Pedro Sánchez se fue de Bruselas con gusto a nada. Pretendía que la cumbre de estos días, a las puertas del invierno, se enfocara en la exorbitante suba en el precio de la energía. Pero un poco por el enfrentamiento con Polonia, otro poco por el tema migratorio aunque, lo más probable, porque hablar de regulación y control son mala palabra, el tema quedó para que cada uno se las arregle como pueda. Mientras tanto, los organismos de la UE “analizarán el funcionamiento de los mercados de gas y electricidad y el Régimen de Comercio de Derechos de Emisión para evaluar si ciertos comportamientos requieren acción regulatoria”.
El presidente del gobierno español fue a la cumbre de la UE con el propósito de convencer a sus pares de la necesidad de ponerle el cascabel al gato. Los precios del megavatio/hora en Alemania y Francia rondaban los 56 euros en septiembre de 2020 y ahora treparon a 166 según la consultora global ICIS, citada por la BBC. En España los precios se dispararon en el mismo período de 50 euros a 177, más del 150% en un año en países que tienen inflación de menos del 5 por ciento.
El precio del gas se multiplicó por 7, según otras estimaciones, y las reservas están en mínimos históricos. Normalmente a esta altura del año los depósitos están al 90% de su capacidad, hoy día no superan el 70% y el invierno promete ser tan frío como el anterior.
Pero hay otras cuestiones climáticas que afectan la provisión y se usan para justificar el explosivo aumento de los precios. Europa inició hace bastante un proceso de reconversión para el uso de energías sustentables. Para ello establecieron un sistema por el cual las empresas reciben beneficios en la medida en que pasen a energías eólicas. Sucede que, de acuerdo a otro estudio de ICIS, esta temporada la generación de viento en el continente fue de las más bajas que se registran.
En este contexto aparecieron voces que culpan de la crisis a Rusia, en consonancia con la estrategia de la OTAN, de Estados Unidos y Gran Bretaña. El que salió con los botines de punta en ese tema fue alguien que no tiene un sitial en la UE, aunque ganas no le faltan.
«Hay una real agresión de Rusia con el gas contra la Unión Europea», dijo el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, y alentó a que “los países de la UE se den cuenta de la necesidad sin precedentes de realizar esfuerzos conjuntos y que el respeto por los valores y las normas europeas es la única forma de preservar la independencia energética europea”.
Claro que las palabras de Zelenski no son inocentes. Parte importante de los ingresos de Ucrania surgen del tránsito de gas ruso a través de un ducto que atraviesa el país. Para el mandatario ucraniano, enfrentado con Moscú, el gobierno de Vladimir Putin se niega a aumentar el envío del combustible para que aumenten los precios y así forzar la puesta en marcha del gasoducto que pasa por el Báltico. «Rusia quiere obligar a Europa a lanzar Nord Stream II sin respetar las reglas europeas», alega.
Otros dirigentes de la UE, más cercanos a posiciones antirrusas, sostienen que ese gasoducto incrementará la dependencia de Rusia y pondrá a Europa de rodillas ante cualquier extorsión de Moscú.
Por ahora la única solución que ofrece la Comisión Europea, el órgano ejecutivo de la región, es lo que denominan “una caja de herramientas” para reducir el precio que pagan los consumidores. Entre ellos figuran precios regulados por los estados, recortes de impuestos trasladables a la tarifa, y subsidios para los hogares más pobres.
Sánchez logró aunar criterios con los gobiernos de Francia, Grecia, Rumania y la República Checa para reformar el mercado mayorista y establecer un mecanismo de compras conjuntas de gas para lograr mejores precios. El mandatario español puso como ejemplo los contratos para la compra de vacunas, que bajo la batuta de Bruselas consiguió mejores condiciones de las farmacéuticas.
Por ahora, la unidad regional no incluye fortalecer la capacidad reguladora de los 27, según comprobó amargamente Sánchez. «