Tiene 81 años. Aquí está, ante mí, con unos jeans un poco gastados, zapatos tan simples como la palabra simple permite imaginar, camisa a rayas celestes, cabello revuelto. La humildad de José Mujica es casi legendaria: El presidente que vive como piensa, el presidente más pobre del mundo lo califican rimbombantes titulares.
Pepe se acerca a la terraza empujando su propia maleta, mientras una gota de sudor corre por el centro de su frente y termina justamente en la punta de su nariz. Es media mañana, pero parece cansado, debe estarlo. El ex presidente uruguayo apenas ha dormido en los últimos días. Viajó a Cuba en cuanto supo que había muerto Fidel Castro. El mismo hombre a quien situó en la categoría de leyenda. El pueblo cubano puede criticar hasta a Dios, pero Fidel es una cosa mítica, me dice. Mujica viajó más de 10 horas en avión, asistió a una larga velada en la Plaza de la Revolución, se despidió de un amigo. Ahora, antes de su inminente regreso a Uruguay, me concede unos minutos.
– Buenos días, ¿tú eres la periodista? Eres muy joven. Me gusta hablar con los jóvenes.
-Y a los jóvenes nos gusta escucharlo a usted
Creo que no exageré con mi cortesía. Desde que abandonó la presidencia en 2015 ha dado charlas para muchachos en todo el mundo. Ha trascendido barreras continentales, idiomáticas y hasta ideológicas. Sin abandonar su discurso de izquierdas, se ha convertido en un referente mundial de autenticidad y coherencia. Es muy peculiar que siempre hable de la felicidad.
-Sentémonos aquí en la terraza, si te parece- me dice el hombre que estuvo preso más de una década, que era feliz el día que le dejaban una colchoneta para dormir, que durante siete años no pudo siquiera tener un libro en sus manos. El hombre que en algún momento coqueteó con la locura. Y a pesar de eso, llegó a la silla presidencial de su país sin cambar su estilo de vida.
-Usted fue guerrillero y dejó las armas para hacer política sin violencia. ¿Cómo se da este paso en un militante?
Se da cuando cambian las circunstancias y las coordenadas de la historia en que se vive. Cuando terminó la dictadura en Uruguay, haber continuado un planteo de lucha armada hubiese sido un acto de provocación para la unión de nuestro pueblo. Un pueblo que había vivido más de una década bajo una dictadura militar y que estaba ansioso por vivir otras cosas. Si hubiésemos insistido en continuar un camino que la historia cegaba, no hubiésemos sido entendidos jamás por la gente.
-¿Qué cree usted de esas izquierdas sectarias o excluyentes que imponen los códigos de lo que es ser revolucionario?.
No sé que entienden algunos por código de izquierda. Eso tiene mucho de panfletario y declaracionista. El verdadero quid de la cuestión es si vives como piensas, porque de lo contrario terminarás pensando como vives
No se lucha sólo por el gobierno, por el desarrollo o por una mayor equidad. Esto es importante, obviamente; pero en el fondo por lo que se lucha es por avanzar dentro de la civilización humana. Eso va más allá de nuestra peripecia histórica coyuntural.
Los cambios civilizatorios se vieron cuando el hombre abdicó de la esclavitud o de las monarquías absolutas. Cuando formó las repúblicas o cuando con su lucha consigue una jornada laboral de ocho horas. Esos son cambios civilizatorios. Los que se incorporan al acontecer humano y no se discuten más, sin importar quien esté o no en el poder. Para mí ese es el papel fundamental de lo que llamamos izquierda.
Hay gente que cree que un día llegaremos a una sociedad sin problemas. Yo no estoy dentro de esa gente. Creo que los hombres siempre tendremos conflictos en el marco social. El premio está en el avance que logremos. Es como si subiésemos una escalera donde el premio no está en llegar a la cima, en la cual supuestamente hay un mundo idílico; sino en no estancarse y avanzar. Los seres humanos somos diferentes. La naturaleza nos hace semejantes pero nunca idénticos. Por lo tanto es normal que tengamos conflictos; mucho más cuando tenemos clases sociales distintas. Pero aun soñando que no tengamos clases sociales siempre tendremos diferencias y ese es el papel de la política: amortiguarlas. El avance de la sociedad en sus valores y bienestar es el verdadero progreso. La verdadera revolución son los escalones que subimos no los gritos que pegamos.
José Mujica es el presidente que despenalizó el aborto y puso el mercado del cannabis en manos del Estado uruguayo. El que donó el 90% de sus 10.000 dólares de salario mensual para construir casas para los pobres. El hombre que estaba al frente de una nación, pero nunca abandonó su Volkswagen de los años 50. Un mítico coche con el cual el propio presidente recogió a un hombre que realizaba autostop en una carretera. Pepe ha motivado a multitudes y ha dirigido un país con lo que algunos llaman puro sentido común.
