La elección como sede de la Unasur de Ecuador, y más concretamente de Quito, tenía un interesante sentido simbólico. Por allí pasa el círculo máximo del eje de rotación de la Tierra. Es la Mitad del Mundo, el paralelo 0º, donde el planeta se divide por una línea equidistante de los polos. A ambos lados de esa traza imaginaria cambia el sentido del giro de una corriente de agua que fluye al sacar el tapón de una pileta en función del llamado Efecto Coriolis, bautizado así por el científico que lo describió en 1836, el francés Gaspard-Gustave Coriolis.
Como una maldición del destino, la suerte de Ecuador y de la región fluctúa según algún efecto aún no descripto pero que tiene todas las características del Coriolis. O sea, apenas uno se mueve un poquito al norte o al sur, cambia el sentido de los gobiernos, de las políticas económicas, de las alianzas exteriores.
Lo padeció Rafael Correa, cuando en 2017 dejó el poder en manos de su elegido, Lenin Moreno, quien había sido su vicepresidente y al que pidió votar como una continuidad del proyecto que encabezaba desde que en 2007 asumió el gobierno y modificó las reglas de juego, entre ellas la Constitución. Fue Correa uno de los impulsores de la Unasur, junto con ese “seleccionado de estrellas” que gobernó el subcontinente desde el 2003 hasta el 2015.
La llegada de Mauricio Macri en diciembre de ese año cambió el sentido de giro. Si bien ya en Paraguay se había producido el derrocamiento legislativo de Fernando Lugo, no sería hasta la destitución de Dilma Rousseff, en 2016, que ese efecto se hizo más evidente. Luego vendría otra catástrofe con la llegada de Jair Bolsonaro al Palacio del Planalto, en 2018.
A esa altura, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú dejaban la Unasur, siguiendo a Lenin Moreno, que reclamó la devolución del soberbio edificio diseñado por Diego Guasayamin y a punto estuvo de mandar al horno la estatua de Néstor Kirchner, ahora en el hall del CCK en Buenos Aires.
Correa, Lula, Cristina Fernández resistían entonces los embates del sistema judicial contramayoritario diseñado para bloquear a líderes y políticas populares. Correa fue condenado por delitos de corrupción a ocho años e inhabilitación para ocupar cargos públicos. Exiliado en Bélgica, si pisa suelo ecuatoriano puede terminar entre rejas.
Entre los puntos destacables de la Constitución correista figura el artículo 148, que establece la muerte cruzada. Guillermo Lasso alegó “grave crisis política y conmoción interna”, una de las causales. Él es uno de los banqueros beneficiados por la dolarización que en 2000 salvó al sistema financiero y aumentó la pobreza y la dependencia, y estaba sometido a juicio político acusado de delitos contra la administración pública. En febrero, el correísmo había ganado en las elecciones distritales y se había impuesto en las alcaldías de Quito y Guayaquil.
Se cumplía aquel viejo apotegma de Juan Perón. Volvían quizás no por haber sido demasiado buenos, “sino porque los que nos sucedieron fueron muy malos”. Pero Correa también está proscripto y exiliado. En los meses que le quedan a Lasso tiene tiempo para terminar por decreto el plan neoliberal comenzado con Moreno. O cargar la pileta de modo que al sacar el tapón el agua siga girando en el mismo sentido y no vuelva a dispararse un tiro para el lado del progresismo.