, del conservador Partido Nacional, en una elección de tres tercios con Radomiro Tomic, de la Democracia Cristiana. El plan forzar a que el Congreso rompierea una tradición y no eligiera al candidato marxista en el pleno del 22 de octubre. “No podemos dejar que Chile se vaya por el desagüe”, sintetiza Kissinger. Esa vez no pudo, logró su objetivo tres años más tarde.
Otros tres años más tarde haría lo propio en Argentina, el 24 de marzo de 1976. Y con todos los gobiernos alineados, el Plan Cóndor -creado con su anuencia a fines de 1975- las dictaduras militares avanzaron en un operativo de exterminio comparable al que en 1938 había provocado el exilio de los Kissinger.