Gobernar es elegir soluciones que favorecerán a unos e inevitablemente perjudicarán a otros. Más claro: si corto el tocino más gordo para un lado es porque lo estoy cortando más flaco para otro. Al que le toque la parte delgada se enojará. Si tengo políticas a favor de la igualdad y trato de distribuir en este sentido, me ganaré la enemistad de gente que cree que le estoy metiendo la mano en sus bolsillos. Por eso digo que habrá conflictos siempre. El conflicto es inherente a las decisiones. No se puede tomar disposiciones neutrales o asépticas que complazcan a todos porque entonces lo único que hacemos es mantener el estatus.
La economía contemporánea demuestra una cosa: no garantiza igualdad, al contrario. En América Latina hay 32 personas que tienen lo mismo que 300 millones de habitantes. Y lo peor es que el patrimonio anual de esa minoría crece a una tasa del 21 por ciento mientras que la economía crece solo al 2,5. La riqueza asciende pero también se concentra excesivamente. Eso pone en jaque a la democracia porque las decisiones empiezan a ser favorables a los sectores poderosos.
Mujica es directo. Pareciera que no le preocupa el impacto de ninguna de sus palabras, como a la mayoría de los políticos. Mujica es todo lo contrario a un político tradicional: él habla sin filtros. Y dice, en ocasiones, lo que muchos piensan pero que, por protocolo, omiten.
Nicolás Maduro está loco como una cabra
»Le tengo simpatía al Rey viejo (Juan Carlos, de España) que es un calavera, un viejo bandido, pero cumplió un papel importante en un momento crucial». Son sólo dos de sus frases irreverentes.
-Usted es gran hereje. ¿Busca intencionalmente poner en crisis a los dogmáticos?
Sí, es intencional. Esta herejía es mi interpretación de por qué vinieron las repúblicas, las cuales comenzaron como un grito del viejo liberalismo cuando surge la burguesía como clase creadora. Hablo de aquella burguesía que antes luchaba contra el feudalismo, pero las clases sociales tienen edades y lo que fueron ayer dista de lo que son hoy. Ahora esa burguesía tiene otros criterios diferentes. Es mucho más especulativa y financiera, y menos trabajadora y comprometida con la lucha diaria. Pero en su momento le dijo no a la nobleza de sangre y afirmó en el mundo que todos éramos iguales, al menos ante la ley.
Cuando digo igualdad no hablo de total homogeneidad como si fuéramos ladrillos, todos idénticos. No somos un producto de fábrica. Me refiero a igualdad de oportunidades. Siempre habrá quien logre más o menos. Eso es natural. Pero si hay desigualdad que sea generada por los esfuerzos propios, y no por levantarse sobre el lomo de los demás. Quien se ponga a terciar en ese pleito tiene garantizada la oposición y el odio de gente muy poderosa que no perdona la herejía. Por eso la lucha tiene costo.
-¿Tiene algún consejo para los jóvenes que sienten coartada su iniciativa por actitudes y decisiones dogmáticas?
A los jóvenes nunca le dieron paso. Siempre han tenido que abrirse el camino a codazos. El deber de la juventud es luchar por los cambios. Cambios que son generacionales, pero también de lucha y camino. Los jóvenes no son unos pobrecitos a los que hay que darles. Ellos tienen que tener una actitud desafiante y aprender que nadie les va a regalar nada; que son portadores de un tiempo que no es mejor o peor, pero sí distinto. Y sobre todo que no deberían cometer los errores que cometimos nosotros, sino los errores de su propio tiempo.
-¿Y qué le dice a los jóvenes cubanos?
Mucho más fuerte que ejércitos y cañones son las campañas de marketing que introducen subliminalmente una cantidad de necesidades internas. Esa es una forma de dominación mucho más profunda que lo puede ser la subordinación por imposición aparente. Pero contra eso se puede luchar por conciencia. Hay que luchar por una mejora colectiva pero también individual.
Hay que sostener un combate interno para no dejarse endulzar por las mieles del mercado y vivir esclavo a él, tratando de comprar y comprar sin tener tiempo para vivir. Como le digo a todos: cuando tú compras no compras con plata, compras con el tiempo que necesitaste para ganar esa plata. Pero el tiempo no se repone, no se puede pedir horas en un supermercado.
El ser sobrio en el consumo de las cosas es garantizarse libertad individual y garantizar tu oportunidad de estar con tu aventura melosa, amigos, hijos. Al final es lo único que realmente nos hará felices.
La respuesta está en la fuerza de voluntad. Es como aprender a cruzar una calle llena de tráfico sin que te golpee un auto. Entonces, si no podemos cambiar la sociedad, siempre podremos cambiar nuestra conducta.
A los jóvenes cubanos les digo que aprendan a ser felices, y para ser felices que tengan tiempo libre para los afectos y que no se dejen absorber por la locura impuesta por la economía de mercado, donde hay que trabajar y comprar y seguir trabajando hasta que seas un viejo y termines en un cajón. Así de simple.
Pepe Mujica se despide, agradece por la conversación (aunque soy yo quien insiste en agradecerle a él), dice que los periodistas deben trabajar mucho y ser honestos. Siento que quizás me incita a su misma herejía. Pepe Mujica comienza a caminar, empuja nuevamente su propia maleta, mientras se aproxima al auto. Pepe vuela hoy a Uruguay. Lo hace en clase de turista.
Publicado por El Toque