Las elecciones desarrolladas el domingo 15 de octubre en Ecuador dieron la victoria a Daniel Noboa, del Partido Acción Democrática Nacional al obtener el 52% de los votos, frente a Luisa González, del Movimiento Revolución Ciudadana, con 48% de las preferencias. La maniobra de Lasso que aplicó el instituto de “muerte cruzada” (creado por Correa) funcionó. Es una mala noticia. Al menos para los que sentimos la necesidad de una unión sudamericana que nos permita recuperar a nivel regional lo perdido a nivel local, asuntos tales como soberanía, desarrollo industrial, justicia social y moneda nacional.
Sin embargo, las cosas estaban muy claras, ya que Noboa y González representan proyectos distintos. Por un lado tenemos a Luisa González, una persona fogueada tanto en cargos de gestión pública y privada como en funciones políticas, con conocimiento de las realidades ecuatorianas e internacionales. El compromiso con el expresidente Rafael Correa estuvo reflejado en la campaña electoral a través de la reivindicación de las políticas del gobierno de la Revolución Ciudadana (2007-2017), la promesa de retomar esa senda y de indultar al expresidente, hoy exilado en Bruselas por causa de lawfare. Hay que decir también que las posturas de González contra los derechos de las mujeres desdibujan lo que podría ser un cursus honorum sin fallas. El peso y el precio del evangelismo, dirán.
Por el otro lado, Daniel Noboa será el presidente más joven de Ecuador con 35 años. Nacido en Miami, su padre Álvaro Noboa pasa por ser la mayor fortuna de Ecuador y aunque intentó cinco veces ser presidente, no tuvo la suerte del hijo. Los diplomas que acumula Noboa (h) son de la New York University Stern School of Business, Kellogg School of Management, más las universidades de Harvard y George Washington. Nacido y criado en las empresas familiares, también desarrolló emprendimientos propios. La carrera política formal de Daniel Noboa comenzó como legislador hace poco más de dos años, lo que permitió presentarlo como “lo nuevo” frente a “lo viejo”, por más que sean sólo categorías cronológicas que nada definen. Parece que a veces funciona. Noboa (h) podría bien decir “nunca hice política, siempre estuve en los negocios”. Este tipo de candidatos no representan a la sociedad civil, sino a la sociedad de mercado. Y a veces ganan.
La vicepresidente de Daniel Noboa merece un párrafo aparte. Es que Verónica Abad Rojas también es joven –nació en 1976-, también es empresaria, ejerce el coaching, pero sobretodo representa a los sectores opuestos a los derechos de las mujeres y las diversidades sexuales. Propone políticas de shock que promuevan el emprendedorismo, considera el desarrollo como una atribución del libre mercado, piensa que hay que liberar el comercio, bajar impuestos, limpiar la justicia que –según ella- ha sido corrompida por los políticos. Reivindica la ideología “libertaria” que cunde por estos días, y parece ser una buena amiga de Victoria Villarruel, también candidata a vicepresidenta por la derecha insurreccional, pero en Argentina.
Al menos Abad Rojas no aboga por la dolarización, ya que Ecuador abandonó su moneda nacional en el año 2000. Pero el problema que tiene la oligarquía ecuatoriana es que la dolarización no es suficiente. Asegura el régimen económico, consolida las relaciones de poder, permite el libre flujo de capitales sin riesgos cambiarios, aleja a la política de cualquier decisión de fondo. Aun así, el estancamiento económico provocado por la adopción del dólar como moneda nacional impide la generación de empleo y aunque asegura un “ejercito de desocupación” para mantener los salarios a la baja, la marginalidad que provoca impacta sobre los niveles de delincuencia. No quedan claras las razones que Rafael Correa haya tenido para mantener el dólar como moneda. ¿Quizás asegurar cierta gobernabilidad al proyecto de Revolución Ciudadana? Bueno, uno no estuvo allí. Pero carecer de moneda es condenarse a la ausencia de políticas, y sólo es posible paliar las consecuencias. Es cuando la reflexión abandona a Ecuador, para alcanzar la mayoría de los gobiernos sudamericanos que participaron de esa “primavera de los pueblos”. Pocos –demasiado pocos- atacaron las causas de los problemas; la gran mayoría intentó actuar sobre las consecuencias. Esa adopción en los hechos de la agenda del adversario limita las posibilidades de acción, y nos condena a ser el espejo rebelde de los sectores dominantes. Causas o consecuencias, formas o substancia, liberación o dependencia: siempre es tiempo de elegir.