Levar las situaciones al límite para luego retroceder, dar señales contradictorias que sólo crean confusión y profundizan la volatilidad de escenarios marcados por intervenciones armadas y guerras de sanciones como estrategias preferenciales, parecen ser la tónica de la actual política exterior de los Estados Unidos, acompañada por un profundo desprecio por el Derecho Internacional y los acuerdos firmados.
El asesinato de Qassam Soleimani, comandante de la fuerza de élite Quds de la Guardia Revolucionaria de Irán, el estratega que logró afianzar la influencia de este país en el Medio Oriente ampliado, ejecutado por un dron en territorio iraquí por expresa orden de la presidencia de los Estados Unidos, es un ejemplo extremo de esa estrategia. El hecho, de suma gravedad, ha abierto una serie de escenarios complejos en medio de la complejidad ya existente en la región y más allá de ella.
Su ejecución, sugerida por el Departamento de Estado y justificada apelando a la peligrosidad de Soleimani y sus planes que iban a poner en peligro la seguridad de los Estados Unidos, obedece a una lógica interna, la de reforzar la figura presidencial de cara a dos eventos, el proceso en acto para llegar a un impeachment, aunque un tanto improbable, fogoneado por los demócratas y las próximas elecciones presidenciales. La estrategia de Donald Trump es presentarse como un hombre fuerte que se confronta además con los errores de la administración demócrata de Barack Obama que hizo concesiones a países como Irán, con el cual llegó a un acuerdo en el campo de lo nuclear.
El acuerdo, Plan de Acción Integral Conjunto, firmado en el 2015 con el aval de Rusia y China, por Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Alemania e Irán sobre el control de la producción y uso de la energía atómica para fines pacíficos de parte de este último, habría sido irrespetado por Teherán según el actual presidente. Sobre esta base Trump tomó la decisión de salirse unilateralmente del plan, violando de esta forma normas internacionales y de aplicar sanciones que estrangulan económicamente al país persa, dando inicio a una crisis que se fue profundizando.
Irán es un país con peso específico propio. Rusia invitó a sus emisarios a participar de la mesa de negociaciones para el establecimiento de la paz en Siria, iniciadas oficialmente en el 2017 en Astaná, Kazajistán con la presencia de distintos sectores involucrados en la lucha.
En el conflicto, Irán sostuvo a las milicias chiitas de Hezbollah, grupo calificado de terrorista por los Estados Unidos, en el sur de Siria en apoyo al gobierno de Bashar al-Assad y en la lucha en Irak en contra del Estado Islámico. Estas milicias se encuentran además asentadas en el Líbano donde formaron un partido político que ha mantenido su propio brazo armado.
La influencia iraní inquieta a Israel, aliado incondicional de los Estados Unidos y a las monarquías petroleras, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos que han establecido una relación de interés mutuo con el país hebreo y que disputan a Irán el liderazgo en Medio Oriente, respondiendo a los intereses de los Estados Unidos que tenían planeado retirarse de la región dejando en manos de sus aliados, incluidas las fuerzas occidentales, la responsabilidad de defenderlos.
Esos intereses no se basan sólo en la cuestión petrolera, ya que los Estados Unidos han llegado a ser independiente del suministro medio-oriental. Se trata de establecer zonas de influencias que contrarresten la expansión de otros países que podrían llegar a disputar un liderazgo que ya ha sufrido serios embates a partir de la crisis financiera del 2008.
Un medio chino ha avanzado la hipótesis de que el conflicto con Irán es un tiro por elevación en contra del expansionismo comercial del país asiático, gran competidor de los Estados Unidos, que ha condenado al igual que Rusia el asesinato de Soleimani. China mantiene con Irán una serie de compromisos comerciales, y necesita asegurarse la estabilidad de este país por donde pasa la Ruta de la Seda terrestre, vía comercial con sus troncales que ya por los distintos conflictos en la región, tuvo que ser desviada de su original e histórico trayecto, el de Marco Polo, hacia las ex repúblicas soviéticas de Asia Central para llegar al corazón de Europa.
Una Europa que mira con espanto esta crisis que parecía haber desescalado, pero que vuelve a emerger por las acciones armadas en distintos territorios y por el accidente del Boeing alcanzado por un misil. Algunos países sólo atinan a pedir a Irán de no abandonar, como anunciado por el gobierno persa, el acuerdo nuclear, por el temor que en los años venideros el país llegue a tener armamento atómico.
El futuro es incierto, pero presagia la multiplicación de las confrontaciones en una región devastada, donde los conflictos parecen haberse eternizado, como en Siria, Irak, Yemen, pero que podrían extenderse hacia otras latitudes. Las señales ya están y mientras la OTAN se va alineando a la lógica de Trump, la comunidad internacional a través de sus organismos multilaterales da muestra de inoperancia e incapacidad para intervenir poniendo paños fríos a situaciones que pueden escaparse de control con resultados catastróficos. «