El domingo pasado un atentando en una calle peatonal muy concurrida de Estambul mató a seis personas y dejó más de 80 heridos. El gobierno de Turquía culpó enseguida a las Unidades de Protección Popular (YPG), las milicias kurdas que combaten al Ejército turco en el norte de Siria, y al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), una fuerza ilegalizada en el país y considerada terrorista por EE UU y la Unión Europea tras la insistencia de Ankara.
Al mismo tiempo, el ministro del Interior de Turquía rechazó las condolencias de la Casa Blanca. «Tenemos que cuestionar nuestra alianza con un estado que desde su propio senado alimenta la región terrorista. Los peones no son importantes. Los responsables son los que alimentan al PYD», dijo Suleyman Soylu en referencia a la alianza entre EE UU y las milicias kurdas para luchar contra el Estado Islámico. Ankara siempre desconfió de esa relación y el expresidente Donald Trump consintió a su socio de la OTAN retirando a las tropas estadounidenses del norte de Siria a finales de 2019.
El pueblo kurdo, sistemáticamente perseguido por Turquía, aspira a crear un Estado independiente propio. Ankara lleva un siglo evitando esto, así que la culpabilidad de las YPG y el PKK es obvia y hasta conveniente para el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, sobre todo cuando el país no sufría un atentado en cinco años, en su mayoría cometidos por el EI y una autodenominada disidencia del partido kurdo proscrito, los Halcones de la Libertad del Kurdistán. Ankara bombardea las zonas kurdas del norte de Siria para impedir la potencial expansión de Rojava, como se conoce al protoestado kurdo establecido en frontera sur de Turquía. Erdogan dice que los kurdos de Turquía y de Siria complotaron en Estambul.
«La paradoja es que Turquía pertenece a la OTAN y tiene una relación privilegiada con EE UU, que apoya a uno de los grupos que Ankara está combatiendo. La retórica contra esta posición de EE UU ha sido matizada en los últimos años, pero es muy fuerte en liderazgo político turco. La diplomacia turca tiene posiciones maximalistas y una retórica dura que se reaviva cuando hay un atentando», asegura Ariel González Levaggi, doctor en Relaciones Internacionales y Ciencia Política por la Universidad Koç de Turquía.
Erdogan y Biden se reunieron el martes pasado durante la cumbre del G20 en Indonesia, y el presidente estadounidense le reiteró las condolencias. «Las prioridades de Turquía pasan por la modernización de los cazas F16 y el levantamiento de algunas sanciones que pasan por la industria de la defensa. La agenda hoy está en un mejor momento, pero hay elementos de tensión, como la permanencia del opositor Fethullah Gülen en Pensilvania, que para Erdogan es un insulto, o el apoyo a los kurdos, aunque de menor intensidad», dice González Levaggi.
Las cosas cambiaron. Erdogan ya no quiere derrocar Bashar Al Assad, porque la estabilidad del presidente de Siria representa una traba para el crecimiento del Kurdistán sirio. Por su parte, las YPG vienen acercándose a sectores vinculados con Al Assad después de que los estadounidenses les restirasen el apoyo. Y la relación entre Turquía y EE UU es estratégica, pese a que Erdogan compró misiles a Rusia.
Para Xavier Palacios, historiador por la Universidad de Barcelona, es necesario hacer una distinción entre Erdogan y su ministro de Interior. «Soylu es una de las cabezas más fuertes del gobierno, y a pesar de ser del partido de Erdogan, está vinculado a grupos ultranacionalistas y al llamado Estado profundo. Él amenaza y acusa a EE UU habitualmente. Erdogan no se ha pronunciado demasiado respecto al atentado y está en plenas negociaciones con EE UU para un deshielo», afirma.
«Turquía reclama que se cumplan sus demandas como aliado de la OTAN y como potencia regional. Por eso se compara con Grecia, su enemigo histórico, que desde los últimos cuatro años recibe un trato más favorable de parte de EE UU. Hay muchas razones: el deterioro de las estructuras democráticas en Turquía, el viraje al aislacionismo en relación con Occidente, la eterna candidatura a la UE y la llegada de los elementos ultranacionalistas, aparatos parapolíticos y paramilitares, que basan su ideología en la enemistad con Grecia, y que son un pilar fundamental de esa interpretación del nacionalismo turco», explica el experto en el Sudeste de Europa y el Mediterráneo Oriental.
Erdogan no solo hace sentir el peso de su país en relación con las islas del Egeo que se disputa con Grecia, sino que demora la incorporación de Suecia y Finlandia a la OTAN hasta que sus gobiernos garanticen la extradición de militantes kurdos. La invasión a Ucrania encontró al presidente turco en la posición de único mediador legitimado por las partes. Erdogan logró un acuerdo para liberar la exportación de granos ucranianos en el Mar Negro y sentó al director de la CIA, Bill Burns, y al jefe del Servicio de Inteligencia Exterior ruso, Serguéi Narishkin, a discutir en Ankara el uso de armas nucleares.
«Hay un cálculo político más allá de la cuestión estratégica. Turquía termina favoreciendo la posición de Rusia de limitar la expansión de la OTAN. No es que Turquía sea un aliado de Rusia y que esto sea una cuestión meramente electoral. Es parte del juego turco de tratar de balancear entre presiones de ambos lados y sacar provecho. Erdogan juega la carta nacionalista, hoy en día el centro político de discusión en el país», observa González Levaggi.
Según el analista, «la elite conservadora en manos de Erdogan tiene una visión de una Turquía grande, potencia, y actúa en esa línea». «Que Turquía sea hoy en día el único mediador tiene rédito político. Las perspectivas de un acuerdo de paz son bastante lejanas. No sé si habrá paz al momento de las elecciones turcas. Pero Turquía ha logrado mantenerse indemne del conflicto que hay entre Rusia y Ucrania», agrega.
Con una inflación que supera el 80 % y una devaluación de la lira en un 50% este año, la economía juega en contra de las aspiraciones reeleccionistas de Erdogan, que lleva en el poder casi dos décadas. Las elecciones están previstas para junio de 2023 y el presidente enfrenta una impopularidad en aumento. El atentado del domingo puso en jaque la imagen de garante de la seguridad y la oposición intentará esta vez capitalizar el desgaste en el espacio oficialista. Todo lo que haga Erdogan desde ahora hasta junio será para ganarse el voto de los turcos.