La dirigencia política italiana decidió que, ante la dificultad para elegir presidente y a pesar de que se trata de un cargo mayormente simbólico, lo mejor es dejar todo como está y rogarle a Sergio Mattarella que continúe por otro período en la presidencia del país. El viejo luchador antimafia, de 80 años, se había jurado dejar el cargo al finalizar el mandato para retirarse de la política, pero la situación lo llevó ahora a decir: “Por si me necesitan, aquí estoy”.
Tras siete votaciones en el Parlamento, ninguno de los candidatos había logrado el mínimo de apoyos establecidos por Constitución. En la octava, luego del acuerdo de último momento en la coalición gobernante, Mattarella arrasó y no podrá disfrutar su plan de retiro. «Confirmamos otra vez que Mattarella se quedará en el Palacio del Quirinal (residencia presidencial) y (Mario) Draghi en el Palacio Chigi (sede del Gobierno)», dijo el líder de la Liga, el ultraderechista Matteo Salvini.
La situación europea por la escalada en Ucrania no es ajena a esta trabazón para elegir un sucesor de Mattarella. El país no está entre los enemigos más acérrimos de Rusia, como no lo estuvo de la Unión Soviética, al punto que Fiat construyó una planta automotriz en Samara, como recordaba el periodista español Enric Juliana Ricart. Y además, ahora no tuvo empacho en adherir a la Ruta de la Seda que propone China.
Entre los dirigentes políticos, los hay más cercanos a las posiciones de la Otan y EE UU y los que ven a Vladimir Putin como un líder a tener en cuenta. De hecho, Salvini cayó en desgracia cuando fue denunciado por recibir financiación del gobierno ruso. El premier Draghi, que se postuló pero no logró los votos, es hombre del establishment financiero internacional. Mattarella, desde lo que era la Democracia Cristiana, había establecido acuerdos con el Partido Comunista y mantiene lazos con lo que queda de ambos sectores políticos.