Como en una vieja película de Hollywood, el protagonista debe enfrentarse con un pasado equívoco y del que parecía haberse desprendido hace años. Podría decirse incluso que Brett Michael Kavanaugh escupió contra el viento y ahora no halla la forma de esquivar el salivazo. De pronto, incluso, el hombre de 53 años que Donald Trump quiere colocar en la Suprema Corte para garantizar un tribunal ultraconservador, teme que no sólo peligre su nominación, sino que si prospera la investigación del FBI por abuso sexual cometido en una fiesta de graduación en 1982, podría perder su cargo como juez en la Corte de Apelaciones del distrito de Columbia. Si no es digno para sentarse en el estrado máximo del Poder Judicial de Estados Unidos tampoco debería serlo para ocupar un tribunal de Apelaciones, se plantean los analistas.
Como sea, los dados están echados y en una áspera sesión ante la Comisión de Acuerdos de la Cámara Alta, tuvo que responder un cuestionario similar al que en 1999 había armado como asesor de la bancada republicana para interpelar a Bill Clinton en el impeachment por las relaciones «impropias» del entonces presidente con la pasante Monica Lewinski.
El jueves, en otra sesión tensa y punzante que duró unas cuatro horas, Christine Blasey Ford, una profesora de Psicología de la Universidad de Palo Alto de 50 años, respondió a una catarata de preguntas sobre lo que ocurrió en una fiesta estudiantil en una vivienda de Chevy Chase, en Maryland, cuando tenía 15 años.
Ford dijo que en un momento de la noche fue al baño de la casa donde se realizaba la reunión de chicos adolescentes, entre los que identificó a Kavanaugh, que según parece, tenía cierta fama entre sus pares. «La gente estaba bebiendo cerveza –recordó– en un pequeño living del primer piso».
Ford dijo que tuvo que cruzar un pasillo cuando «fui empujada desde atrás hacia un dormitorio». Afirmó que no pudo recordar quién la atropelló pero sí que Kavanaugh y un amigo, Mark Judge, la ingresaron al cuarto, visiblemente ebrios, y trabaron la puerta.
«Fui lanzada hacia la cama y Brett se tiró arriba mío. Comenzó a manosearme todo el cuerpo y a frotar su cadera sobre mí. Grité tratando de que alguien me oiga escaleras abajo, y traté de sacármelo de encima, pero era demasiado pesado».
Luego, dice la mujer, «Brett me tocó y trató de sacarme la ropa. Le costaba porque estaba muy borracho y porque yo tenía ropa interior de una pieza. Creí que iba a violarme».
La docente afirma que forcejearon, que le pidió a Mark que la ayudara pero que el otro muchacho también intentó treparse a la cama. «Traté de gritar, pero Brett me tapó la boca. Esto fue lo que más me aterrorizó y tuvo el mayor impacto en mi vida posterior. Fue muy difícil para mí poder respirar, y pensé que iba a matarme accidentalmente.»
Finalmente, pudo zafarse y salió corriendo de la habitación. Dice que quedó tan conmovida y, eran otros tiempos, atemorizada, que recién en 2012 tuvo coraje para contarle la historia a su esposo.
Este viernes, el juez aspirante tuvo que enfrentar el cuestionario que había ayudado a elaborar hace 20 años. «¿Alguna vez ha rozado o frotado sus genitales contra la doctora Ford? ¿Alguna vez cubrió la boca de la doctora Ford con su mano? ¿Alguna vez ha participado en algún tipo de episodio sexual con la doctora Ford?». Las respuestas fueron siempre que no.
La comisión, bajo presiones políticas internas y de la sociedad que tenía en la mira a Kavanaugh desde que fue propuesto por el primer mandatario, aprobó con lo justo llevar su designación al plenario. Once votos de los republicanos contra diez de los demócratas. Pero como la cosa está tan espesa, el senador oficialista Jeff Flake propuso una nueva investigación sobre las denuncias de la profesora universitaria. Compungido, Flake dijo: «Este país está siendo destrozado, pero tenemos que asegurarnos de que sigamos el debido proceso en esta circunstancia». Ni bien se conoció el dictamen, el presidente Trump ordenó al FBI que abra una pesquisa sobre las denuncias.
Este tramo de la historia política estadounidense comienza el 31 de julio pasado. Ese día el juez supremo Anthony Kennedy presentó su renuncia para acogerse a la jubilación y se desató una feroz campaña para torcer el rumbo de lo que parecía inevitable, y es que a Trump le había llovido del cielo la ocasión de formatear la Suprema Corte hacia la derecha extrema, poniendo en riesgo incluso la despenalización del aborto y el matrimonio igualitario, como se apresuraron a señalar los colectivos de los derechos civiles y de igualdad de género.
Es que Kavanaugh mostró desde que asumió su cargo, en 2006, cómo está tan inclinado a la derecha que se supone con razones de peso para que en su programa figurara modificar de cuajo el argumento que dio lugar al fallo Roe-Wade en que se sustenta el derecho al aborto desde 1973 para todo el país.
No es que Kennedy haya sido un progresista, más bien fue un conservador moderado que había sido designado por Ronald Reagan en 1988. Pero desde ese lugar, acompañó posiciones más liberales de la Corte y respetó el statu quo sobre el aborto, ese que ahora corre peligro, según se apuraron a ventilar a los cuatro vientos –entre otros– la senadora demócrata Elisabeth Warren. La mujer era la candidata preferida de Barack Obama para un cargo en la Corte en 2016 cuando murió Antonin Scalia, aunque luego el mandatario envió el pliego de Merrick Garland.
Esa vez los republicanos bloquearon la designación de Garland argumentando que era un año electoral y que el nuevo magistrado debería ser nominado por el ganador del comicio. En febrero de 2017 fue ungido Nail Gorsuch, un conservador. El retiro de Kennedy, a los 81 años, también se produce en un año de elecciones, aunque de medio término.
La batalla se podría haber desenvuelto sólo en términos de oportunidad para que los demócratas devolvieran la «gentileza» de hace dos años, aunque no tienen fuerza en el Senado como para bloquear a un candidato del presidente sólo por capricho.
Sin embargo, Kavanaugh tiene bastantes cuentas pendientes en su pasado y ya la sociedad toda tomó posición sobre quién es el postulante. Y no son tiempos para que pase inadvertida una ofensa sexual como la que denuncia Christine Blasey Ford.