“La gran masa de población mundial opuesta a estos programas puede ser categorizada como ‘antiglobalización’. La fuerza de la ideología y del poder es de tal magnitud que la gente acepta incluso esta designación ridícula (…) Ninguna persona en su sano juicio se opondría a la globalización. La cuestión es en qué forma se adopta”. (Noam Chomsky, El proceso llamado globalización)
Aunque se diga lo contrario, el modelo de globalización que triunfó hace más de tres décadas no podría haber existido sin la aplicación de medidas proteccionistas por parte de sus creadores y principales beneficiarios: los estados más ricos y poderosos del mundo. Estos diseñaron un orden internacional con reglas bien determinadas y amparadas en una subyacente, aunque manifiesta relación desigual.
Las megacorporaciones e instituciones financieras se hicieron cada vez más dependientes de la tutela estatal para poder minimizar los riesgos y costos de su desmesurada expansión. Tal como retrata Chomsky en el texto ya citado, las normas establecidas por la Organización Mundial de Comercio prohibieron, precisamente las medidas que habían tomado todos los países ricos (Inglaterra, Estados Unidos, Japón, etc.) para alcanzar su nivel de desarrollo actual. Desde las restricciones para la obtención de patentes en materia de innovación hasta la imposición de precios monopólicos globales fueron decididas por representantes gubernamentales provenientes de un pequeño puñado de países.
No obstante, en el resto del mundo el proteccionismo fue censurado. Teniendo en cuenta las mencionadas excepciones, para el sistema de integración neoliberal el Estado significaba un verdadero problema, ya que tenía el potencial de obstaculizar lo que, a la larga, fue aplicado con bastante éxito: el desmantelamiento indiscriminado de ramas de la industria, la reprimarización de economías, la privatización de empresas, la destrucción de hábitats enteros.
A partir de la crisis financiera de 2008 las potencias occidentales comenzaron a abandonar los principios de ese orden internacional que habían fundado. Los pilares de la globalización mostraron sus primeros signos de debilidad frente al crecimiento de algunos países (principalmente China) que no se esperaba ocuparan el podio de agraciados. Producto de esta situación el proteccionismo aumentó. Los Estados priorizaron la salvaguardia de su capital nacional, cerraron cada vez más sus fronteras (a personas y productos foráneos), el multilateralismo empezó a ceder ante el avance del bilateralismo… y llegó la pandemia.
El sistema globalizador vigente está en crisis y el contexto recesivo provocado por el avance del covid-19 promete acelerar el proceso. Ni los países pobres que sufrieron por décadas las consecuencias del neoliberalismo, ni las potencias que, paradójicamente, fueron alimentando una creciente inequidad dentro de sus propias fronteras podrán prosperar en este escenario sin la intervención de sus Estados. Será a través de lazos de cooperación y resistencia. Será por medio de la competencia descarnada o incluso de la fuerza. Las fichas están sobre el tablero.