Buzo con capucha y una risa nerviosa. La imagen que pescó una cámara furtiva y que se reprodujo en miles de máscaras. «Muchos han sacado a la luz la corrupción y la codicia (…). Evidentemente soy el primero en enfrentarlo con una honestidad tan brutal». El manifiesto de tres páginas se refería al sistema de salud estadounidense. Lo había escrito en una declaración que llevaba encima en el momento de ser detenido. También portaba un arma de fuego ensamblada utilizando kits fabricados en una impresora 3D.

Ese mediodía, el McDonald’s de Altoona, Pensilvania, unos 450 kilómetros al oeste de Nueva York, pasaba una jornada apacible. Uno de los auxiliares del local de comida chatarra lo reconoció y lo entregó a la desconcertada policía, la pista que no obtenía a pesar de su frenética investigación. El muchacho tal vez se convierta en el empleado del mes.

Así lo abordaron. La búsqueda había empezado cinco días antes cuando Luigi Mangione, durante un frío amanecer de Manhattan, asesinó a Brian Thompson, el director ejecutivo de 50 años de UnitedHealthcare, la mayor aseguradora de salud de EE UU.

Ingeniero de 26 años, graduado de la Universidad de Pensilvania, criado en Maryland, en una familia prominente de Baltimore, con negocios que incluyen un club de campo y residencias de ancianos. Primo del legislador estatal republicano Nino Mangione. Tuvo las mejores notas en la escuela privada Gilman School, que de inmediato emitió una innecesaria nota deslindando compromisos. Uno de sus compañeros que salió en la tele para la CBS lo describió como «supernormal» e «inteligente». Redondeó: «Nunca hubiera esperado esto». Y sí, claro.

En Pensilvania, Luigi se hizo ingeniero, cursó una maestría en Computación, y fundó un club de desarrollo de videojuegos, tras pasar por el desarrollador Fixarixis. También trabajó para TrueCar, una web de venta de autos nuevos. Tras convertirse en un aficionado al surf y al senderismo, se trasladó a Hawai, pero una persistente dolencia en la espalda lo hizo abandonar esa vida. Hace poco fue operado, pero su sufrimiento no amenguó. No fueron pocos los que, en una lógica absurda, relacionaron ese persistente dolor con su decisión de matar.

En el manifiesto que llevaba en su mochila cuando fue detenido, como si lo estuviera aguardando –un dato que no debería soslayarse-, según The New York Times, había escrito: «Pido disculpas por cualquier conflicto y trauma, pero tenía que hacerse». También, los investigadores del caso se sorprendieron cuando hallaron las palabras «negar», «defender» y «deponer» escritas en los casquillos encontrados en la escena del asesinato. No es casualidad. Son las «tres D del seguro»: la táctica que suelen promover las empresas de salud para eludir los reclamos de los pacientes. Algunos medios batieron el parche sobre una versión que asegura que había perdido el contacto con su familia y amigos en los últimos meses. También se dice que se trata de un admirador del texto titulado «La sociedad industrial y su futuro», de Theodore Kaczynski, conocido como Unabomber, a quien en sus redes habría calificado  de «revolucionario político extremo». En su manifiesto, Mangione subraya: «Cuando todas las demás formas de comunicación fallan, la violencia es necesaria para sobrevivir. Puede que no te gusten sus métodos, pero si ves las cosas desde su perspectiva, no es terrorismo: es guerra y revolución».

Oscura fascinación

Horas después del asesinato, en el Washington Square Park se congregaron centenares con buzo y máscaras en las que se destaca una risa nerviosa. No fue la única demostración. En videos, memes y chats, en varias redes, incluida TikTok, el joven fue adulado y elogiado. Para algunos, una especie de héroe popular. Hasta hay donantes anónimos proclives a aportar miles de dólares para su defensa. En Internet, fue tendencia el apodo de «asesino sexy». Y también el #FreeLuigi (libertad para Luigi). Su cuenta X recolectó más de 400 mil seguidores desde su detención. ¿Para cuándo series y films a favor y en contra de Mangione?

La normalización de la violencia ante la necesidad hipócrita de encontrar a un Robin Hood a la vuelta de la esquina. La profesora Tanya Horeck, de la Universidad Anglia Ruskin, se zambulle en la «confusión generada en la línea que separa celebridad y criminalidad». La aparente ira contra la industria de la salud privada y las élites corporativas, que lo habría llevado a escribir en su manifiesto que “estos parásitos se lo merecían», cundió en sector sectores de los EE UU.

No es un error ni una mala coincidencia: más allá de adhesiones ideológicas o no, amplísimos sectores de esa sociedad «están enojados con la industria de la salud». ¿ Dos tercios de la población? Al menos la mitad no habría recibido la atención por la que paga. En tanto, miles y miles utilizan las redes para expresar sus frustraciones. La diferencia es que Mangione usó una pistola construida por una impresora 3D.

Si su objetivo era conseguir que el imperio pusiera en entredicho a su sistema sanitario, parece haberlo logrado. Traas su arresto, compareció el lunes ante un tribunal de Pensilvania. Se enfrenta ahora a cinco cargos penales en Nueva York, incluido el de asesinato en segundo grado, delitos relacionados con armas y el uso de identificaciones falsas.