Seis exactas décadas pasaron, y once presidentes demócratas y republicanos se sucedieron en Estados Unidos con la esperanza de rendir por el hambre al pueblo de Cuba. Los dos partidos que dominan desde siempre el escenario político norteamericano se han obstinado en mantener, perfeccionándolo, un bloqueo económico, comercial y financiero que se ha convertido en el más prolongado genocidio de la historia. Poco importa, aunque sea un hecho de carácter sustantivo, que en esos sesenta años Cuba se haya visto perjudicada en 147.853 millones de dólares (datos de junio del año pasado), cuando lo que ha estado y está en juego es la vida y la dignidad de más de 11 millones de personas.
La historia del bloqueo de la mayor potencia del mundo a la pequeña isla caribeña arrancó en 1960, meses después del inicio de la revolución, y entró en una fase decisiva el 31 de enero de 1962, cuando la OEA expulsó a Cuba de su seno. Fue el prólogo de la decisión norteamericana (4 de febrero) de imposición de un bloqueo que empezó a aplicar el día 7. Mañana se cumplen sesenta años. “No tenemos que rendirle cuentas ni al imperialismo ni a la OEA. Nos sentimos mejor fuera que dentro de la OEA. Nos sentimos más honrados y más libres fuera que dentro de la OEA”, fue la respuesta de Fidel Castro, refrendada por un millón de cubanos que ese día aprobaron la Segunda Declaración de La Habana.
El ideólogo del bloqueo fue Lester Mallory, secretario de Estado para Asuntos Americanos del republicano Dwight Eisenhower (1953-1961). Para convencer a su jefe, el asesor enfatizó que “la mayoría de los cubanos apoya a Castro, no existe una oposición política efectiva y la influencia comunista impregna al gobierno. Es por ello que todos los medios posibles deben emprenderse con prontitud para debilitar la vida económica de Cuba y disminuir los salarios reales para –concluyó– provocar hambre y desesperación y así llegar al derrocamiento del gobierno. No avizoramos otra vía”. Los cálculos le fallaron.
El asedio ha llevado al deterioro y a privaciones de todo tipo. Obliga a comerciar con máxima desventaja y al uso de onerosos préstamos de corto plazo. Cuba no puede hacer transacciones en dólares y terceros países no pueden vender sus productos en el mercado norteamericano si tienen insumos cubanos. En ningún lugar del mundo le venden a Cuba productos en los que más del 20% de su valor total esté representado por partes originarias de Estados Unidos. Los barcos que toquen puertos cubanos deben aguardar seis meses antes de hacer escala en Estados Unidos, lo que eleva el costo de los fletes y condena al fracaso cualquier operación comercial.
Desde los inicios del bloqueo, todos los presidentes norteamericanos fueron agregando medidas restrictivas y, sobre todo, agresivas. Aunque durante el gobierno del demócrata Barack Obama (2009-2017) pareció observarse cierta distensión, eso fue una mala lectura de la realidad. En los últimos tres años se dictaron alrededor de 250 nuevas disposiciones, 243 firmadas por el republicano Donald Trump (2017-2021). Por ellas se llegó al extremo de propiciar el robo de prestigiosas marcas comerciales cubanas, como los distintos tipos de ron y de tabaco. La embestida se extiende al campo de las nuevas tecnologías digitales inexistentes en 1962, cuando el demócrata John Kennedy puso en marcha el bloqueo.
En sus años de gobierno Trump fue el que más avanzó de los once presidentes de Estados Unidos que ha padecido Cuba. Entre sus medidas se cuentan: ataques al vital sector del turismo, fuerte generador de divisas, mediante la eliminación de los viajes de los cruceros y de los vuelos de compañías aéreas norteamericanas; el impedimento de transacciones bancarias; la limitación primero y el cese después de las transferencias bancarias de ciudadanos, y finalmente la prohibición de las operaciones de Western Union, Money Gram y otras financieras especializadas en el manejo de las remesas que los cubanos del exterior envían a sus familiares en la isla. En el momento crítico de la pandemia, impidió el transporte de donaciones chinas de barbijos y respiradores.
Aquel memorándum cursado por Mallory a Eisenhower insistía hasta en su última línea con que “se debe generar hambre y desesperación para derrocar a Castro”. Con los años, la ONU suma gestos de repudio hacia el bloqueo, al extremo de que hoy sólo Estados Unidos e Israel lo respaldan, y hasta la CIA fue categórica, al decir en un documento desclasificado que “las sanciones han sido un fracaso al no cumplir con ninguno de sus objetivos”. Sólo los once presidentes que han estado en la Casa Blanca desde el 7 de febrero de 1962 han seguido sordos a la tan breve como sustanciosa advertencia de Osvaldo Dorticós, el presidente cubano de entonces: “Si se pretende que Cuba se someta a los designios de un país extranjero, si se intenta esclavizarnos, sépase de una vez: Cuba no capitulará”.
Bombardeo brutal en Siria
“Anoche, bajo mi dirección, las fuerzas armadas estadounidenses ejecutaron exitosamente una operación de contraterrorismo para proteger a nuestro pueblo y a nuestros aliados y hacer del mundo un sitio más seguro”. Con una ampulosidad que se pareció más al ridículo que a un parte de guerra, el presidente Joe Biden anunció que el último jueves 3 de febrero, en un brutal bombardeo contra un poblado del noroeste de Siria, murieron descuartizados un jefe del Estado Islámico (Abu Ibrahim al-Hashimi al-Quraysi), siete niños, dos mujeres y otras tres personas. Las bombas cayeron durante tres horas sobre blancos civiles de Atme.
Biden no dijo ni con cuantas bombas ni con cuantas ráfagas de metralla enriquecieron las fuerzas del Pentágono las estadísticas de las masacres ordenadas para cumplir con esa falsa premisa de “hacer del mundo un sitio más seguro”. Tres días antes, el 31 de enero, como quien cuenta el cuentito de las buenas noches, la Fuerza Aérea de Estados Unidos (USAF) había revelado que en los últimos 20 años sus efectivos habían lanzado 337.055 bombas sobre blancos de todo tipo de Afganistán, Irak, Siria, Yemen, Líbano, Palestina, Libia Pakistán y Somalía, entre otros. Fueron 46 bombas arrojadas cada día en aras de la libertad.
Distintas entidades y publicaciones especializadas, como Military Times, denunciaron que las estadísticas son falsas, hay categorías de ataques aéreos que no se incluyen en el conteo. Military Times citó el caso de 456 bombardeos con helicópteros sobre Afganistán sólo en 2016 y el ataque con aviones caza AC-130 con el que Estados Unidos destruyó en 2015 un hospital de Médicos sin Fronteras en la ciudad afgana de Kunduz, “un error involuntario”, un traspié en el camino hacia la construcción de un mundo libre más seguro.