En la década del 70, casi toda Latinoamérica vivía bajo cruentas dictaduras, puestas ahí por el Imperio para que desempeñara un rol en la reconfiguración del capitalismo mundial, que pasaba de su fase productiva a su fase exclusivamente financiera.
El analista Perry Anderson sostiene que en Venezuela no hacía falta pagar el precio de una dictadura, porque la alternancia entre los dos partidos tradicionales alcanzaba para garantizar aquellos objetivos. La riqueza petrolera del país con mayores reservas mundiales era propiedad de las transnacionales más poderosas, al precio de la pobreza generalizada.
Es ese sistema hipócrita el que entró en crisis en 1989 y generó la rebelión encabezada por el comandante Chávez en 1992. Chávez fue preso por el sistema pero legitimado por su pueblo, hasta que en 1998 fue electo por una mayoría abrumadora que se mantuvo hasta su muerte.
Chávez, como Fidel, llegó para cambiar la lógica geopolítica y social de su país, pero también para irradiar ese cambio sobre todo el continente. Junto a Lula y a Néstor Kirchner diagramó un eje de integración energética entre los tres grandes polos del continente, las reservas petroleras del Orinoco, la biodiversidad de la Amazonia y la riqueza integral atesorada en la cuenca del Plata y la pampa húmeda. Lo pensó en términos físicos a través de un oleoducto y en términos políticos a través de un eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires, que se expandió a otros gobiernos populares de la región y logró el rechazo al proyecto del ALCA de George Bush.
A partir de ello, se diseñó la Unasur, que resolvió pacíficamente conflictos fronterizos y desactivó golpes de Estado. La Unasur impulsó junto a los países centroamericanos y del Caribe la formación de la CELAC, que entre otras cosas hizo propia la causa anticolonial de la Argentina por la soberanía de las Islas Malvinas. Gracias al impulso de Chávez para crear Petrocaribe, se generaron inversiones productivas en los países de la zona, que mejoraron su desempeño económico y volcaron a favor de la descolonización del Atlántico Sur. Creó el ALBA y el Sucre, una moneda regional que suple la utilización del dólar, y con ello atempera la dependencia financiera.
Cuando la Argentina se vio impedida de crédito luego del default de 2001, fue Chávez quien auxilió a nuestro país con tasas accesibles. Y ni qué hablar de la ayuda financiera en los primeros tiempos de Evo Morales.
La tarea del comandante Hugo Chávez en el proceso de autonomización política y económica de la región, respecto del Imperio que la había explotado históricamente, es tan evidente y ostensible que nos exime de mayores detalles. Quien no lo vea es porque no quiere, pero no porque no esté al alcance de sus ojos. Lo que sucede es que justamente, por haber sido el primer impulsor, y luego el protagonista junto con los otros líderes latinoamericanos que fueron sus contemporáneos, de cuestiones tan importantes, le vale el precio de ser demonizado por la prensa internacional y los grandes conglomerados que la sostienen. Ellos no pueden tolerar que la revolución bolivariana sea un faro de respaldo a las grandes causas.
De ahí nuestra gratitud, de ahí nuestra fidelidad. Todo error o deficiencia que pueda tener el gobierno bolivariano será objeto de debate y de enmienda, porque no somos ciegos, pero al mismo tiempo será menor al lado del lugar que tenemos que ocupar en su defensa. Nadie nos confundirá en cuanto a distinguir lo central de lo derivado, una ley fundamental en la política y en la vida. «
*Legislador del Parlasur