Esa noche comenzaba formalmente la veda de encuestas. Una fuerza progresista contra siete de un abanico de derecha integrada de diversos matices, pero todas enemigas confesas del progresismo: cualquier semejanza de Ecuador con muchos otros países de la región no es mera casualidad.
Y a Luisa González, la encarnación diferenciada de Rafael Correa, le adjudicaban la factibilidad de ganar en primera ronda. Tampoco es casualidad: el correísmo, la Revolución Ciudadana, viene acumulando victorias resonantes en las últimas elecciones y, de hecho, este mismo año obtuvo los municipios de Quito (Pabel Muñoz, a quien muchos consideran el más cabal sucesor de Correa) y Guayaquil (Aquiles Álvarez). La capital política y el puerto más importante, nada menos.
Parecía incontrastable el regreso de esa izquierda moderada que levantó a Ecuador, que bajó el nivel de desigualdad, que lo modernizó, que no pudo con la dolarización pero inyectó una mirada progresista en la economía nacional.
Pero esa noche, uno de los siete, Fernando Villavicencio, probablemente la mayor promesa de continuidad del desmoronado actual gobierno de Guillermo Lasso; a la vez al candidato al que cuidaba un verdadero ejército, el más amplio, fue cocido a tiros en plena calle, tras un mitin partidario. A sólo 10 días de las elecciones. Desde entonces miles y miles de gentes del común volvieron a usar chalecos antibalas y cascos incluso para salir a la vereda.
La violencia no empezó a esa hora. Pero se intensificó exponencialmente el clima de inseguridad en un país cooptado por el narcotráfico, con dos datos significativos: el trabajo de las bandas tradicionales en la extrema pobreza de amplias regiones del país y el intrincado proceso de migración de algunos carteles producto de las políticas de los gobiernos de Petro y de AMLO en Colombia y México. Ecuador es un colador narco (lo admiten todos los analistas) en especial en su costa del Pacífico.
También en ese instante se desató una avalancha demoledora culpando de la violencia política al correísmo. La prensa hegemónica activó todo su decisivo poder de fuego. Incluidas fake news. El espejo del caso Nisman devuelve una imagen patética.
Conclusión: Luisa González ya no ganaría en primera vuelta. Es un delirio pensar que el correísmo, o cualquier fuerza a centímetros de la victoria resonante se pegue un tiro en los pies. Pero no siempre el voto popular es el reflejo de esa lógica.