Mientras se disipan las posibilidades de producirse un impeachment en Brasil, la contienda política se perfila a definirse en las presidenciales de octubre del año que viene. En ese escenario, el ex-presidente Luiz Inácio Lula da Silva despliega un «jogo bonito» que parece ganar por goleada en todas las encuestas, incluso con posibilidades de triunfar en primera vuelta. Ante esta situación, Jair Bolsonaro intenta embarrar la cancha regando de dudas el terreno electoral, sosteniendo que el voto con urna electrónica propicia un «fraude» que según él fue detectado, no denunciado, en las elecciones de 2018, algo que sostiene sin pruebas el mandatario brasileño.
El planteo de Bolsonaro es un manotazo de ahogado frente al desplome de su popularidad, que ha caído al 24% contra más del 50% de rechazo, provocado por la crisis sanitaria que se proyecta con 600 mil muertes y se profundiza por las denuncias de corrupción en torno a compras de vacunas contra el COVID-2019. No obstante, continúa con su obstinado negacionismo ante el coronavirus, encabezando marchas con motoqueros sin barbijos, y arremetiendo con una desaforada verborragia, incluso insultando a representantes del poder judicial, cómo lo hizo contra el magistrado titular del Tribunal Superior Electoral (TSE), Luis Roberto Barroso, a quien llamó «hijo de puta» y «defensor de terroristas», como parte de la contienda pública que sostienen por el debate frente a la embestida al sistema electoral que hace Bolsonaro. Además, profundiza el ataque a través de un ejército de trolls que intenta minar los comicios del año que viene.
Las posibilidades de un impeachment no prosperan sencillamente porque ni la derecha ni la izquierda pueden controlar el proceso. Un desplazamiento de Jair Bolsonaro podría dejar en el gobierno a su vicepresidente, Hamilton Mourão, y con ello a las Fuerzas Armadas, que ya controlan parte del gobierno. Por eso, la perspectiva electoral se proyecta en el camino. Y si bien la prospectiva muestra a Lula como el principal referente para ganar esas elecciones, el interrogante se plantea en si el establishment aceptaría una victoria del petista, en tanto no encuentren un candidato que le dispute y tengan que optar por él en un ballotage. De no ser así, tendrán que pergeñar algunas acciones que eviten el regreso de Lula, en un escenario en el que entre la demencia de Bolsonaro y la «cordura» de las Fuerzas Armadas, podrían volver a cercenar la democracia brasileña.
Atento a ello, el mismo Lula es consciente que tiene que buscar seducir al centro político. Más allá que el espectro de izquierda propicia una fórmula que sume a Manuela D’Ávila o Guillerme Boulos como candidatos a la vicepresidencia, dando paso a un recambio generacional, el líder petista intenta abrir el compás y articular un especie de alianza antinazi, que necesariamente incluye al centro político, por eso sus encuentros con Fernando Henrique Cardoso, principal referente de la centro derecha. Con ese desafío, Lula intenta hacer pie en el lodazal impuesto por el facineroso de Bolsonaro. «