En apenas 90 minutos, sin descuentos, el tiempo que lleva hasta el peor partido de fútbol, las 50 personas más ricas del mundo emiten más gases contaminantes que todo ser humano a lo largo de su vida, desde que nace hasta que muere. En un estudio preparado por Oxfam-Intermón para incorporar como insumo de las delegaciones de los 200 países participantes de la recientemente fracasada Cumbre del Clima, se cita a las emisiones de los jets privados, los yates de lujo y las inversiones como las máximas destructoras del ambiente.
Algún duende maligno, aliado con los países que asistieron pero se fugaron del encuentro para no oír las verdades de las que son cómplices, impidió incluir el informe en las carpetas de trabajo y enterarse de que los amigos Elon Musk, Jeff Bezos y el mexicano Carlos Slim son quienes están construyendo un nuevo sarcófago para la humanidad.
El informe, titulado «La desigualdad de las emisiones de carbono mata», advierte que si el fenómeno global mantiene el ritmo actual, el llamado crédito de carbono (la cantidad de CO2 que aún puede volcarse a la atmósfera sin causar un aumento de temperatura superior a 1,5 grados centígrados respecto a los niveles preindustriales) se agotará en cuatro años. Si todas las personan generaran tantas emisiones como el 1% de los ricos, ese presupuesto se acabaría en cinco meses, y si lo hicieran al ritmo que imponen los jets y los súper yates de un milmillonario se agotaría en sólo dos días. «Esta es la primera vez que se analizan las emisiones del transporte de lujo y las inversiones contaminantes de los milmillonarios, y vemos cómo su desmesurada emisión acelera la crisis climática y causa enormes daños a la población y a la economía», dice el estudio de las organizaciones.
Los datos de Oxfam-Intermón son apabullantes: 50 de los más ricos del mundo hicieron en 2023 un promedio de 184 vuelos, uno cada dos días, y acumularon 746 horas en el aire. Una persona media tardaría 300 años en generar tal volumen de emisiones. Los yates de estas personas emitieron igual cantidad de dióxido de carbono que un hombre común en 860 años. Dos de los jets de Bezos volaron el año pasado casi 25 días y emitieron el mismo volumen de carbono que generaría un trabajador de Amazon, su empresa insignia, durante 207 años. El año pasado el mexicano Carlos Slim hizo 92 viajes en sus jets, el equivalente a dar cinco veces la vuelta al mundo. Los herederos de la cadena Walmart tienen tres yates de lujo que, sólo el año pasado, generaron una huella de carbono igual al total de emisiones que producen los 1714 trabajadores de uno de sus supermercados.
El estilo de vida de los más ricos da marco a esas escandalosas performances, pero el daño derivado de sus inversiones es aún mayor. El carbono disparado a la atmósfera por esos 50 milmillonarios considerados, es 240 veces más grande que el de sus aviones y sus yates juntos. El 40% de ellas va a las industrias más contaminantes: petróleo, minería, transporte, cemento.
El informe muestra cómo las emisiones castigan especialmente en tres áreas. 1) Sobre la desigualdad global, provocaron desde 1990 una caída de la producción mundial por valor de 2,9 billones de dólares. 2) En cuanto al hambre, sus emisiones ocasionaron pérdidas de cosechas que podrían haber ofrecido calorías para llenar las necesidades de 14,5 millones de personas. 3) En relación con la pérdida de vidas humanas, el 78% de las muertes futuras en los países de baja renta será causado por el calor extremo.
