Nunca hay un solo motivo para explicar un resultado electoral. Sobre todo, en estas presidenciales peruanas que se definieron con una luz de 40 mil votos en 18, 8 millones votantes.
El profesor Pedro Castillo hizo una excelente elección. El primer motivo a considerar es el hartazgo de la sociedad sobre el elitista sistema político imperante. El modelo brutal que hace que Perú sea un país rico con una población extremadamente pobre: los números macroeconómicos del país son, justamente, ejemplares para los neoliberales. Ese sentimiento de injusticia acumulado durante años se expresó con fuerza el pasado domingo.
Además de la personalidad y el estilo, fue determinante la historia de Castillo. Un dirigente sindical, líder de la gran huelga en 2017, y rondero: la ronda campesina es una tradición en los Andes peruanos de autodefensa, contra el abigeato y los abusos de los que más tienen; al punto que gobiernan en muchas comunidades ante la ausencia del Estado. El pueblo del Perú profundo lo ve como uno de ellos en contraposición a la aristocracia limeña que la consideran la responsable de su difícil situación.
Otro motivo es la fuerza que tenía atrás. Los docentes, los ronderos y gran parte del pueblo que ve en él la posibilidad de romper algo que parecía imposible: que gente como ellos, los ignorados, los humillados, los cholos, los serranos, pudieran llegar a gobernar este país. Además, Castillo tuvo un discurso duro, confrontativo, con el establishment, planteando la reforma de la Constitución, una segunda reforma agraria, la nacionalización de los recursos estratégicos y el aumento de los presupuestos de educación y salud del 3% al 10% del PBI.
Y, finalmente, pesó el apoyo de la líder del centro izquierda, Veronika Mendoza, y su gente, que, luego de una floja elección en primera vuelta, no dudó en poner toda su fuerza, para trabajar en pos del triunfo de Castillo. Aun con las diferencias entre ambas corrientes que se advirtieron claramente en la primera vuelta, tuvieron la virtud de lograr la unidad.
Ahora el desafío será enfrentar las dificultades que se presentarán. El fujimorismo se mantiene como una fuerza poderosa con una numerosa bancada que, junto a sus aliados, tiene en el Parlamento, característica que utilizó para desestabilizar permanentemente a los gobiernos. Además, tiene un accionar mafioso que aplica desde los años 90, estando en el gobierno o en la oposición. Posee una base popular importante gestada en su momento a partir de la política que produjo Fujimori padre con prebendas, con demagogia, con un gran parecido a lo que en Argentina representó el menemismo. Por otra parte, la población le reconoce la lucha que mantuvo contra Sendero Luminoso, una fuerza terrorista que persiguió salvajemente al campesinado. Los grupos poderosos, muy concentrados en Perú, aprovecharán a esta fuerza para hostigar desde el comienzo al nuevo gobierno.
Entonces, tiene significación la pregunta: ¿para quién gobernará? Se le presentan dos opciones. O gobierna para el pueblo que lo eligió o para las elites. Estas tratarán de hacer notar que por el poco margen con el que ganó deberá dejar sus reivindicaciones y planteos de campaña y ser un gobierno de “unidad nacional”. Recordemos que Castillo planteó la reforma constitucional y mantuvo un discurso duro para los privilegios que tienen los grandes grupos económicos y prometió gobernar para el pueblo, esas propuestas lo llevaron a la presidencia.
La otra opción, la más virtuosa, la más válida, también la más difícil, parece ser seguir los pasos que Evo Morales concretó al arribar al Palacio Quemado. Una opción soberana y genuina apoyándose en el pueblo, así como en los gobiernos populares de América Latina, para enfrentar a los grandes grupos económicos. Allí nace la esperanza que tiene el pueblo peruano y por lo que le dio su respaldo a Pedro Castillo.
Todo el movimiento popular de la región estará atento para estrechar lazos y colaborar para que ese gran cambio que anhela y requiere el pueblo peruano se haga realidad.