Hablar con grandes personas de la historia es un género literario aparte. Siempre están los relatos de Alejandro Magno con Diógenes, cerca de un tonel, o de Goethe con Napoleón, cerca de Erfurt. En la actualidad florecen entrevistas varias entre personalidades de los medios masivos y personalidades del mundo político o mediático –que quizás ahora son lo mismo- con más o menos relevancia e ingenio, más publinotas que otra cosa. En ese contexto, habar de un hombre de Estado como Hugo Chávez Frías debería evitar sentimentalismos tanto como prometer objetividad. Un lance en el que no caeremos en estas líneas.
De más o menos un metro setenta, la cabeza bien puesta en anchas espaldas, zambo de india y negro, enrulado el pelo corto sobre el cráneo ovalado que tira a redondo, nada lo podía distinguir de otros tantos negros y mestizos que componen las clases populares en el ámbito del Caribe. De niño, bien podría venderle a Usted algunos frutos del país en cualquier semáforo, de cualquier país.
Pero estamos en Venezuela. El desarrollismo imperante después de Pérez Jiménez, de Adeco en Copei, de socialdemócratas en socialcristianos, le dio a Venezuela características propias. El petróleo habilitó una expansión sin igualdad, la cultura clamó contra la injusticia, la educación habilitó el ingreso de los sectores populares a las Universidades, o al Colegio Militar. Dicen que fue por afición al baseball –el juego de pelota- que Chávez cursó los estudios castrenses. Al lado de la jerárquica y jerarquizada Colombia, la pequeña Venecia –tal dijo Vespucci- prefirió premiar a los esforzados. Como Chávez.
Vaya a saber por qué lecturas o locuras –pues una lleva a la otra- , tuvo el antojo de sentir que las fuerzas armadas son el reflejo de la Nación en armas, una idea moderna desde la Revolución Francesa. Carlos Andrés Pérez decidió ignorar tal concepto al momento de asumir su segundo período presidencial en 1989, mandatado por el Fondo Monetario Internacional (la presentación comercial de la Secretaría del Tesoro de los Estados Unidos), para ejecutar un programa de desregulación acorde al Consenso de Washington. La sublevación popular, dicen, costó cinco mil muertos. Resulta que el ejército venezolano no había conocido guerrillas en los setenta como en otros países, y su primer contacto con la sociedad fue ametrallarla. Eso concitó a un grupo de oficiales, algo hecho de Logia Lautaro y algo de GOU, para cuestionar el hecho que no estaba del todo bien masacrar al pueblo cuando reclama por derechos.
Allí Hugo Chávez desplego lo militar, en una sublevación sin suerte, pero sobretodo lo político: pidió minutos de televisión. Lo que Carlos Andrés Pérez cedió, convencido que reprimía una asonada castrense. Fue el nacimiento de un movimiento político después que hablara Chávez: transformó una derrota militar en una victoria política, como antes lo hicieran Charles de Gaulle en Francia y Ho Chi Minh en Vietnam. Y con Néstor, Evo y Lula, años más tarde, hundirían esa área de libre comercio de “las Américas” en la propia cara de Bush.
Hasta ahora, llevado por la épica, no hablé del hombre. Durante el entresiglo, tuve el honor y el placer de trabajar con el Presidente Chávez. En varias misiones, que duraron semanas o meses, mi padre y yo estuvimos trabajando en Miraflores –que así llaman a la sede de gobierno en Venezuela- convocados por Jorge Giordani, ministro de Planificación, junto al Comandante. Simple, directo, afecto a los mapas y diagramas, discutimos algunos temas. Activo y curioso, siempre cortés, preguntaba qué, cómo, cuándo. Pude ver a una persona preocupada por la situación realista a la hora de tomar decisiones, sin vender o comprar ilusiones, esa cuestión del error con deseo.
Soy el tigre en la jungla, dijo Chávez, de diez peligros me puedo proteger de dos o tres por instinto, pero no de los demás siete. La tarea estaba clara: hay que evitar las demás amenazas mediante el análisis, la decisión y la acción. Así es como elaboramos junto con el equipo de Giordani en jornadas de trabajo en Coordiplan (el ministerio de Planificación), algunas iniciativas propias a la situación revolucionaria del momento. El redespliegue del Estado requería de nuevos funcionarios que debían ser formados sobre la marcha, pues no es lo mismo una administración para la Venezuela Saudita que para la Venezuela Bolivariana. Muchos de los oficiales del ejército integraron esa nueva función pública, aun así había que capacitar militantes para ser cuadros públicos. Propusimos un proyecto.
Como frente a todo cambio social, los medios de comunicación hegemónicos atacaron toda acción de gobierno. Si había un incendio en el Ávila, la montaña que circunda Caracas, los titulares amenazaban con “Venezuela en llamas”. Para el lector argentino no son necesarios los ejemplos de “periodismo de guerra”, los vivimos de manera cotidiana. Así que diseñamos una televisión popular y varios medios gráficos, algunos de distribución gratuita, para contrarrestar la andanada del terrorismo informativo. Con el tiempo, de allí saldría Catia TV, cuyo rol informativo en el golpe contra Chávez fue decisivo para asegurar la movilización popular. Hubo otras ideas, y algunas fueron instrumentadas con éxito. La aplicación de un modelo de experimentación numérica para la evaluación política y la toma de decisiones, desarrollado en los años sesenta y setenta por Pedro Sainz, Juan de Barbieri y mi padre ayudó a configurar escenarios, identificar aliados, prever oposiciones. Chávez usó mucho ese instrumento, en particular para las sucesivas campañas presidenciales.
Tiempo y espacio ponen límites, y el recuerdo de lo actuado, veinte años después, continúa como Caracas, en una “eterna primavera”. Cuando falleció Chávez, concluí mi discurso de homenaje en la Cámara de Diputados con el epitafio que el Bachiller Carrasco le dedicara al Quijote: “Yace aquí el Hidalgo fuerte / que a tanto extremo llegó de valiente / que se advierte que la muerte no triunfó / de su vida con su muerte. / Tuvo a todo el mundo en poco; / fue el espantajo y el coco / del mundo, en tal coyuntura, /que acreditó su ventura / morir cuerdo y vivir loco”.