La investigación conjunta de Oxfam-Intermón –organización británica y una sección de los jesuitas españoles– se complementa con otra de Greenpeace, que analiza las emisiones de CO2 que provocaron los jets privados durante las últimas cumbres que reúnen en Davos a una multitud de súper ricos que, en estos dos años pasados, dijeron estar abocados a la «búsqueda de correctivos a las causas del cambio climático». En 2023 los viajes en jets generaron emisiones equivalentes a las de 350.000 automóviles que recorrieran 750 km diarios durante una semana. Un total de 1040 jets entraron y salieron de los aeropuertos que prestan servicio al paraíso alpino de Davos. De los vuelos realizados, el 53% fue de corta distancia (menos de 750 km), que se podrían haber hecho en tren o automóvil. El 38% voló en distancias muy cortas (menos de 500 km) y se registró uno de apenas 21 kilómetros.
Tanto Oxfam como Greenpeace señalan que si se considerara que el 80% de la población mundial nunca viajó en un avión, pero padece las emisiones provocadas por estas «bombas climáticas» que son los jets privados, y que el Foro de Davos dice estar comprometido con la resolución del problema, «pues, nos encontramos ante una insoportable y repugnante clase magistral de hipocresía. Los jets privados deberían pasar a la historia para llegar a un futuro justo y seguro, los líderes mundiales deberían prohibir estos jets y los vuelos de corta distancia, claramente prescindibles. Davos representa lo más perverso de un sistema socioeconómico fallido. Buscan vender una imagen de sostenibilidad y de estar ahí para cambiar el mundo, mientras concentran una riqueza y un poder obscenamente desproporcionado y se benefician a costa de la mayoría de las personas. Y del planeta».
El metejón por los jets
Elon Musk, el hombre que sólo por tener mucha más plata de lo imaginable se ganó un master de opinador, y hasta le dan crédito para que hable de cualquier cosa –desde cómo librar una hipotética «guerra de la libertad» contra Rusia hasta cómo encarar una campaña sanitaria (el mundo neoliberal le dio voz y voto cuando el Covid 19 arrasaba con todo)– se muere de risa de sus alcahuetes y hasta logra la complicidad de ellos a la hora de evaluar su grado homicida cuando viola la naturaleza y no mide los actos que lo han convertido en el gran contaminador. Todo lo arregla con alguna promesa y prestándose para una foto.
El hombre es dueño de una fantástica colección de jets, y con ellos arruina el ambiente de tal forma que algún día, amenazan los ambientalistas, debería rendir cuentas por ello. Por ahora –jueces amigos mediante y gracias además a la vaguedad jurídica imperante– Musk viene zafando después de haberse burlado del mundo con una de las mayores muestras de obsceno exhibiciónismo. En mayo del año pasado movilizó su Gulfstream G-650-ER, la joya de su flota, para volar durante apenas nueve minutos y unir los 55 kilómetros que separan a San José de San Francisco, en California.
Para tener una idea, bastaría saber que ese tipo de unidades producidas por la Gulfstream Aerospace tiene una autonomía de vuelo que le permite cubrir destinos distantes 14.000 kilómetros entre sí. Puede volar cualquier ruta conocida sin hacer escalas. La flota aérea de Musk –una de las más grandes en manos privadas no usada con fines comerciales– incluye varios Gulfstream G-550 y un Dassault Falcon 900-B. Todos están dotados con el mayor equipamiento de seguridad, incluidos sistemas de cancelación de ruido en las cabinas y sensores que reducen el efecto del jet lag, el trastorno del sueño que puede afectar a las personas que atraviesan varios husos horarios cubriendo una misma ruta.
Ahora, el dueño de Tesla, SpaceX, SolarCity y tantas megaempresas de todos los rubros, fue nombrado por el futuro presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para ocupar el Departamento de Eficiencia Gubernamental encargado de recortar el gasto público, algo así como el argentino Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado que regentea Federico Sturzenegger. Aunque entrará en funciones en enero del año que viene, ya lanzó una propuesta. Acabar con “esa idiota idea de seguir construyendo aviones de combate tripulados, como el F-35”, la niña mimada del Pentágono. Propuso reemplazarlos por drones. “Allí no hay pilotos para morir y, sobre todo, no son contaminantes” (Musk dixit).