Comenzaremos esta reflexión sobre las elecciones de medio término en Estados Unidos con una pregunta clásica: ¿Cuántos partidos importantes hay? La respuesta suele ser dos: los demócratas y los republicanos. Pero es incorrecto: hay cien partidos, uno demócrata y otro republicano por cada Estado de la Unión.
Es quizás lo primero para entender que el desempeño electoral no solo puede variar por la adscripción partidaria, sino por la pertenencia territorial. Intervienen factores culturales, como la práctica religiosa, más ligada a los sectores pudientes en el noreste, con mayor arraigo popular en el sur profundo; el culto a las armas, pese a la cantidad diaria de muertes violentas en tiroteos, en muchos ámbitos donde poseer armamentos es considerado como un ritual de paso a la edad adulta.
Es en esa sociedad norteamericana, compleja, diversa, desigual, que los republicanos esperaban una «ola roja» que barriera con la presidencia de Biden. Los republicanos basaron su campaña en los problemas económicos, la inflación, la violencia criminal, la inmigración y la política exterior; los demócratas hablaron de la defensa de la democracia, de la salud, del aborto y de la Corte Suprema.
Sin embargo, aunque la Cámara de Representantes parece encaminarse a ser ganada por los republicanos gracias a un margen mínimo, todavía no está cerrada la situación del Senado. No habrá una victoria aplastante de Trump.
Incluso el gobernador del Estado de Florida, Ron DeSantis, aparece como un candidato republicano para las próximas elecciones presidenciales. Esta oposición interna a Trump logra lo imposible: desbordar al multimillonario por derecha, con un discurso xenófobo, contrario a los derechos de las minorías, a la perspectiva de género, anticomunista y por supuesto en contra del aborto.
Y allí tenemos que buscar uno de los temas que explican en parte el resultado electoral, que es la amenaza sobre los derechos reproductivos y la legalidad de la interrupción voluntaria del embarazo. Mientras los republicanos consiguieron que la Corte Suprema de Estados Unidos devolviese a los Estados la posibilidad de autorizar o ilegalizar el aborto –lo que varias jurisdicciones republicanas hicieron de inmediato– en nombre de los valores y de la cruzada moral que encarnan, muchos candidatos demócratas entendieron que la IVE es también una cuestión económica. Es que la mitad de las mujeres que demandan ese tratamiento están debajo de la línea de pobreza y un cuarto de ellas apenas la superan. Tal vez sea la razón por la que una mayoría de los votantes menores de treinta años eligieron a los demócratas.
También hay que decir que el sistema político norteamericano está estructurado en torno al dinero. Es la edad de oro de los casi 600 comités de acción política (PACs en inglés) que financian candidatos o temáticas sobre la base de donaciones personales y corporativas. No falta ningún billonario en la lista de contribuyentes para un partido u otro, para tal o cual candidato, mientras que las empresas son bipartidistas, en especial las del complejo-militar industrial, las farmacéuticas, Silicon Valley… así llegamos a la suma de 16.000 millones de dólares en 2022. Es lo calculado por OpenSecrets, una organización independiente de periodistas norteamericanos. También observaron que el 96% de los representantes electos también son los que más donaciones recibieron y más gastaron. Aunque quedan muchos puntos por analizar, parece que Estados Unidos no tiene la democracia más fuerte del mundo, sino que es la democracia del país más fuerte. «