Los golpes de Estado cambian de forma. Ya no usan botas, ni uniforme. Tampoco armas de guerra. Pero triunfan, como acaba de triunfar en Brasil. Dilma Rousseff fue destituida de la presidencia de Brasil, tras un fallo en el Senado brasileño que puso fin a 13 años de gobierno del PT, gobiernos (todos) elegidos democráticamente.
«Una mayoría de 61 senadores se pronunciaron en favor del sí», señaló el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lewandowski, a cargo de supervisar el juicio político contra Rousseff, que fue impulsado por una oposición brasileña dispuesta a utilizar la mentira y los medios para conseguir el poder que no le dieron las urnas.
Rousseff fue la primera mujer que llegó a la presidencia de Brasil, y estaba suspendida desde mayo tras ser acusada de manipular las cuentas públicas para asegurar su reelección en 2014 y continuar con esa práctica al año siguiente.
La presidencia, ahora, quedará en manos del derechista Michel Temer, de 75 años, quien ya ocupaba el cargo provisorio desde la suspensión de la presidenta elegida por el voto popular. Temer asumirá también por el voto, pero de apenas 81 senadores.
Temer, del PMDB, prestará juramento ante el Parlamento antes de viajar a China para la cumbre del G20, donde pretende participar ya con el título oficial de presidente extraído a Dilma.
El lunes, en su defensa en el Senado, Rousseff había advertido que la de este miércoles sería «la elección indirecta de un gobierno usurpador». Acusó a Temer de orquestar el golpe de Estado y se defendió de las acusaciones.
Dos días después, el golpe estaba realizado. Dilma Rousseff dejó la presidencia de Brasil.