El triunfo de los nacionalistas en Irlanda del Norte era todo lo que quería evitar Boris Johnson. El Partido Conservador perdió votos y bastiones históricos en las elecciones locales de la semana pasada, manchado por las investigaciones al primer ministro británico por violar las restricciones durante la pandemia, y sus aliados norirlandeses del Partido Unionista Democrático, o DUP, fueron superados por Sinn Féin, la antigua rama política del Ejército Republicano Irlandés, el IRA, que hasta 1998 usó las armas para reivindicar la reunificación de Irlanda.
Johnson se enfrenta a una posible destitución en los próximos meses. Por eso intenta asegurarse el respaldo de los dirigentes conservadores y recobrar la popularidad entre los británicos: la apuesta es relanzar el gobierno y revivir una gestión que le sirva como escudo. El primer ministro había prometido una era de prosperidad para Reino Unido fuera de la Unión Europea, pero su política pro Brexit terminó desestabilizando al país. Por primera vez en cien años, los católicos republicanos de Sinn Féin encabezarán el Ejecutivo de Irlanda del Norte, una región dominada hasta ahora por los monárquicos protestantes del DUP, fieles a Londres.
En realidad, el DUP dejó el gobierno a principios de febrero en protesta por la aplicación del Protocolo de Irlanda del Norte, un acuerdo entre Reino Unido y la UE para realizar los controles aduaneros en el mar de Irlanda. Londres se retiró del bloque y ya no comparte la misma legislación, aunque el acuerdo de paz de Viernes Santo impide levantar una frontera física en la isla de Irlanda, es decir, entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte. Los unionistas denuncian que permanecer bajo la órbita del mercado común europeo es un abandono de facto por parte de Johnson.
“Estamos entrando en un proceso de negociaciones muy difícil. Los unionistas no van a formar gobierno con Sinn Féin hasta que no haya soluciones con respecto al Protocolo”, asegura Nuala Finnegan, profesora de la Universidad Nacional de Irlanda. Sin embargo, señala que “el voto no ha cambiado mucho” en las últimas elecciones, sino que los nacionalistas se volcaron por Sinn Féin. La cuestión, en cambio, es que “hay tres partidos unionistas y ha habido división en el voto unionista, lo que dañó al DUP”. Explica: “Esta división se debe en parte a las perspectivas en cuanto al Protocolo y a los cambios sociales y económicos”.
En Irlanda del Norte hay “católicos y protestantes, y también nacionalistas y unionistas, que no siempre coinciden”, destaca la académica. “Estamos viendo una nueva generación de votantes que no tiene el mismo interés en la cuestión de la unificación como las generaciones mayores. Esto cambia la dinámica. De hecho, el Partido de la Alianza, que no optan ni por los nacionalistas ni por los unionistas, fue la sorpresa de la elección”, agrega.
Los más jóvenes tampoco se identifican con el programa ultraconservador del DUP, que se opone tanto al aborto como al matrimonio igualitario, y se muestran más preocupados por el costo de vida y la falta de trabajo –al igual que en el resto de Reino Unido–, lo que generó que muchos votos que solían ir a las fuerzas unionistas migraran esta vez a la Alianza. En el referéndum por el Brexit de 2016, el 55% de los norirlandeses había optado por permanecer en la UE. Johnson y los unionistas pagaron el precio por el desabastecimiento y los golpes a la economía local.
El DUP está cada vez más aislado por su intransigencia en torno al Protocolo. Los productores y los comerciantes lo respaldan porque lo ven ventajoso, y también lo hace Sinn Féin, que entiende el mecanismo como una oportunidad de acercarse a la República de Irlanda, en sintonía con sus planes de unificación. Tal vez por eso Johnson anunció que el Protocolo “no es sostenible” y prometió terminarlo de forma unilateral, si bien dijo que lo haría para destrabar la formación de un gobierno en Irlanda del Norte.
“La perspectiva tiene un toque emocional muy fuerte para los unionistas. La creación de la frontera en el mar produce frustración y rabia, lo que impulsó la campaña del DUP y de los otros partidos unionistas. Si la UE monta un contrataque económico, será un riesgo. Pero el Protocolo se ha convertido en un símbolo que no tiene que ver con cuestiones prácticas en el imaginario unionista”, sostiene Finnegan.
La académica resalta que el primer ministro “está en una posición muy débil y eso no ayuda a la situación en Irlanda del Norte”. “Su partido ha perdido muchos escaños en Londres y en el sur, donde tenía un apoyo muy fuerte. Eso puede afectar las negociaciones en Irlanda del Norte. En Escocia estamos viendo otro riesgo para la Unión, no tan urgente”, asegura en alusión a la propuesta de la líder escocesa Nicola Sturgeon de convocar un nuevo referéndum independentista. Escocia también había votado abrumadoramente por quedarse en la UE.
Pero cualquier consulta sobre la independencia de las naciones constituyentes de Reino Unido –Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte– necesita autorización del gobierno central en Londres. La presidenta del Sinn Féin, Mary Lou McDonald, avisó que impulsará un referéndum para la reunificación, una de las principales banderas del partido. El problema es que los nacionalistas quieren demostrar principalmente que pueden hacer una buena gestión, lo que explica que hayan escondido el asunto de la consulta durante la campaña, en parte también porque no están seguros de que puedan ganarlo.
El Brexit condujo a los norirlandeses en dirección a la Irlanda independiente, aunque en Dublín piensan que es demasiado pronto para hablar de unificación. “No hemos empezado el debate. No sabemos cuáles son las implicaciones sociales, económicas, simbólicas o lingüísticas. Por otro lado, como el voto de Sinn Féin ha crecido mucho en la República, se puede decir que sus votantes han considerado esta cuestión, pero son las cuestiones económicas y sociales las que más les han preocupado. Y si Sinn Féin avanza aun más en las próximas elecciones, vamos a tener que empezar a discutir el tema seriamente”, señala la profesora irlandesa.
Abrir esa puerta implica el riesgo de incendiar las tensiones confesionales del pasado. “Hay décadas de cese del fuego, las comunidades católica y protestante han avanzado y tienen otras prioridades. Pero siempre existe el riesgo –reconoce Finnegan– porque esa emoción y la propia historia siguen allí”. «