Que Italia esté viviendo nuevamente una crisis política no debería sorprender. El sistema institucional italiano, elaborado luego de la Segunda Guerra Mundial, fue pensado para evitar a toda costa el resurgimiento de un partido-gobierno, como había sucedido durante los 20 años de dictadura fascista, obligando a todas las expresiones sociales y políticas a una negociación permanente para sostener un Ejecutivo. Es decir que, en realidad, la política y las instituciones italianas, viven de la negociación y del acuerdo más o menos espurio desde siempre. En los últimos 73 años Italia tuvo 65 gobiernos y 28 primeros ministros. Una inestabilidad que, sin embargo, no ha afectado el crecimiento económico de la tercera economía de la Unión Europea y la séptima a nivel global.
Este andamiaje institucional ha generado con el tiempo un duro rechazo por parte de la población, del cual la Lega de Matteo Salvini y el Movimento 5 Stelle (M5S) son los mayores representantes. Las elecciones de 2018 y el acuerdo de gobierno entre estas dos fuerzas debían marcar un rumbo nuevo en la política italiana, pero terminaron por dar rienda suelta a la faceta más íntimamente feroz de Italia y los italianos.
Salvini logró convertirse en súper ministro, concentrando poderes en su persona en cuestiones de orden público y migración, sin sonrojarse al pisotear valores tan básicos como la solidaridad y el respeto de los Derechos Humanos. En el ámbito europeo emprendió su cruzada contra las limitaciones que impone la supranacionalidad de la UE: «Dueños en nuestra casa» fue el amenazante mensaje que lanzó a Bruselas desde el principio. Y que le valió el extraordinario triunfo de las elecciones europeas del 26 de mayo pasado.
Unas semanas antes de comenzar la discusión sobre el Presupuesto 2020 –nuevo campo de batalla con la UE que impone límites al déficit y reducción obligatoria de la relación deuda/PBI que Salvini se propone violar abiertamente– La Lega pateó el tablero y decidió abandonar el Ejecutivo. Es la primera vez en la historia que un ministro pide una moción de censura para el gobierno del cual es parte y sin renunciar al cargo. Fortalecido por un extendido apoyo electoral, pretendió adelantar los comicios previstos para 2023 para hacerse del Ejecutivo con aliados más cómodos. Hoy los anti-sistema del M5S están negociando una alianza con los representantes por excelencia del sistema mismo, el Partido Democrático, para evitar ese escenario.
Un complejo sistema de equilibrios institucionales como el italiano, corre hoy riesgo de funcionar como plataforma para el despegue de una fuerza política cruelmente peligrosa, de tintes reaccionarios y tendencias autoritarias, crecida al calor de los vicios y errores de ese mismo sistema. Los resortes populares que caracterizaron la política italiana del siglo XX para frenar este tipo de movimientos, como los sindicatos, cooperativas y movimientos sociales, parecen perdidos, adormecidos o cooptados por el espejismo de los movimientos de nuevo tipo como el M5S. Los resortes institucionalizados recién ahora parecen haber reaccionado, con el intento de evitar las elecciones que podrían dar mayor poder a La Lega y sus aliados. La UE y sus miembros poco han hecho hasta ahora para mitigar la acción del ministro del Interior de Italia. Lo que está claro, es que todos ellos enfrentan una amenaza novedosa y compleja, surgida del pedido de renovación política de la población que aturdió a los antiguos anticuerpos sociales contra las derivas reaccionarias.