La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, a principios de este año, implicó un giro de 180 grados en la política de apertura hacia Cuba del presidente Barack Obama iniciada en diciembre de 2014 con el histórico llamado a Raúl Castro. Los sucesivos desplantes y argucias desde entonces para denostar al gobierno de la isla se toparon ahora con otro traspié, a pocas semanas de la nueva derrota en la votación de la Asamblea de la ONU contraria al bloqueo económico. Especialistas de varios países del mundo, incluidos algunos de Estados Unidos, determinaron que no hay evidencias de ataques acústicos en la embajada de ese país en La Habana, como aseguraba la administración de Trump para justificar el cambio de rumbo.
Como se recuerda, Trump pateó el tablero con varios de los acuerdos internacionales. Algunos de ellos, como el acuerdo Transpacífico o el de América del Norte, dejaron un tendal de gobiernos literalmente pedaleando en el aire. En el caso de Cuba, Trump endureció medidas que había pugnado por ir disolviendo el expresidente, quien había llegado a reconocer que la política hacia el gobierno de la Revolución encarada desde 1961 había sido un fracaso.
Por eso no llamó la atención que uno de los caballitos de batalla en esta nueva tendencia fueran las denuncias de que miembros de la delegación diplomática en la capital cubana, reabierta en 2015 luego de décadas de congelamiento de relaciones, hubieran sufrido ataques sónicos que causaron daños físicos de gran magnitud. La amenaza de romper nuevamente relaciones creció cuando Trump expulsó a varios integrantes de la delegación cubana en Washington.
En tal sentido hubo dos interpretaciones que fueron tomando forma en esos meses. Por un lado, en la cancillería cubana se especuló con que la controversia que Trump desató con el establishment estadounidense y el enfrentamiento con el Congreso, incluso con sus propios correligionarios del Partido Republicano, convirtieron en claves a los votos anticrastristas de Florida. De allí a volver a la vieja retórica «gusana» para obtener apoyos legislativos a sus propuestas o evitar un juicio político como muchos amenazan.
Pero además, y como una suerte de continuidad con este escenario, se acercaba la fecha de una nueva votación en la ONU para exigir el levantamiento del bloqueo económico contra La Habana. El año pasado, en una decisión histórica también, la administración Obama decidió abstenerse de votar, arrastrando como es costumbre, a Israel. Fueron 192 votos a favor del planteo cubano contra dos abstenciones. Para Obama era un argumento a favor de que el Capitolio aprobara el levantamiento, cosa a la que se niegan los republicanos y algunos sectores de la derecha demócrata. A pesar de que hay lobbies empresariales que señalan las posibilidades de negocios que se abrirían con la isla.
De haber prosperado la denuncia de Trump sobre los supuestos ataques acústicos, hubiera llevado a otros gobiernos a cambiar su postura de 2016 en apoyo del deseo estadounidense. Pero de entrada el magnate chocó con dos inconvenientes para coronar su estrategia. En primer lugar, la prensa le es hostil y él no ceja de desafiarlos, lo que le quitó el sustento mediático con que contaron otros gobiernos en contra de Cuba. En segundo lugar, nunca aparecieron pruebas evidentes del ataque ni hubo posibilidad de entrevistar a las presuntas víctimas. De tal manera, a principios de mes, la votación en la ONU fue nuevamente categórica que favor de Cuba: 192 a favor y dos en contra. Por supuesto, Estados Unidos e Israel.
Ahora, especialistas convocados a un foro online para analizar junto con un comité cubano las implicancias de aquella denuncia llegaron a una conclusión que desbarata los planes del gobierno de Trump. No hay evidencias de ataques acústicos y si hubiera habido un hecho como ese, todo habría sido tan claramente visible que no se lo habría podido ocultar a la población.
Así, según el psicólogo del Laboratorio de Percepción y Cognición Auditiva de la Universidad de Minnesota, Andrew Oxenham, la enfermedad y la pérdida de audición que alega Washington no pueden estar relacionadas con un sonido. «No hay forma de que un dispositivo acústico cause daño usando sonidos inaudibles» señaló Oxenham, explicando a continuación que es imposible estimular al oído interno de una manera que ocasione lesiones, cuando la única forma sería a través de una distorsión».
Para ser más claro, esa distorsión sería perfectamente audible y se necesitarían parlantes de gran tamaño para lograr ese efecto. Y en este rubro Estados Unidos es quien más avanzo en ese tipo de ataques. Así lograron desalojar al derrocado presidente panameño Manuel Noriega de la residencia del nuncio católico en Panamá, en diciembre de 1989, con música heavy metal a todo volumen por dos días. Igual hicieron en la embajada brasileña en Honduras para que dejara la residencia el derrocado presidente salvadoreño, Manuel Zelaya, en setiembre de 2009.
El comité que analizó el caso cubano buscaba un intercambio de pareceres sobre las denuncias estadounidenses y tomó el caso de los 24 afectados y lo que trascendió a la prensa sobre su estado de salud. El neocelandés Robert Bartholomew, que escribió «¡Brote! La enciclopedia del comportamiento social extraordinario», se inclinó por considerar que pueden existir víctimas de algún tipo de malestar, pero que más bien los síntomas -fuertes dolores de cabeza y mareos- pueden deberse a una «histeria masiva».