Boris Johnson enfrenta sus días más complicados desde que se mudó al 10 de Downing Street. Por un lado, el aumento desenfrenado de casos de Covid-19 eleva la alerta en el sistema de salud. Por otro, las negociaciones para el futuro acuerdo con la Unión Europea tras el Brexit parecen en un punto muerto. Pero los británicos tienen ese don de huir hacia adelante sin perder la elegancia y el plan de los conservadores, que se presenta como la recuperación del rol imperial de la nación, plantea un aumento del presupuesto militar de al menos 16 mil millones de libras para los próximos cuatro años. La cifra final, habida cuenta de un compromiso de incrementar el presupuesto medio punto sobre la inflación, podría llegar, sin embargo, a los 21.500 millones.
Este fin de semana los negociadores de la UE y del RU mantendrán reuniones en el edificio Barleymont, la sede de la Comisión Europea en Bruselas, para intentar un acuerdo de divorcio antes del 31 de diciembre que contemple puntos aún en discusión, como las conexiones aéreas y terrestres entre los países del bloque y las islas. Los más ultras entre los antieuropeos, como el nacionalista Nigel Farange, sostienen que luego de más de cuatro años de debates, y de haberse puesto en marcha el Brexit el 31 de enero pasado, es hora de cerrar la puerta al continente. “Es mejor un no acuerdo a un mal acuerdo”, escribió Farange en una columna.
Pero la cosa no es tan fácil incluso en el territorio británico. Los escoceses, por lo pronto, en 2014 aprobaron en un referéndum quedarse dentro del Reino Unido. En la consulta nacional de 2016, los escoceses dijeron de forma abrumadora que no querían irse de la UE y la ministra principal, Nicola Sturgeon, que recibió un fuerte espaldarazo en los comicios de 2019 al Parlamento británico, ahora quiere hacer una nueva consulta. La independencia escocesa, en este momento, sería volver a Bruselas. Más aun, las autoridades tienden puentes con los europeos para mantener las relaciones comerciales fuera del alcance de las restricciones que se avecinan.
Pero los primeros chisporroteos entre Londres y Bruselas ya se manifestaron en torno al control de la pesca en las plataformas marinas de uso exclusivo. Los convenios existentes, tratándose de miembros de la UE, contemplan cuotas para pescadores de cada país en aguas comunes. Pero si no hay un arreglo en estos días, todo indica que la Royal Navy comenzará a patrullar sobre sus dominios desde el 1 de enero y, como adelantó el Sunday Times, “abordará barcos franceses y arrestará a pescadores”. Ya están alistadas para tal fin cuatro naves de 80 metros de eslora.
Es en este contexto que puede entenderse también el anuncio del incremento de presupuesto militar. Como integrante de la OTAN dentro de la UE, Gran Bretaña tenía una serie de obligaciones y beneficios en relación con la defensa común. En lo que toca a la Argentina, la UE le reconocía a Malvinas como territorio de ultramar. Para Europa, ese es un tema menor, al igual que el de todos los enclaves coloniales que tiene en otros rincones del planeta, pero el gobierno de Johnson, ante la falta de otros incentivos para la unidad nacional, alienta la “recuperación de la independencia y la soberanía del yugo de la UE” con la mira en el por ahora ilusorio regreso a las glorias pasadas de potencia imperial.
Con casi 2 millones de contagiados y unos 67 mil muertos, el Reino Unido enfrenta un nuevo rebrote y los investigadores detectaron una mutación en el virus que alarma por las posibles consecuencias ante las fiestas de fin de año. Johnson, que al principio intentó mantener abierta la economía y aplicar la estrategia de “inmunidad de rebaño”, terminó apoyando al sistema de salud público de la corona tras sufrir en persona de coronavirus y haber debido internarse de urgencia.
Pero una cosa es la salud y otra la defensa. Y además de que el rearme militar es un fabuloso negocio para las grandes compañías internacionales, para los pro Brexit es una necesidad estratégica. Desde que el 31 de enero se inició la separación de bienes con la UE, se sabía de los planes para el rearme. Así fue que unos días antes el gobierno anunciaba un proyecto para la integración más estrecha entre diplomacia, fuerzas armadas y servicios de inteligencia. El objetivo declarado era ganar espacio en la disputa global. El ministro de Defensa, Ben Wallace, declaró a la prensa entonces: “No podemos depender militarmente de Estados Unidos”.
Pero a esa altura nadie pensaba que Donald Trump, gran impulsor del Brexit, podría perder las elecciones del 3N. Ni que la pandemia habría de trastocar gran parte de los planes de los gobiernos de todo el mundo. Pero a medida que se acerca el fin de año y se discute el pos Brexit, en noviembre Johnson abundó en el proyecto de rearme.
El titular de la cartera de Hacienda, Rishi Sunak, intentó mantener la caja del tesoro dentro de cánones relativamente fiscalistas. Bastante ya se le había ido de madre el presupuesto con los gatos en el sistema de salud. Y la economía sufría una brutal caída por la crisis sanitaria, estimada en un 11% del PBI en relación al año anterior. Se recordará que en la portada del The Guardian del 26 de noviembre, la muerte de Diego Maradona compitió con la noticia de que el país estaba en la mayor recesión en 300 años.
Pero Johnson le torció el brazo al chancellor de origen indio. “Es nuestra oportunidad para poner fin a la era de la retirada, transformar nuestras Fuerzas Armadas, reforzar nuestra influencia global, unir a nuestro país, apostar por las nuevas tecnologías y defender a nuestro pueblo y su modo de vida”, dijo el primer ministro. Los fondos conseguidos se utilizarán para la construcción de dos portaaviones.
“Tanques y aviones de guerra no nos mantendrán seguros ante las amenazas más graves que afrontamos: pandemia, pobreza y la emergencia climática. No puedes atacar a un virus con armas nucleares», respondió en un artículo del español eldiario.es Symon Hill, de la ONG pacifista Peace Pledge Union. «
Récord
Las exportaciones de armas estadounidenses autorizadas aumentaron un 2,8% durante este año, y llegaron a casi 176 mil millones en 2020 desde los 171 mil millones del año pasado, según cifras del Departamento de Defensa. Encabezan la lista los aviones de combate Lockheed Martin F-35. Los principales compradores fueron Japón, Marruecos e Israel. Australia compró también repuestos; Italia, partes para fabricar las alas del F-35, la plataforma de vigilancia E-7 Wedgetail; hace unos días fue aprobada también la venta de F-35 y de drones MQ-9 a Emiratos Árabes Unidos.
A esta cifra deben agregarse unos 51 mil millones de dólares de ventas militares de gobierno a gobierno durante la gestión de Donald Trump.