La periodista Inés Capdevila del diario La Nación escribió un lúcido escaneo social latinoamericano para aproximarse a una respuesta a su pregunta de cabecera “¿Dónde será el próximo estallido? La pregunta que desvela a América latina”.
En realidad los desvelados por esa respuesta son las clases dominantes y sus gobiernos en cada caso. Y al “¿dónde?” le debemos agregar el “¿cuándo?” para que espacio y tiempo sirvan a la tendencia más probable.
No hay algoritmo capaz de averiguarlo ni big data suficiente para descifrarlo. Pero la pregunta de Capdevila no solo es justa sino inteligente. Por lo menos se pregunta algo clave hoy.
Lamentablemente redujo su análisis a cuatro escenarios (Brasil, México, Colombia y Venezuela) como si fueran equiparables. Y constriñó la búsqueda en Argentina a 9 líneas, siendo uno de los países más quebradizos debido a la suma de sus dificultades y a sus tradiciones de organización y militancia amplia. Lo más débil, sin embargo, es meter a Guaidó en esta inteligente aritmética, un pequeño personaje cuya reputación solo es multiplicable por cero. Aún así, esa inclinación ideológica no le resta méritos a un escrito que ausculta en las fuerzas sociales las posibilidades de otro “reventón” social.
La sucesión de estallidos, o más propiamente rebeliones sociales, comenzaron en 2018 en Puerto Rico donde expulsaron al Gobernador, que equivale a echar a un presidente en cualquier otro país. Un año antes, casi se extiende a México por un aumento en el combustible y amainó con la esperanza AMLO. Siguió en Haití, que dejó al presidente Jovenel Moise convaleciente y sin salida. Hasta que se desataron las rebeliones en Ecuador y Chile casi como dos escenas continuadas de un mismo conflicto. En el primero la CONAIE sentó al presumido presidente a una mesa a negociar de tú a tú, aunque el final fue un paradógico “empate a favor del gobierno”. Chile tiene otro rango: Si el movimiento echa a Piñera se desplomaría el gobierno neoliberal más aceitado del continente. Está por verse.
Bolivia es casi otra cosa. Aunque la caída de Evo Morales se explica por una fuerza social desatada en las calles, ni esta ni la caída final tienen explicación racional sin la efectiva conspiración desde Washington, Brasilia y Argentina, aprovechando los visibles “nudos flojos” dejados por el gobierno izquierdista del MAS. La OEA, Brasilia y Gerardo Morales supieron desatarlos con astucia, romper las defensas sociales y militares, penetrar y desplazarlo del poder.
A Capdevila le faltó considerar dos detalles sin los cuales el correcto método analítico usado no le arrojará ningún resultado. Primero, la dialéctica de victorias y derrotas, Segundo, el alcance de la presión imperial. Es simple la ecuación: Si el remedo de dictadura boliviana se consolidara, en Brasil avanzaría la fracción más pro yanqui del ejército (Heleno Ribeiro Pereira) y del Planalto (Eduardo Bolsonaro, el hijo). Ambos anunciaron usar el ejército contra cualquier estallido que imite a Chile.
En ese caso, la tendencia sería una derrota, incluso para la Venezuela bolivariana, con Guaidó o sin él.
Pero si ocurriera lo contrario (ambas opciones son posibles hasta ayer) y la Señora Añez fuera reemplazada, el general Heleno tendría que recostarse en su hamaca a esperar una segunda oportunidad, y EE.UU. se tendría que alejarse de las costas bolivarianas.
Y Alberto Fernández estaría más desahogado geopolíticamente para gobernar en sentido progresista. Si es que es éso lo que decide hacer.