Unos días antes de que comenzara la Copa del Mundo en Qatar, Arabia Saudita reanudaba las ejecuciones para los delitos vinculados con la tenencia de drogas. La ONU alertó sobre esta situación: lo hizo el mismo martes en que la selección de ese país vencía a la Argentina y la hazaña deportiva terminó tapando la denuncia. Lo cierto es que la tregua autoimpuesta para estos casos fue una estrategia del reino sunita para aparentar que no era tan implacable como lo pintaban afuera. El tema es que el hombre que dirige Arabia Saudita, Mohamed bin Salman, ya no necesita simular algo que no es.
El príncipe heredero consolidó su poder a través de purgas, persecuciones y asesinatos. El crimen del periodista Jamal Khashoggi, descuartizado en el consulado saudita de Estambul en 2018, expuso ante el mundo los métodos de MBS. Para los aliados occidentales de Arabia Saudita era un hecho difícil de digerir. Sin embargo, la guerra en Ucrania le devolvió la centralidad que había perdido: EE UU y Europa no pudieron seguir ignorando al principal productor de petróleo en medio de una crisis energética.
Joe Biden viajó a Arabia Saudita en julio para reunirse con MBS y una semana más tarde Emmanuel Macron lo recibió en el Elíseo. A finales de septiembre el canciller alemán Olaf Scholz tuvo un cara a cara con el príncipe en la ciudad saudita de Yeda para hablar de hidrocarburos. Y esta semana se vio a Gianni Infantino, presidente de la FIFA, conversando con MBS en la apertura del mundial. Las violaciones a los Derechos Humanos pasaron a un segundo plano para varios que hasta hace poco las esquivaban.
«La moratoria por las ejecuciones por drogas fue un intento por congraciarse con la administración Biden. Arabia Saudita no tiene un cuerpo legal escrito, son todas interpretaciones de la ley islámica, atadas al wahabismo, lo que hace que las penas sean cuasi medievales, como las caracterizan los organismos de Derechos Humanos. Los castigos no están en la mayoría de los códigos penales del mundo, por lo tanto, no son acordes con ninguna legislación de Derechos Humanos», dice María Constanza Costa, politóloga por la Universidad de Buenos Aires y experta en Medio Oriente. Y agrega: «Lo que hay ahora es una rehabilitación de la figura del príncipe heredero. Biden fue el primero en reunirse con él después de decir que iba a transformar a Arabia Saudita en un estado paria por lo de Khashoggi. Todos usaron argumentos de realpolitik. Arabia Saudita vuelve a ser un aliado de EE UU en la región y a la vez lo presiona para que no vaya en contra de sus vecinos como Qatar. A Qatar le sirve porque le disputa un lugar de liderazgo sin confrontar. El Mundial está hecho para que se pare frente a Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita».
La presencia de MBS en Doha escenificó la normalización de las relaciones con Qatar tras el bloqueo que organizó con Emiratos y Bahréin a mediados de 2017. El heredero al trono fue quien impulsó la reconciliación entre las monarquías del Golfo Pérsico. De alguna forma, MBS quiere recuperar el pulso con el que ascendió dentro de la familia real cuando su padre, Salmán bin Abdulaziz, lo designó sucesor hace cinco años. Es decir, como un líder reformista y dispuesto a concesiones.
MBS controla todo lo que pasa en Arabia Saudita, una monarquía absolutista guiada por el wahabismo, una corriente ultraconservadora del islam sunita –la rama mayoritaria de esa religión– que hace una lectura literal del Corán. Hasta el asesinato de Khashoggi, el príncipe invirtió tiempo y dinero en mostrarse como un dirigente aperturista, algo relativamente sencillo en donde hasta hace poco imperaba un estricto apartheid de género, las mujeres eran tratadas como menores de edad; la homosexualidad penada con la muerte y la oposición al régimen, con la cárcel, en el mejor de los casos.
En este contexto, cualquier cambio, por mínimo que sea, es un avance. Una de las primeras medidas de MBS fue permitirles a las mujeres manejar autos, en sintonía con su plan «Visión 2030» para modernizar el país. «El sistema de tutelaje sigue vigente, como en toda la región, pero la llegada del príncipe heredero lo flexibilizó. Ahora las mujeres pueden vivir solas y salir del país sin permiso de un hombre. MBS llegó con una impronta modernizante, pero es algo contradictorio. La situación de los DD HH no se ha transformado», señala Costa.
La especialista aclara que el príncipe «no busca una amplitud en términos democráticos. Lo que buscaba con los derechos de las mujeres es que sean un actor para disputar dentro del esquema de poder de la monarquía, incluso con los sectores religiosos. La familia real no es una autoridad religiosa, se apoya en la cobertura que le da el wahabismo para ganar territorialidad y legitimarse. Así llegó a esa fusión con el espectro religioso y por eso hizo concesiones que restringen las libertades individuales y vulneran los derechos básicos», sostiene. En el país conviven las reformas de MBS, como la reapertura de salas de cine, con las ejecuciones públicas. Las mujeres ganaron en derechos, pero la persecución a los disidentes recrudeció con el heredero al trono. Según la ONU, 144 personas fueron condenadas a muerte en 2022, prácticamente la mitad por cuestiones políticas, más que en los años 2020 y 2021 juntos. Unas 81 fueron ejecutadas en un solo día, el pasado 12 de marzo.
Intelectuales críticos, militantes de DD HH y blogueros corren el riesgo de enojar al futuro rey. MBS accedió a que las mujeres manejaran, aunque mandó a detener a Loujain al Hathloul, de las primeras en demandar el derecho de todas a estar al volante. Lo mismo hizo con Salma al-Shehab, una activista condenada a 34 años de prisión por retuitear a mujeres que exigían la abolición del sistema de tutelaje.
El príncipe fue nombrado primer ministro el pasado 27 de septiembre: regalo de inmunidad de su padre. La inteligencia estadounidense probó que MBS había autorizado expresamente el asesinato de Khashoggi, pero no habrá consecuencias legales ahora, con su cargo oficial. El futuro rey salió de su ostracismo. «