La fiscal general de Venezuela, Luisa Ortega Díaz, lo puso en términos que no dejan lugar a la polémica: «ruptura del orden constitucional». Por si ese banderín de off side no hubiera resultado suficiente, la reacción del propio presidente Nicolás Maduro a ese fuego amigo y su inmediata consecuencia significó desvestir un santo para vestir a otro: deshizo los aspectos más graves del avasallamiento de la Asamblea Nacional por parte del Tribunal Supremo de Justicia y en el mismo acto confirmó que ni existe en Venezuela ya un atisbo de separación de poderes, ni hay prurito que obligue a disimularlo.
En efecto, a Maduro le bastó «solicitar» una revisión del fallo, para que el tribunal volviera parcialmente sobre sus pasos en cuestión de horas. La supresión de la inmunidad parlamentaria, que hace a la esencia misma del concepto de Parlamento y la usurpación de la función legislativa fueron dejadas de lado.
Quedó en pie la madre del borrego: la concesión arbitraria de facultades al presidente para que ignore la voluntad de la Asamblea Nacional y avance con la creación de empresas mixtas petroleras, lo cual no es más que un eufemismo para designar una privatización: la venta de la red de estaciones de servicio que el Estado venezolano posee en los EE UU a capitales rusos.
Es decir, a una Asamblea Nacional que durante 2016 tuvo más voz que voto (en tanto el Tribunal Supremo se encargó de anular sus decisiones a troche y moche, ejerciendo un «control de constitucionalidad» express), el miércoles pasado se quedó sin voz y el viernes la recuperó, no sin antes ser amordazada para opinar sobre la conveniencia de una medida que puede ser el último viaje del gobierno a la casa de empeño para conseguir unos dólares.
Este despojo parcial de facultades no es más grave que el que se consumó con la anulación de la Ley de Amnistía y Reconciliación Nacional, en abril del año pasado. En aquel momento, la arbitrariedad del Tribunal Supremo de Justicia anuló un acto del Parlamento que hubiera puesto a Venezuela automáticamente en la columna de las democracias (en toda su amplia gama). Sus decisiones del principio de la semana que termina la confirmaron en la columna del autoritarismo. Su espectacular giro en redondo posterior tiene el efecto contradictorio que destacamos más arriba.
La procuradora que dejó en falsa escuadra a los supremos y a Maduro no sólo ha sido designada dos veces por la Asamblea Nacional cuando la controlaba casi monopólicamente el partido de gobierno, sino que es la misma que alguna vez dijo que Hugo Chávez era «el hombre más humanista que ha existido en el planeta».
Cabe desear que ella sea un botón de muestra de exponentes racionales del oficialismo que puedan ir al encuentro de exponentes racionales de la oposición para que las reglas de la democracia vuelvan a regir, más temprano que tarde, en Venezuela. «
* Coordinador del Programa de Política Internacional – Laboratorio de Políticas Públicas