Hace una semana, António Costa se convertía en una excepción dentro de Europa. El Partido Socialista de Portugal se hacía con la mayoría absoluta en unas elecciones adelantadas e inyectaba una energía renovada a la socialdemocracia del continente. El primer ministro no contaba con los votos suficientes en la Asamblea para aprobar las cuentas públicas, un paso necesario antes de recibir los fondos europeos de recuperación para la post pandemia.
El triunfo contundente del PS fue inesperado. Las encuestas anunciaban una leve ventaja primero y un empate técnico hacia el final de la campaña con el conservador Partido Social Demócrata (PSD), pero terminó sacando un 41,68 por ciento y 117 diputados -la mayoría parlamentaria es de 116-, mientras su rival obtuvo el 27,8 por ciento de los votos. El resultado confirma el liderazgo de Costa y lo libera de tener que reeditar la alianza con el Bloco de Esquerda (BE) y la Coalición Democrática Unitaria (CDU) entre comunistas y verdes.
Costa había llegado al cargo en 2015 gracias al apoyo de BE y CDU, con la promesa de acabar con los años de austeridad tras la crisis financiera de 2008. La alianza concluyó en 2019, aunque el primer ministro siguió contando con el respaldo externo de los partidos a la izquierda del PS. Cuando sus exsocios de coalición le exigieron actualizar las jubilaciones y revisar la legislación laboral, Costa se negó y su gobierno entró en crisis.
Para Noelia Casado, politóloga por la Universidad Rey Juan Carlos y experta en política portuguesa, “la confianza de los portugueses en Costa se mantiene prácticamente intacta”. “Hay un voto de refuerzo a Costa por su gestión de la pandemia, aunque es difícil determinar si hubo un voto castigo hacia la izquierda por no apoyar los presupuestos o si se trató de un voto útil, empujado por las encuestas que daban un empate técnico con el PSD. Los partidos a la izquierda, reducidos a la mitad en esta elección, han sido claves durante toda la legislatura para llevar a cabo el programa de Costa”, dice.
Héctor Sánchez Margalef, politólogo e investigador del CIDOB –think tank abocado a las relaciones internacionales con sede en Barcelona-, explica que los votos que perdieron el BE y CDU fueron a parar al PS. “En un momento donde el país demandaba estabilidad, ellos optaron por tumbar los presupuestos por primera vez desde 1975. Los portugueses han comprendido todo lo que se jugaban en estas elecciones, con el dinero del programa NextGeneration EU y han optado por dar un mandato sólido al PS”, asegura.
Durante el periodo de austeridad, los portugueses sufrieron un aumento del IVA, una suba generalizada de impuestos, un recorte de los salarios de la administración pública, el congelamiento de las pensiones y el esfuerzo colectivo para reducir el déficit. Eran imposiciones de la troika -el Banco Central Europeo, el FMI y la Comisión Europea- y Costa emergió como el líder que se encargaría de pasar la página.
Buena parte de los portugueses abrazaron a la geringonça, como se conoce en ese país a la alianza de los partidos de izquierda. La experiencia supuso el fin del ajuste y el inicio de la recuperación económica, e incluso inspiró al PSOE para formar gobierno con Unidas Podemos en España. “Después de lo que pasó con Grecia, la UE no se podía permitir maltratar a otro gobierno”, señala Sánchez Margalef.
“A partir de julio de 2015, además, el foco de la crisis pasó a los refugiados, y por tanto dejaron hacer y deshacer a Portugal, aunque se apoyara en partidos más de izquierda que el propio PS. El contexto internacional ayudó a la recuperación económica de Portugal con bajos tipos de interés, bajos precios del petróleo y el activismo del BCE para mantener a raya las primas de riesgo, y Portugal consiguió éxitos internacionales que hizo que se viera con muy buenos ojos en el exterior”, continúa el analista.
De pronto Portugal comenzó a vivir una época de oro que levantó la autoestima de su población. En 2016 ganó la Eurocopa y al año siguiente se hizo con el primer puesto en el festival de Eurovisión. El exministro de Finanzas de Costa, Mário Centeno, se convirtió en presidente del Eurogrupo en 2018, un año después de que otro portugués, el exprimer ministro socialista António Guterres fuera nombrado secretario general de la ONU.
El resultado del domingo pasado, según Casado, hará que los países europeos presten atención a lo que ocurre en Portugal. “La UE está dando un giro. España y Francia han tenido una notoriedad importante con los fondos europeos, una iniciativa de esos dos países. Pedro Sánchez celebró la victoria de Costa y habló de seguir trabajando por la justicia social”, asegura en alusión a los países que buscan reorientar las políticas de la UE.
Por su parte, Sánchez Margalef subraya que “si algo nos ha enseñado Portugal desde 2015 es que cada país responde de manera diferente a su propio contexto, y los caminos para llegar a entendimientos, por ejemplo, entre fuerzas de izquierdas, son necesariamente distintos”. Sin embargo, coincide en que con este triunfo “se puede hablar de que la socialdemocracia está de enhorabuena”. “Y el prestigio internacional de Costa, de momento, está fuera de duda”, apunta.
Otra de las lecciones de la reciente victoria de Costa es el peligro que corren las fuerzas de izquierda más pequeñas, deglutidas por partidos más grandes, como es el caso del PS portugués. Pero también está la advertencia de la extrema derecha. La contracara del triunfo socialista fue el crecimiento de los ultras de Chega, que se convirtieron en la tercera fuerza del Parlamento y pasaron de un diputado a doce.
“La derecha portuguesa se mueve en dos marcos muy diferentes, entre los más conservadores y los más liberales”, aclara Casado. “Al PSD le ha perjudicado el acercarse tanto al centro, aunque en nivel de votos gana respecto a 2019. Chega aumenta su presencia con el discurso de los partidos de extrema derecha europeos, y es fácil adherir a ellos cuando hay personas en una mala situación”, dice la politóloga, si bien destaca que en Portugal opera un “cordón sanitario” para impedir que la ultraderecha forme parte de cualquier gobierno.